NICOLÁS MADURO MOROS |
CUENTOS MADUROS
Maduro está en un lugar alejado en
Siberia, en un apartamento sólo, le acompaña unos perros pequeños y un ruso
alcohólico pero que habla español y fue de la policía secreta, y que ahora todos
los días le pide la bendición mientras bebe un poco de vodka. Su mujer se quedó
en alguna playa paradisíaca en el Caribe con sus mejores amigos, vendiéndoles a
los turistas socialistas historias de revolución. Maduro entre el frío
siberianos escribe sus memorias en forma de cuentos y lo titula: Cuentos Maduros, porque lo único que
aprendió a escribir y a decir son cuentos cortos ficcionales que buscaron ser
realidad porque sentía que tenía el don de la palabra. Hace mucho frío en
Siberia pero sabe que esa tarde irá a visitarlo unos jóvenes comunista de
Eritrea del Sur para tomarse fotos y saludarlo, a veces le llevan regalos como
un kilo de azúcar o un aguardiente de la región, pero lo tiene que esconder
porque el ruso borracho que lo atiende y vigila siempre le roba el alcohol. Ha
adelgazado y eso lo hace sentir mejor. Escribe capítulo a capítulo su obra para
exorcizarse del agobio que le hicieron Diosdado, los hermanos Rodríguez,
Aristóbulo, Arreaza, Padrino, que lo volvieron títeres, pero que es esos
momentos de gloria revolucionaria, él pensaba que era el iluminado de un
pensamiento que Chávez había parido sin tintas ni argumentos. En los primeros
cuentos Maduro relata cómo y dónde realmente murió Chávez y cómo fraguaron la
última firma del caudillo para declararlo vicepresidente y así allanar sus pasos a
la presidencia, también recuerda su Cúcuta natal y cómo nadie fue capaz de ver
su partida de nacimiento y aunque es un documento público él pudo esconderlo de
todos para siempre. También en estos primeros capítulos recuerda su admiración
a la película Dr. Dolittle y sus momentos de epifanías cuando habla con
pájaros, gatos y en la actualidad con sus perros, aunque estos le contesta en
ruso. Los siguientes cuentos son cuentos de poder, de cómo atar conciencia con
la ayuda de Shangó y menguar la economía, de cómo amalgamar fuerzas con Oshún
en una asamblea constituyente, de cómo defenestrar intereses con Obbatalá y
países cuyos presidente se han declarado inmortales, de cómo crear sumisión con
la ayudas de Eleggúa y la repetición de una mentira, de un programa, de un
cuento o por lo menos Andollo Valdés y varios miembros de G2 le explicaron y
ejecutaron. Maduro pensó en escribir su historia de amor con Cilia, pero
decidió prescindir de esas páginas donde su mujer le exigía a cada rato que tenía
que ser un hombre, que tenía que ser fuerte, que era el hijo, el heredero del
antiimperialismo, que era como un personaje de Marvel que ella admiraba, pero a
la vez de cómo debía de ayudar a todos aquellos que le hacían la pleitesía a
ella, mientras a veces, lo dejaba masturbar mientras ella hacía actos sexuales
con algunos miembros de su guardia personal, la mayoría hombres negros cubanos de grandes penes, y mientras se la follaban ella le hablaba de Gala y Salvador Dalí, pero él
no entendía mucho de metonimias y lo que siempre quería era correrse lo más rápido posible para luego fumarse un habano que le llegaban del gobierno de los Castro. Los últimos cuentos fueron sobre cómo le
hicieron un jaque mate por malos cálculos de sus amigos y enemigos, de cómo al
final los revolucionarios chinos se acostaron con el mejor postor capitalista y
por algunas miles de hectáreas de terreno fértil para su soya, de cómo los
turcos se contentaron con algunas toneladas de oro y a cambio le enviaron un
avión con Salt Bae para que le cocinaba una carne de cordero en menta mientras
huía del país, rumbo a Rusia, donde Putin pedía su culo, cientos de cuentas en
paraísos fiscales, oro, diamante y coltán por las pérdidas que hizo a las
empresas de sus amigos en Rosneft, Lukoil, Kaláshnikov. Ahora escribe los
últimos capítulos de su libro de cuentos, mientras ve por Internet un país
llamado Venezuela que no reconoce, pero eso sí, desde hace años tiene la costumbre
de acostarse agradeciendo a cualquier Dios de turno que lo escuche el no haber
terminado como Mussolini, Ceaucescu o Gadafi o con una vida miserable, aunque
un cáncer de colón no lo deja evacuar bien por las mañana y a veces su mierda
se desparrama en sus manos, en fin, Maduro debe terminar de escribir las
últimas estrofas de su libro para pasar a la historia como otro bufón más.
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