País: EE.UU.
Director: Alfonso Gómez Rejón
Actores: Thomas Mann, RJ Cyler, Olivia Cooke.
Sinopsis: Una historia en apariencia simple: Greg está pasando su último año en el instituto, nadie lo conoce mientras él tiene una cartografía del instituto, de sus habitantes y de lo que puede esperar. La familia de Greg pertenece a una clase media donde un padre intelectual convive con una madre posesiva, estos padres permiten a Greg poseer una personalidad de renegado sumiso controlado por expectativas sociales y propias de la adolescencia. Con su amigo Earl, hacen películas caseras desde que ambos descubrieron sus gustos por el cine europeo y por sus tramas tan distante a la realidad que conocen y los rodean. En esta burbuja de autocompasión y desesperanza, Greg es obligado a ser amigo de Rachel, una compañera de clase a la que le descubren leucemia. Es a partir de este momento donde todo comienza a girar fuera del mundo controlado de Greg.
Pensar la película: La película posee una fuerza visual y unos usos de planos que permite no caer en lentitudes o velocidades narrativas innecesarias. La actuación es redonda sin desperdicios y aunque parece un argumento trillado, donde el cáncer es el protagonista y las esperanzas de superarlo o no, mantiene el ritmo a seguir, en el fondo, nos hallamos con un filme donde precisamente el cáncer deja de ser protagonista y las esperazas la única vía para representarnos el futuro y los éxitos de la vida. Debo aceptar que no me atren las películas donde el cáncer es protagonista, el cáncer ha pasado a ser: el mal por antonomasia, su sola mención trae tragedia y llantos. El cáncer rompe toda planificación, toda estabilidad y realidad contabilizada, ataca a cualquiera: deportista, vagabundos, intelectuales, drogadictos, madres, hijos, campesino, políticos, millonarios, niños. Siempre había oído que el dinero no puede comprar el amor, los sentimientos, la amistad, pero a principios del siglo XXI la frase se comprime para decir que lo que realmente nunca podremos comprar será la cura del cáncer. El cáncer concentra en la actualidad todos los mitos de dioses vengativos o metáforas de finitud: las moiras, némesis, las horas, las calaveras que se acumulan en nuestra memoria colectiva. Mi postura ante la gran cantidad de películas donde el protagonista es el cáncer, es que los marcos, los fondos, las posibilidades de pensar estas películas son obnubiladas por los sentimientos que afloran ante la incomprensión del ser y su finitud, por las culpas, por la impotencia, por lo que rara vez estos tipos de películas permiten concienciar las situaciones y sus posibilidades. No tengo referencias de cuándo comenzaron a pulular películas donde el cáncer fuera el protagonista, pero seguramente una película que marcó el guión fundamental fue: Love Story del año 1970, dirigida por Arthur Hiller, donde básicamente nos introduce en la construcción de una felicidad que supera todas las barreras clásicas: ecónomica, de clase, de valores, pero cuyo pináculo no podrá ser superado debido a la enfermedad terminal de Jenny: leucemia. Ya no es la familia, las clases sociales, las razas, los estudios, los egos, el dinero, las religiones, las guerras; los elementos que quiebran la felicidad, sino la muerte metaforizada en el cáncer. Pienso que la metáfora de la muerte como cáncer es una marca de la mundialización digital que vivimos. El cáncer y lo digital cada vez está mas unido, porque ante de este boom digital, la metáfora de la muerte lenta e inexorable como enfermedad fue la tuberculosis, son innumerables las películas y las obras literarias donde la tuberculosis fue la protagonista prinicipal que cargaba el héroe o la heroína en algunas obras de Poe, Dumas, Dostoievsky, Mann y en películas como: Alfie, de 1966 y dirigida por Lewis Gilbert, Cowboy de medianoche de 1969, dirigida por John Schlesinger, Una breve vacanza, de 1973 y dirigida por De Sica, así como películas contemporáneas ambientadas en los siglos pasados. Hay una metamorfosis del mal de la felicidad, de la tubeculosis literaria al cáncer digital, y esta perturbación nació cuando en mi primer año en Japón, alquilé, por primera vez en este país de yenes y sushi dos película en original, sobre dramas adolescentes con la vaga idea de adapatarme un poco al lenguaje juvenil y a ciertas expresiones, así como avizorar posibles comportamientos de mis alumnos y temas de conversación, ya que ellos hablaban de estas películas: 恋空『こいぞら』que se puede traducir como Amor del cielo de 2007 y dirigida por Imai Natsuki『今井夏木』y スマイル聖夜の奇跡『スマイルせいやのきせき』también del 2007 pero dirigida por Jinnai Takanori『陣内孝則』ambas películas narran historias de amor y de un abrupto alejamiento por parte de uno de los protagonistas, dejando al otro en un mar de confusiones. Al final todo se devela, mostrándo el cáncer como obtaculo de la felicidad y de los procesos de resignación por la perdida; pero estas no han sido las únicas películas japonesas, coreanas, americanas o europea que giran en torno al cáncer, sino una filmografía que me abruma teniendo todas más o menos el mismo final lacrimoso, sin aprendizajes y lleno de culpas aunque... hay excepciones como: Gritos y susurros dirigida por Ingmar Bergman de 1972, Mi vida sin mí de Isabel Coixet de 2003 y Biutiful de Alejandro González Iñárritu de 2010, porque aunque el cáncer es el protagonista, a diferencia de la mayoría con guión lacrimoso trillado, estas películas posibilita la conciencia, es decir, concienciar las posibilidades de pensar que un caso, situación o resolución, se pueden resolver en un sentido o en otro, en ambos inclusive y a veces opuestos, así como concieciar la irresolución del todo o del caso. La conciencia siempre crea ambiguedades porque reflexiona sobre totalidades incompletas, rompe la esperanza por una meditación sobre la existencia, la conciencia trata de liberarse de los actos de fe, de la voz común y busca plantear el problema de manera humana y personal, la conciencia trata de representar y concebir lo irrepresentable e inconcebible del hombre desesperado; tener conciencia de la situación sobre el fin de la existencia es insoportable, pero lo interesante de estas películas y en especial Me and Earl and the dying girls es que podemos apreciar este proceso de concieciar, de asumir la desesperación, de no remitirse a aceptar una vida de ontologías vacías y a saber que la muerte en el fondo siempre es la muerte de otro cuyo objetivo es dejarnos una enseñanza y no culpas, reproches, reclamos; en la película de Alfonso Gómez Rejón estos objetivos con logrados son sobriedad y además con juegos estéticos envidiables.
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