jueves, 27 de marzo de 2014

RENATO RODRÍGUEZ. ACEPCIÓN DE VARIAS REGLAS


La foto de un escritor de resistencia: Renato Rodríguez. Un lugar, un tiempo, un libro indefinible
Mi Amiga Japonesa me preguntó cuál es mi escritor favorito. Fácil pregunta y... ¿fácil respuesta? Digo algunos nombres conocidos, algunos exóticos, incluyendo a un coreano. Ella se queda mirando la ventana, ordenando su pregunta en español y me mira fijamente para precisar: ¿cuál es tu escritor venezolano favorito? De repente me doy cuenta que siempre que me hacen la pregunta ¿cuál es mi escritor favorito? Comienzo una larga lista, aunque la pregunta está en singular, y en esos recitales rara vez introduzco a un escritor venezolano. ¿Manía? ¿Esnobismo? ¿Inseguridad? He leído a varios autores venezolanos, desde los denominados "clásicos" comenzando por Rómulo Gallegos o José Rafael Pocaterra, hasta manuscritos de amigos venezolanos que aún no han sido editados. De esta gama de escritores que, Mi Amiga Japonesa exige precisión, le respondo, luego de reflexionar un rato: Renato Rodríguez. ¿Y por qué te gusta?, me lanza una segunda pregunta. Siempre las segundas preguntas son reflexivas, de estrategias, de esperar movimientos; así que uno se debe tomar más tiempo para responder; le comento que me provoca un café, que quiero probar mi nueva máquina de café expreso y me voy a la cocina. 
¡Viva la Pasta! Síntesis de su experiencia culinaria
Veo cómo la máquina disuelve el café molido y mientras tanto repaso mentalmente las obras de este margariteño nacido el mismo día del nacimiento de Kafka, pero del año de 1929. Creo que leí toda su producción, aunque aquí en Japón no tengo la oportunidad de repasar sus escritos, Me baso en mi memoria y unas notas que hice hace años, así como la ayuda incondicional del sabelotodo Google para rememorar sus obras y lo que considero algunas de sus principales ideas. Así tenemos una lista de producción que comienza con Al Sur del Equanil (1963), El Bonche (1976), La noche escuece (1985), ¡Viva la pasta! Las enseñanzas de Don Giuseppe (1985), Ínsulas (1996) y termina con Quanos (1997); o por lo menos esas son las que leí y su orden. Las leí porque un amigo, cuando hacía mis estudios de posgrado, me recomendó las obras de Renato Rodríguez con una pasión tan profunda como aquella que se desarrolla cuando nos enamoramos por primera o segunda vez. -Es un genio, -me dijo José Javier-, es uno de los mejores escritores de Venezuela. Aseveró luego de saborear una cerveza. habló tantas maravillas de Renato Rodríguez que una ansiedad por leerlo creció y él generosamente me dejó una copia del libro La noche escuece. Esa misma noche comencé a introducirme en el mundo de este autor poco conocido por las calles de Venezuela, o por lo menos poco mencionado en textos, ensayos y aulas; pienso que esta condición de invisibilidad en los medios culturales por décadas se debió a que Renato Rodríguez nunca fue un vanguardista, un escritor de moda o farandulero de poetas y académicos. Básicamente fue un cosmopolita que vivió en varios países, especialmente en EE.UU., donde trabajó por varios años en New York en un restaurante italiano. Renato Rodríguez fue un hombre de acción por lo que realizó numerosos trabajos, viajes y amores; llenándose de aventuras reales y/o ficcionales que plasmó en narrativas con senderos curiosos, giros con una erudición profunda y ribeteados con una melancolía atroz, pero presto, en el medio de las páginas más inimaginables, hacer un chiste o comentar una anécdota con cierta carga de humor de cualquier tinte o época. Fue un escritor de circunstancias, de aquella vocación narrativa que aparece como necesidad por explicar la vida, los momentos, los absurdos y es por esto que Renato Rodríguez puede afirmar, como de hecho lo hace en algunas páginas de sus libros, que se convirtió en escritor porque tuvo conciencia de no ser nada, de no servir para nada, de no estar preparado para absolutamente nada, tomándose para sí la frase de Richard Wright, quien había sentenciado:... and because I was not prepared to be anything else I decided to becomen a writer.  
Obra que devela con cinismo la idiosincrasia del venezolano
José Javier tenía razón, Renato Rodríguez es un gran escritor, entendí su amor cuando leí las primeras páginas de La noche escuece. Desde entonces yo comencé a coquetear con su escritura, con sus juegos y hazañas. Luego de leer sus obras sentí que en su escritura había algo que necesitaba expresar o destacar desde un ángulo poco recorrido por otros escritores venezolanos, ¿pero cuál era esa óptica, ese mirar? El café se cuela en un recipiente y veo cómo cae gota a gota este elixir que conmueve a media humanidad, mientras caliento leche, moviéndola lentamente con una pequeña espátula de madera dentro de un recipiente de bronce, tratando de obtener la materia prima para hacer un capuchino perfecto. ¿Perfecto?, ¿seguir las normas es metáfora de perfección? Creo que en Latinoamerica, en general, aceptar las normas no es preveer una vía de perfección, sino percibir un sistema de coacción que impide el desarrollo de la identidad. Generalmente el quien sigue las normas se muestra como una persona educada, ordenada, civil dentro de una sociedad complejas de leyes y criterios, y en esta dinámica obtiene su identidad, su ciudadanía, su pasaporte, su nacionalidad, como he podido observar en la sociedad japonesa. El quien sigue las normas en algunos países, como Venezuela, se le aplica una especie de bullying civil, es humillado, burlado, acosado. En Latinoamérica y en especial en Venezuela, alguien que cumpla con las normas y normativas y a veces con el sentido común, es alguien que es percibido como dominado, subyugado, como sinónimo de esclavo, no se le percibe como alguien autónomo e independiente que tiene conciencia de relacionarse en espacios comunes y aceptar el derecho de los otros. Es posible que parte del problema radique porque la libertad y la independencia son vendidas como métodos para engañar las normas, las leyes, la justicia; de aquí que hacer lo que le venga en gana a las personas sea más importante que respetar las leyes de tránsito. En la obra La noche escuece observamos esta dinámica bizarra. El protagonista acepta las normas pautadas por una sociedad pero esa sociedad en la que se desenvuelve no sigue sus propios patrones. De aquí lo patético en ciertas partes de la narración de la obra, como la decepción que sufre el protagonista luego de sus esfuerzos por ser un productor de lácteos, o cuando leemos un proceso donde algo absurdo se transforma en algo cotidiano: "Yo fui el único entre todos los estudiantes que ingresaron ese año a la Universidad que presentó al inscribirse un certificado médico legítimo, legalmente expedido y con todos los sellos y firmas que hacían falta. La noticia se esparció dentro de la comunidad universitaria y cada vez que llegaba a conocer a alguien, profesor, estudiante o empleado escuchaba siempre la misma y ominosa frase: ¡Así que usted es le hombre del certificado médico! (...) Y era que mi inocencia de siempre no sabía ni podía imaginarlo que por la módica suma de diez bolívares uno podía entrar a algún consultorio médico y salir con su certificado en el bolsillo sin ser siquiera examinado". En los países latinoamericanos y en especial en Venezuela, tener inocencia es mal visto. Tener inocencia para muchas personas se asocia con seguir normas o leyes, o el "cuento", así que el saber "brincar" o eludirlas es un acto de astucia e inteligencia. La noche escuece retrata este mundo, con perplejidad, entre una sociedad con profesionales, docentes y políticos que engañan, en contraposición con unos ladrones y pillos que muestran una ética kantiana envidiable. Pienso que esta obra se sitúa en una especie de testimonio, donde el protagonista es un testigo desde el quehacer de las notarías (trabaja como "testigo" para un bufete de abogados), pasando por los hechos de la vida,  del devenir histórico de Venezuela, hasta llegar a los pensamientos íntimos; un protagonista que narra en primera persona mostrándonos, página tras página, que él es una persona normal que cumple las normas, que se esfuerza por superarse económicamente por medio del trabajo y que trata de entender la vida desde una perspectiva del sentido común y moderno, pero que está rodeado por contradicciones, desarrollando una dinámica de crisis a la vez que nos hace reflexionar sobre ciertos aspecto de nuestra contemporaneidad, éxitos y fracasos.
Página inicial de El Bonche
Llego con mi taza de capuchino y le digo a Mi Amiga Japonesa que Renato Rodríguez escribió una novela cuyo título es quizás uno de los mejores retratos de la idiosincrasia del venezolano: El bonche. El problema de ésta palabra es que ni siquiera está registrada en el DRAE, por lo menos en la edición del 2001, no sé si vendrá en la de este año. Cómo traducir la idea de que la palabra bonche contiene ideas relacionadas con una cierta actitud de búsqueda de algarabías y confusiones, acompañado de cierta filosofía de los excesos, y una peculiar aficción por engañar a las normativas e ir a contracorriente del orden civil; que el bonche tiende a destruir planes de trabajo, esfuerzos de desarrollo, criterios hedónicos. En la cultura japonesa no existe una palabra que abarque estas ideas juntas, además si consideramos que en esta isla se estima la seriedad y el trabajo como principales guías de los valores sociales. Explicar el bonche, el bochinche y sus derivados puede ser un trabajo engorroso. Así que le digo tres conceptos con sus variantes a Mi Amiga Japonesa a ver si logro explicarle el título del libro:「やんちゃ、陽気、騒ぎ」los combino y trato de que sintetice la palabra bonche a la que se refiere la tradicción histórica venezolana y que usó Miranda (Carmen y Franscisco) para explicar algún momento crucial. De todos modos Mi Amiga Japonesa le encantó los gatos del libro. El Bonche es un viaje de un venezolano por el extranjero, pero curiosamente es un venezolano tan serio, tan trabajador que lo confunden con un alemán. En cierta parte del libro, un maestro germano lleva a sus alumnos a la fábrica donde Renato Rodríguez trabaja con maquinas alemanas con ritmo caribeño, allí lo ve el maestro y dice: "-Fijaos en las maravillosas destrezas del obrero alemán. A lo que de inmediato piensa Renato Rodríguez: Destreza la tengo, pero de alemán no tengo cara, ya me dijo Stauros que tengo de griego, pero a decir verdad una de las cosas que me impresionó al llegar a Alemania es la enorme cantidad de alemanes que no tienen cara de alemán; la otra fue el tamaño desmesurado de los chicanos". La conciencia de hacer bien las cosas y no asociarse con su identidad lo transfoma progresivamente en un cínico, en un dandy. Rastreamos prejuicios y respuestas ingeniosas como la siguiente: "El primer día de trabajo lo pasé integro estampando con un enorme troquel unos circuitos de metal. tuve que trabajar como un cochino pues por ser suramericano automáticamente tenía fama de holgazán. ¿No había encontrado en un bar a un hombre que me preguntó de dónde era y al decírselo hizo un comentario jocoso? -Suramérica, no, no. De trescientos sesenta y cinco días que tiene el año doscientos cincuenta son de fiestas, no se trabaja. -¿Por qué tenemnos que trabajar como animales? - Le repliqué- Para eso están los alemanes en el mundo." El Bonche mantiene un tono de cínico y de dandy; dos categoría de la singularidad que Renato Rodríguez manejó en sus textos. Su tono cínico combate el poder de los prejuicios, de los poderosos, el dandy, el de los pueblos y las masas. Renato Rodríguez se resistió, nunca cedió a perder su poder como individuo, y como individuo, fue un anarquico toreando los prejuicios derivados de éticas banales y alejándose de políticas correctamente aceptables.
Los orígenes de la primera impresión son una leyenda
Lobo solitario, budista de la escritura, dandy, cínico, sibarita de las pastas. Renato Rodríguez nos lleva por mundos donde la idiosincrasia del venezolano se expresa sin los revuelos de los entretejidos de clases sociales o de las ambiciones psicológicas o políticas que conforman susceptibilidades, él busca dar una identidad sencilla al venezolano, consustancial con su quehace cotidiano. Renato Rodríguez retrata al venezolano desde su privilegiada posición inocente-cínico-dandy y que no ha cambiado desde su primera novela Al sur del Equanil de 1963. En esta novela desarrolló una especie de bildungsroman o novela de aprendizaje donde el protagonista busca un mentor (Rafael) o un ídolo (Tacho), o alguien que le diga quién es, para al final descubrir que lo único que podemos hallar es un destino por hacer, solitariamente y descubrirnos dentro de un sutra que nos apunta constantemente que no somos nada.
Cada hombre es su propia leyenda cuando se narra o lo narran
Le digo a Mi Amiga Japonesa, que a veces me siento un protagonista de las obras de Renato Rodríguez, que a veces me he encontrado en situaciones raras, paradójicas. Quizás de aquí mi predilección por este escritor que al final de sus años, en su retiro por las montañas del Estado Aragua recibió el Premio Nacional de Literatura 2006, para luego dejar de existir el 28 de junio de 2011, un día que seguramente estaba acompañado por sus gallinas y un bastón hecho con un tubo de agua. René Augusto Rodríguez Morales (su verdadero nombre) creó a Renato Rodríguez, así como sus leyendas; como aquella que comentaba y explicaba el origen del título de su primera novela: "Un día estábamos en un bar muy bueno, en la avenida Caroní de Bello Monte. Yo estaba ahí con una gente y entre ellos andaba Gonzalo Castellanos, quien era arquitecto y me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que era escritor y que tenía una novela lista. Cuando iba a decir que se llamaba Al Sur del Ecuador (ese era su título original) me equivoqué y le dije: Al Sur del Equanil, que era una pastilla calmante muy popular. Salvador Garmendia, que estaba presente y muy rascado, dijo: `Ah, pero qué cosa tan buena’. La gente se imaginó que él había leído mi novela y la había encontrado muy buena pero la verdad es que Garmendia se estaba refiriendo a la pastilla llamada Equanil, que era muy buena. Resulta que se corrió la voz de que yo tenía una novela que hasta Salvador Garmendia la había aprobado"; o mitos urbanos como aquella historia que me contó un amigo corrector de pruebas de Monte Ávila Editores. Dijo que una tarde se había acercado Renato Rodríguez a la editorial dejándo allí un baúl con todo sus escritos. Una leyenda, un mito más para Renato Rodríguez, pero de ser cierto, publicar sus obras editadas e inéditas en una colección completa sería, no sólo un homenaje para este escritor "topo" como lo refirió Barrera Linares, sino una fórmula para comenzar a preservar una escritura venezolana, y así cuando a los venezolanos se les pregunten ¿cuál es su escritor favorito? dejen de mencionar clásicos clisé como Dostoievski, premios nóbeles como García Márquez, de época como Cortázar, o de moda como Volpi; porque estos libros rebosan en estanterías de librerías, en bibliotecas públicas y privadas, mientras que libros de Rodríguez, Liendo, Quintero, Guerra, entre muchos otros, de autores venezolanos recientes, desaparecen en su primera edición y nunca son reeditardos para otras generaciones de lectores, convirtiendo estos libros en una especie de obras incunables de difícil hallazgo y dominio. Le concreto a Mi Amiga Japonesa acerca de mi autor venezolano favorito y ahora puedo terminar de disfrutar mi taza de café colombiano, el sabor más cercano que consigo por Japón de Venezuela.  
Renato Rodríguez (1929 - 2011)
 

domingo, 2 de marzo de 2014

MASSIMO DESIATO Y LA FELICIDAD SOCIALISTA DE DICKENS

Massimo Desiato
A finales de octubre de 2013 anoté en mi cuaderno de muertos el nombre de Massimo Desiato. Su muerte fue inesperada, sorpresiva. Había pasado más de una década sin verlo, sin hablar con él, así que no sabía cómo estaba su salud, sus reflexiones, su escritura. Se lo comenté a Mi Amiga Japonesa, le expliqué que él fue un lector minucioso de las obras de Nietzsche, de cómo lo conocí en unos seminarios de estética en el museo Alejandro Otero y le dije acerca de mis días de estudiante en la Universidad Simón Bolívar y del por qué asistí a uno de sus seminarios. Durante un trimestre Massimo dio y propuso una serie de reflexiones sobre literatura y filosofía que giraron alrededor del concepto de sujeto fragmentado. La fecha de esas clases están confusas, pudo haber sido el último semestre del 2002 o el primero del 2003. El seminario no se terminó, o por lo menos sus últimas dos clases no la pudo concretar, por aquellas fechas había mucha confusión política (por supuesto todavía la hay en Venezuela y quizás ya ni podamos usar la palabra confusión sino pérdida política) y grupos de personas tomaron distintos lugares de Caracas, especialmente a los alrededores de la plaza Altamira. Su vivienda estaba por esa zona y los gases lacrimógenos y un recién nacido lo hizo ir a Mallorca donde se radicó finalmente. El tiempo se trastoca, huye, engaña; el espacio no, siempre es preciso por lo que a veces sólo tenemos la seguridad del espacio y nunca del tiempo, y eso es lo que tengo: un espacio con una conversación con Massimo Desiato. 
Charles Dickens
Hay un espacio donde él llegó temprano y yo estaba. Fue la secretaría del posgrado de literatura de la Universidad Simón Bolivar. Fue un encuentro casual, sin homenajes, así que automáticamente nos pusimos a conversar. A mí me iba dejado grandes reflexiones sus clases, particularmente sus comentarios, aquellos que soltaba fuera del texto escrito que leía.  En semanas previas había comentado que cada vez le gustaba más leer a Dickens, que sentía un placer enorme descubriéndolo, especialmente leyendo Los papeles póstumos del club Pickwick. Ese comentario fue parte de su intimidad y de repente me develó una pasión de un hombre pasional. En mi imaginario no veía a Massimo Desiato leyendo a Dickens, parecía que no estuviera en concordancia con las lecturas que uno se imaginaba que realizaba. ¿Dickens? me preguntaba mientras veía su cara de satisfacción en esas clases. Así que aprovechando ese encuentro casual  de ocio y con ciertas excusas banales nos dirigimos a la cafetería donde empezamos una conversación con la interrogante: ¿Dickens? Él me preguntó si había leído algo de Dickens, le respondí que no, pero que había visto muchas películas inspiradas en su obra como: Canción de Navidad, Grandes esperanzas, Oliver Twist. Llegando al espacio del cafetín me preguntó sí podía entrever algunos pensamientos políticos en Dickens. Yo callé, había visto varias versiones de Canción de Navidad,  pero no veía estructuras políticas, sino meras estructuras sentimentales. Él sonrió y me dijo: Dickens siempre plantea el problema de la felicidad, de una felicidad socialista. Y me acuerdo de esta precisión porque la palabra socialismo comenzaba a inundar las conversaciones de los venezolanos progresivamente.
Scrooge y los Cratchit: paradoja de felicidad socialista
¿Felicidad socialista? y... ¿cómo se puede entender eso? Desiato mira a los alrededores donde las montañas protegen a la Universidad y dice: por contraste. Dijiste que habías visto Canción de Navidad, bueno en esa obra Dickens presenta a la familia de Tim, los Cratchit, allí aparecen todos felices al final ¿no?, pero esa felicidad radica por un contraste; están contento porque, por una vez, tienen bastante para comer. Los vapores de pudín de Navidad flotan sobre un trasfondo de casas de empeño y trabajo mal pagados, y el fantasma de Scrooge está sentado en la mesa. El padre de Tim que trabaja como un esclavo para él quiere beber a su honor, aunque la esposa lo evita con razón. Los Cratchit son capaces de disfrutar la Navidad porque precisamente acontece solo una vez al año. Su felicidad es conveniente porque se la representa como una felicidad incompleta. Pienso en estas reflexiones y me digo si la felicidad que viven muchas persona es por ese contraste que deriva de una felicidad incompleta y que no la pueden percibir o imaginar de otra manera. ¿Entonces pareciera que los seres humanos solo pueden apreciar la felicidad por contraste? pregunto a Massimo. Se puede pensar eso. La felicidad como un problema de contraste y que solo es reconocible desde y a través de contraste, por eso la concepción de felicidad implícita en la metáfora de cielo o como finalidad de las utopías varía de una época a otra. En la sociedad preindustrial que describe Dickens, el cielo era representado como un lugar de reposo eterno, adoquinado de oro, porque la experiencia del común de los humanos era la del trabajo excesivo y la pobreza, por eso la mayoría de los finales de las obras de Dickens, para sus personajes, son tener unas cien mil libras, una casa antigua y pintoresca cubierta de hiedra, una mujer dulce y femenina, un criadero de hijos y por supuesto ningún trabajo. Todo es seguro, dulce, pacífico, y ante todo doméstico. Los trabajadores domésticos son cómicos y feudales, los niños balbucean a tus pies, los viejos amigos se sientan juntos a la chimenea a hablar del pasado, hay una sucesión infinita de comida en las obras de Dickens. Lo curioso es que resulta una imagen verdaderamente feliz, o al menos Dickens consigue que lo parezca. 
Una familia feliz por contraste
Pienso es esto. Me acuerdo de finales felices, aquellos que no piden razones. Los finales abiertos o aquellos en los que hay que pensar, no agrada a los niños porque no pueden hallar un después. Los finales felices son un punto estático donde el contraste desaparece, los pensamientos de causa y efecto se anulan y podemos salir del cine o de la obra literaria con un sentimiento de satisfación y de posibilidad de que ese final nos ocurra. Massimo se queda mirándome porque intuye que yo no veo la escena final de Canción de Navidad como una síntesis de felicidad socialista. ¿No será más bien una felicidad burguesa la que refleja Dickens? Se lo menciono a Massimo. Él se ríe, porque una de las cualidades que tenía Massimo era que tenía un humor muy fino y una gran pasión por la verdad. Pues, lo que dice es lo que pareciera. Pero la burguesía no vende un sistema de felicidad, sino una "felicidad socialista". Es cierto que los relatos de Dickens transcurren de manera casi invariable en un ambiente de clase media. Si uno estudia a profundidad sus novelas, descubre que sus principales protagonistas es la burguesía comercial londinense: abogados, empleados, comerciantes, taberneros, etc. No hizo un retrato del trabajador agrícola, y apenas uno solo de un trabajador industrial: Stephen Blackpool, en Tiempos difíciles. Ahora bien, Dickens no fue un narrador "revolucionario", cómo muchos creen por mostrar las condiciones de vida de los pobres porque Dickens no creía que se pudieran cambiar las cosas; así en Historia de dos ciudades se narra una revolución sangrienta, pero realmente no pasa nada, y aunque es cierto que en sus novelas existen graves denuncian de abusos, especialmente a los niños, en cada página se nota que es consciente de que la sociedad es injusta desde las raíces que se hunden en su estructura moral, por lo que Dickens a lo largo de sus obras no aspira a construir o destruir el orden vigente, sino exhortar a que si uno se porta decentemente el mundo sería mejor. Fíjate en la cantidad de ricos bondadosos que llenan sus páginas. Pickwick, los Cheeryble, Chuzzlewit y por supuesto Scrooge; ellos van de aquí para allá subiéndoles el sueldo a sus empleados, dando palmaditas en la cabeza a los niños, sacando a morosos de la cárcel y haciendo de hada madrina. Al parecer para Dickens la bondad del individuo es el remedio para todo. Es evidente que Dickens quiere que se trate bien a los trabajadores, pero nada hace suponer que quiera que tomen las riendas de su propio destino, y menos aún por medio de la violencia. La burguesía controla el sistema y le presenta la "felicidad socialista" a los pobres, el momento irrepetible, único, especial de compartir en una mesa su bondad con el pobre, el alienado, el oprimido. Lo triste es que muchas revoluciones y sus profetas, hacen exactamente las proposiciones de Dickens; ilustran una "felicidad socialista", un punto estático donde todos se reunan en un gran banquete; donde los alimentos y bebidas serán donados por un hombre bondadoso, en este caso el Estado o sus representantes, pero estos Estados Socialistas no buscan que sus ciudadanos tomen las riendas y control de sus destinos, y lo más importante, que desarrollen la fraternidad entre los hombres respetando su condiciones sociales y pensamientos. 
La Felicidad Socialista no enseña a tomar las riendas de la vida
Creo entender aunque no estoy seguro. A ver: Dickens presenta una felicidad socialista porque los pobres, los oprimidos, los miserables, sólo conocen la felicidad por contraste de su destino que hacen con las escenas pinceladas por el autor británico de abundancia, escenas a su vez que derivan al retratar una clase media, entonces, ¿cuál es la felicidad de los ricos? Massimo sonríe. También por contraste, pero no con la pobreza o miseria, sus contrastes están inscritas en otras novelas, en otros imaginarios como los que recrean Scott Fitzgerald o Somerset Maugham. Massimo me montó una trampa, un reto, tengo que leer a Scott y a Somerset para ver más constrastes, tengo que seguir pensando la guía reflexiva que me da. Intuyo que ríe porque también sé que en el fondo piensa la realidad de su casa, de la Plaza Altamira, de Venezuela. Massimo no fue un filósofo aislado de la realidad, le gustaba sacarla cuando menos lo esperábamos y así lo hizo en decenas de escritos que dejó en periódicos, revistas y entrevistas. De repente dice: Lo que está pasando en Venezuela es que está rodeada por creadores de Utopías, y estos hombres son parecidos a aquellos que teniendo un dolor de muela, creen que la felicidad consistirá en no tener el dolor. Queriendo forjar una sociedad perfecta mediante la prolongación sin fin de algo que solo era valioso porque era provisional. El camino más sabio sería decir que existen ciertos criterios por los que la humanidad debe guiarse, que la estrategia global está trazada, pero que las profecías detalladas no son asunto nuestro. Todo aquel que intenta imaginar la perfección no hace más que delatar su propio vacío. Y sí Álvaro, veo que cada semana por la televisión a profetas y utopístas, hay una felicidad socialista pincelándose constantemente por contrastes con una supuesta riqueza instalada en una Venezuela paradisíaca. Los políticos, los docentes, los empresarios venezolanos quieren forjar una felicidad socialista como la que retrata Dickens al final de Canción de Navidad, y así los venezolanos no puedan imaginar otra, o quizás lo más importante, los sectores de pensamiento y producción no enseñan a cada individuo del país que deben ser autónomo para escoger su libertad de obra y los criterios para su discernimientos. 
Plaza Altamira de Caracas: lugar de encuentro de utopías
Llegó la hora de la clase, entramos al salón, Massimo siguió sus lecturas, sus análisis, luego regresaría a las cercanías de plaza Altamira y yo me iría a mi casa. Tiempo después me informaron que se había ido del país por razones personales y que no podía terminar el seminario, pero que evaluaría los trabajos que se le enviará a su e-mail. Mi trabajo y la evaluación se perdió en la Web. Me acuerdo de esta conversación no por el tiempo en que ocurrió sino por el espacio: la universidad, plaza Altamira, Venezuela. He visto en los últimos años cómo el gobierno venezolano promueve la felicidad socialista, aquella que retrató Dickens, aquella que me alertó Massimo. Lástima que se fue de una Venezuela congestionada con profecías y constrastes banales, lástima que las nuevas generaciones de estudiantes no puedan analizar sus reflexiones y quizás no quieran leer a Dickens. Lejos de Venezuela, lejos del tiempo de esta conversación siento su vigencia como una verdad aplastante, lo que me hace admirar a Desiato y su valentía para cuestionarse la felicidad desde las obras literarias, desde su autonomía de pensamiento, desde sus decisiones de vida. Un saludo al maestro donde se encuentre.