Iván Rafael Hernández Dala |
LA
LEALTAD DE LA REVOLUCIÓN
Iván
Hernández Dala estaba detrás de un vidrio que lo protegía de algún posible
atentado a su existencia, había tenido una vida dedicada a proteger con lealtad
al Presidente de la República, ya que uno de sus cargos era sencillamente
mantener a Nicolás Maduro a salvo de cualquier
atentado, intentona o salvajada. En su silencio, mientras oía su juicio que se
celebraba por sus responsabilidades en varios actos de lesa humanidad mientras
fue el máximo encargado de DGCIM,
la Dirección General de
Contrainteligencia Militar, donde entre otras cosas oía los cargos que
se le inculpaban como: torturas, desapariciones, entrega de armamentos a grupos
ilegales, paramilitares y parapoliciales, asesinatos, exterminios, etc., se
acusaba a este general de dar órdenes de maltratar y mancillar contra todos
aquellos que atentaran contra el poder investido en el presidente, los que
tenían más suerte eran dejados apretujados con otras docenas de personas en una
celda infernal con el espacio mínimo para un retrete. Él nunca sonreír y
aceptaba la vida de un militar con el acatamiento de todos los valores
militares que orbitaban siempre sobre la heroicidad, sobriedad, gallardía,
orden, compromiso, valentía; y nunca, nunca: sobre el huir, escapar, o ser cobarde.
Toda su vida se preparó para no ser un cobarde, aunque como había escuchado
alguna vez, sólo los caballos sobreviven a los héroes, cuando huyen. Recordaba
aquel lejano agosto de 1984, cuando entró como aspirante a la Academia Militar
de Venezuela, fue un día despejado donde sus familiares lo vieron vestido por
primera vez de uniforme de soldado, sentía el orgullo en la mirada de su madre
quien lo volvió valiente, quien le mostró cómo pelear en la vida y lograr tener
lo que se quiere y lo que se merece, le enseño ser orgulloso y leal. Ese día agosto
estuvo cinco horas esperando su turno para acercase a la bandera del país,
besarla y jurar su lealtad para defenderla por el resto de su vida. La lealtad
significaba todo, lo aprendió como cadete junto con el hábito de obedecer, de
no sentir miedo, de disparar fusiles, de aprender a enfrentarse con el enemigo
con la victoria siempre en el horizonte. Algunas tardes en el casino, oía a los
alférez hablando sobre lo que hace un buen militar: ser un buen militar implica
recibir y ejecutar una orden y respetar las jerarquías que siempre implica
orden y control; no obedecer una orden, no aceptar la jerarquías implicaría un
cinismo y el cinismos no puede ser aceptado en el ejercito, tampoco una
resistencia sin sentido que en el fondo es una cobardía disfrazada, la
naturaleza del ejercito, de los militares era elevarse a través de sus valores
a la categoría de héroe. Ser heroico es el baluarte de un buen militar, esto lo
oía también del capitán Chávez cuando se quedaba los fines de semana de
guardia. El capitán le enseñaba aquella historia de lealtad y heroicidad cuyo
ápice siempre estaba Simón Bolívar. Desde esos adolescentes años decidió hacer
actos nobles y seguir el camino de la lealtad, especialmente al capitán Chávez
que le mostraba el camino. Ahora era acusado de asesinatos, torturas,
desapariciones, de dar ordenes que fueron ejecutada violando los derechos
humanos. Él miraba en silencio a su alrededor, se acordaba de cómo después de
la muerte de Chávez, Maduro confió su vida en él y a algunos miembros del
Órgano de Seguridad del Estado de Cuba quienes cooperaban en organizar y
precisar a los saboteadores del procesos revolucionarios bolivariano. Había que
defender esa revolución, aquella creada por el heroico Chávez, no había que
tener miedo a los enemigos de la revolución, había que mostrar lealtad sobre
cualquier otra emoción o pensamiento. Él entendió las órdenes, entendió su
misión, entendió la gallardía que hay en la defensa de aquello que se quiere,
por lo que se lucha, así que consideraba que todas sus acusaciones eran propias
de hipócritas cobardes. Cuando el juez le peguntó si tenía conciencia de todos
aquellos actos de lesa humanidad, sobre los desaparecidos, sobres las muertes
hechas en el DGCIM, sobre los
mercenarios rusos que masacraron el pueblo con su venia, con el ataque a
civiles quienes intentaron detener al presidente en su huía, mientras él con un
grupo de soldados les disparaban para salvar a Maduro. El general sólo
respondió: yo sólo soy un militar que seguía órdenes de poder ejecutivo, un venezolano para mantener la paz de la República, yo sólo soy un soldado que
cumplió su misión que era la seguridad de mi país, de mi presidente, de mis
valores. En ese silencio alguien comentó cerca de un micrófono que luego se pudo oir en algun podcasts, la banalidad de
mal que siempre está en los núcleos argumentativos de los militares, quienes en
última instancia, por mantener un orden azaroso, como cualquier orden, dentro
de una jerarquía vetusta y corrupta, anula cualquier capacidad de pensamiento
crítico, cínico, humano.