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Massimo Desiato |
A finales de octubre de 2013 anoté en mi cuaderno de muertos el nombre de Massimo Desiato. Su muerte fue inesperada, sorpresiva. Había pasado más de una década sin verlo, sin hablar con él, así que no sabía cómo estaba su salud, sus reflexiones, su escritura. Se lo comenté a Mi Amiga Japonesa, le expliqué que él fue un lector minucioso de las obras de Nietzsche, de cómo lo conocí en unos seminarios de estética en el museo Alejandro Otero y le dije acerca de mis días de estudiante en la Universidad Simón Bolívar y del por qué asistí a uno de sus seminarios. Durante un trimestre Massimo dio y propuso una serie de reflexiones sobre literatura y filosofía que giraron alrededor del concepto de sujeto fragmentado. La fecha de esas clases están confusas, pudo haber sido el último semestre del 2002 o el primero del 2003. El seminario no se terminó, o por lo menos sus últimas dos clases no la pudo concretar, por aquellas fechas había mucha confusión política (por supuesto todavía la hay en Venezuela y quizás ya ni podamos usar la palabra confusión sino pérdida política) y grupos de personas tomaron distintos lugares de Caracas, especialmente a los alrededores de la plaza Altamira. Su vivienda estaba por esa zona y los gases lacrimógenos y un recién nacido lo hizo ir a Mallorca donde se radicó finalmente. El tiempo se trastoca, huye, engaña; el espacio no, siempre es preciso por lo que a veces sólo tenemos la seguridad del espacio y nunca del tiempo, y eso es lo que tengo: un espacio con una conversación con Massimo Desiato.
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Charles Dickens |
Hay un espacio donde él llegó temprano y yo estaba. Fue la secretaría del posgrado de literatura de la Universidad Simón Bolivar. Fue un encuentro casual, sin homenajes, así que automáticamente nos pusimos a conversar. A mí me iba dejado grandes reflexiones sus clases, particularmente sus comentarios, aquellos que soltaba fuera del texto escrito que leía. En semanas previas había comentado que cada vez le gustaba más leer a Dickens, que sentía un placer enorme descubriéndolo, especialmente leyendo Los papeles póstumos del club Pickwick. Ese comentario fue parte de su intimidad y de repente me develó una pasión de un hombre pasional. En mi imaginario no veía a Massimo Desiato leyendo a Dickens, parecía que no estuviera en concordancia con las lecturas que uno se imaginaba que realizaba. ¿Dickens? me preguntaba mientras veía su cara de satisfacción en esas clases. Así que aprovechando ese encuentro casual de ocio y con ciertas excusas banales nos dirigimos a la cafetería donde empezamos una conversación con la interrogante: ¿Dickens? Él me preguntó si había leído algo de Dickens, le respondí que no, pero que había visto muchas películas inspiradas en su obra como: Canción de Navidad, Grandes esperanzas, Oliver Twist. Llegando al espacio del cafetín me preguntó sí podía entrever algunos pensamientos políticos en Dickens. Yo callé, había visto varias versiones de Canción de Navidad, pero no veía estructuras políticas, sino meras estructuras sentimentales. Él sonrió y me dijo: Dickens siempre plantea el problema de la felicidad, de una felicidad socialista. Y me acuerdo de esta precisión porque la palabra socialismo comenzaba a inundar las conversaciones de los venezolanos progresivamente.
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Scrooge y los Cratchit: paradoja de felicidad socialista |
¿Felicidad socialista? y... ¿cómo se puede entender eso? Desiato mira a los alrededores donde las montañas protegen a la Universidad y dice: por contraste. Dijiste que habías visto Canción de Navidad, bueno en esa obra Dickens presenta a la familia de Tim, los Cratchit, allí aparecen todos felices al final ¿no?, pero esa felicidad radica por un contraste; están contento porque, por una vez, tienen bastante para comer. Los vapores de pudín de Navidad flotan sobre un trasfondo de casas de empeño y trabajo mal pagados, y el fantasma de Scrooge está sentado en la mesa. El padre de Tim que trabaja como un esclavo para él quiere beber a su honor, aunque la esposa lo evita con razón. Los Cratchit son capaces de disfrutar la Navidad porque precisamente acontece solo una vez al año. Su felicidad es conveniente porque se la representa como una felicidad incompleta. Pienso en estas reflexiones y me digo si la felicidad que viven muchas persona es por ese contraste que deriva de una felicidad incompleta y que no la pueden percibir o imaginar de otra manera. ¿Entonces pareciera que los seres humanos solo pueden apreciar la felicidad por contraste? pregunto a Massimo. Se puede pensar eso. La felicidad como un problema de contraste y que solo es reconocible desde y a través de contraste, por eso la concepción de felicidad implícita en la metáfora de cielo o como finalidad de las utopías varía de una época a otra. En la sociedad preindustrial que describe Dickens, el cielo era representado como un lugar de reposo eterno, adoquinado de oro, porque la experiencia del común de los humanos era la del trabajo excesivo y la pobreza, por eso la mayoría de los finales de las obras de Dickens, para sus personajes, son tener unas cien mil libras, una casa antigua y pintoresca cubierta de hiedra, una mujer dulce y femenina, un criadero de hijos y por supuesto ningún trabajo. Todo es seguro, dulce, pacífico, y ante todo doméstico. Los trabajadores domésticos son cómicos y feudales, los niños balbucean a tus pies, los viejos amigos se sientan juntos a la chimenea a hablar del pasado, hay una sucesión infinita de comida en las obras de Dickens. Lo curioso es que resulta una imagen verdaderamente feliz, o al menos Dickens consigue que lo parezca.
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Una familia feliz por contraste |
Pienso es esto. Me acuerdo de finales felices, aquellos que no piden razones. Los finales abiertos o aquellos en los que hay que pensar, no agrada a los niños porque no pueden hallar un después. Los finales felices son un punto estático donde el contraste desaparece, los pensamientos de causa y efecto se anulan y podemos salir del cine o de la obra literaria con un sentimiento de satisfación y de posibilidad de que ese final nos ocurra. Massimo se queda mirándome porque intuye que yo no veo la escena final de Canción de Navidad como una síntesis de felicidad socialista. ¿No será más bien una felicidad burguesa la que refleja Dickens? Se lo menciono a Massimo. Él se ríe, porque una de las cualidades que tenía Massimo era que tenía un humor muy fino y una gran pasión por la verdad. Pues, lo que dice es lo que pareciera. Pero la burguesía no vende un sistema de felicidad, sino una "felicidad socialista". Es cierto que los relatos de Dickens transcurren de manera casi invariable en un ambiente de clase media. Si uno estudia a profundidad sus novelas, descubre que sus principales protagonistas es la burguesía comercial londinense: abogados, empleados, comerciantes, taberneros, etc. No hizo un retrato del trabajador agrícola, y apenas uno solo de un trabajador industrial: Stephen Blackpool, en Tiempos difíciles. Ahora bien, Dickens no fue un narrador "revolucionario", cómo muchos creen por mostrar las condiciones de vida de los pobres porque Dickens no creía que se pudieran cambiar las cosas; así en Historia de dos ciudades se narra una revolución sangrienta, pero realmente no pasa nada, y aunque es cierto que en sus novelas existen graves denuncian de abusos, especialmente a los niños, en cada página se nota que es consciente de que la sociedad es injusta desde las raíces que se hunden en su estructura moral, por lo que Dickens a lo largo de sus obras no aspira a construir o destruir el orden vigente, sino exhortar a que si uno se porta decentemente el mundo sería mejor. Fíjate en la cantidad de ricos bondadosos que llenan sus páginas. Pickwick, los Cheeryble, Chuzzlewit y por supuesto Scrooge; ellos van de aquí para allá subiéndoles el sueldo a sus empleados, dando palmaditas en la cabeza a los niños, sacando a morosos de la cárcel y haciendo de hada madrina. Al parecer para Dickens la bondad del individuo es el remedio para todo. Es evidente que Dickens quiere que se trate bien a los trabajadores, pero nada hace suponer que quiera que tomen las riendas de su propio destino, y menos aún por medio de la violencia. La burguesía controla el sistema y le presenta la "felicidad socialista" a los pobres, el momento irrepetible, único, especial de compartir en una mesa su bondad con el pobre, el alienado, el oprimido. Lo triste es que muchas revoluciones y sus profetas, hacen exactamente las proposiciones de Dickens; ilustran una "felicidad socialista", un punto estático donde todos se reunan en un gran banquete; donde los alimentos y bebidas serán donados por un hombre bondadoso, en este caso el Estado o sus representantes, pero estos Estados Socialistas no buscan que sus ciudadanos tomen las riendas y control de sus destinos, y lo más importante, que desarrollen la fraternidad entre los hombres respetando su condiciones sociales y pensamientos.
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La Felicidad Socialista no enseña a tomar las riendas de la vida |
Creo entender aunque no estoy seguro. A ver: Dickens presenta una felicidad socialista porque los pobres, los oprimidos, los miserables, sólo conocen la felicidad por contraste de su destino que hacen con las escenas pinceladas por el autor británico de abundancia, escenas a su vez que derivan al retratar una clase media, entonces, ¿cuál es la felicidad de los ricos? Massimo sonríe. También por contraste, pero no con la pobreza o miseria, sus contrastes están inscritas en otras novelas, en otros imaginarios como los que recrean Scott Fitzgerald o Somerset Maugham. Massimo me montó una trampa, un reto, tengo que leer a Scott y a Somerset para ver más constrastes, tengo que seguir pensando la guía reflexiva que me da. Intuyo que ríe porque también sé que en el fondo piensa la realidad de su casa, de la Plaza Altamira, de Venezuela. Massimo no fue un filósofo aislado de la realidad, le gustaba sacarla cuando menos lo esperábamos y así lo hizo en decenas de escritos que dejó en periódicos, revistas y entrevistas. De repente dice: Lo que está pasando en Venezuela es que está rodeada por creadores de Utopías, y estos hombres son parecidos a aquellos que teniendo un dolor de muela, creen que la felicidad consistirá en no tener el dolor. Queriendo forjar una sociedad perfecta mediante la prolongación sin fin de algo que solo era valioso porque era provisional. El camino más sabio sería decir que existen ciertos criterios por los que la humanidad debe guiarse, que la estrategia global está trazada, pero que las profecías detalladas no son asunto nuestro. Todo aquel que intenta imaginar la perfección no hace más que delatar su propio vacío. Y sí Álvaro, veo que cada semana por la televisión a profetas y utopístas, hay una felicidad socialista pincelándose constantemente por contrastes con una supuesta riqueza instalada en una Venezuela paradisíaca. Los políticos, los docentes, los empresarios venezolanos quieren forjar una felicidad socialista como la que retrata Dickens al final de Canción de Navidad, y así los venezolanos no puedan imaginar otra, o quizás lo más importante, los sectores de pensamiento y producción no enseñan a cada individuo del país que deben ser autónomo para escoger su libertad de obra y los criterios para su discernimientos.
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Plaza Altamira de Caracas: lugar de encuentro de utopías | |
Llegó la hora de la clase, entramos al salón, Massimo siguió sus lecturas, sus análisis, luego regresaría a las cercanías de plaza Altamira y yo me iría a mi casa. Tiempo después me informaron que se había ido del país por razones personales y que no podía terminar el seminario, pero que evaluaría los trabajos que se le enviará a su e-mail. Mi trabajo y la evaluación se perdió en la Web. Me acuerdo de esta conversación no por el tiempo en que ocurrió sino por el espacio: la universidad, plaza Altamira, Venezuela. He visto en los últimos años cómo el gobierno venezolano promueve la felicidad socialista, aquella que retrató Dickens, aquella que me alertó Massimo. Lástima que se fue de una Venezuela congestionada con profecías y constrastes banales, lástima que las nuevas generaciones de estudiantes no puedan analizar sus reflexiones y quizás no quieran leer a Dickens. Lejos de Venezuela, lejos del tiempo de esta conversación siento su vigencia como una verdad aplastante, lo que me hace admirar a Desiato y su valentía para cuestionarse la felicidad desde las obras literarias, desde su autonomía de pensamiento, desde sus decisiones de vida. Un saludo al maestro donde se encuentre.