jueves, 20 de febrero de 2014

VENEZUELA Y LA FIESTA DE LENIN

Ouvriers etudiants unis nous vaincrons. Francia, mayo del 68,
los estudiantes mostraron al mundo que el poder no está en el Estado,
sino en cualquier calle, rincón, donde se pueda acosar 
¿Qué ocurre en Venezuela en este mes de febrero de 2014? Pregunta Mi Amiga Japonesa mientras me ve viendo noticias u oyendo la radio con un rostro de pesadumbre que ella poca veces ve en mí y mordiendo mis uñas sin fruición. Desde que nos conocemos le he dado diversas explicaciones de lo que pasó, pasa y pasará en Venezuela según mi entender. Ella me comprende pero a veces no puedo explicar por qué se repite una y otra vez la historia de los desconsuelos: las manifestaciones en las calles, los muertos y heridos en las aceras, los discursos de culpabilidad, redención y omisión, los llamados a marchas y contramarchas, la excesiva pérdida de tiempo, formación y recursos, todo en "democracia", todo con un cierto orden que a veces no tiene lógica ni por qué. ¿Esto no ocurrió ya? Pregunta ella, no fue por esta razón por la que emigraste, precisa ella. Si, le contesto y miro la pantalla de la computadora. Lo que pasa, le comento de repente, es que muchos venezolanos quieren disfrutar de la fiesta de Lenin y piensa que será pronto... muy pronto. ¿Fiesta de Lenin? Cuestiona Mi Amiga Japonesa en japonés. Y fue el momento donde tuve que hacer un ejercicio de memoria, largo, con fallas, con plagios, con inseguridades para explicar por qué me vino a mi mente la frase: la fiesta de Lenin
Cartier-Bresson miró la omnipotencia del
pensamiento de Lenin en la antigua URSS
Ante de que esta revolución bolivariana se hiciera, estudié filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Allí entre fotocopias y chismes trataba de aprender a pensar bien (creo que no funcionó, creo que aún pienso con muchos errores, pero en fin, trato de no perjudicar a nadie con mis pensamientos). Una de las características de la escuela de filosofía es que era -o es- uno de los pocos lugares en donde las personas podían estudiar con seriedad lo que significaba el pensamiento de izquierda, sin que necesariamente las personas tuvieran que pertenecer a un partido de izquierda, léase: MAS, MIR, BANDERA ROJA, CAUSA R. En las clases se analizaba en una tabla de disección los argumentos y las ideas de los pensamientos revolucionarios que habían moldeado a la sociedad Occidental. Uno podía estudiar por años las obras de Hegel y/o Marx, por nombrar a los grandes o Proudhon y/o Lenin, por nombrar a otros escritores no tan grandes. En esos años ochentas en que estudié filosofía, también comenzaron los pensamientos de reajustes de la izquierda inducidos por Foucault, Deleuze y Guattari, pero apenas se podían conseguir sus pensamientos traducidos. Por la escuela había siempre muchos estudiantes de izquierda, anarquistas, bolcheviques, socialistas, revolucionarios y "ñangaras", como algunos se calificaban, mostrando un crisol de actitudes y posturas ideológicas; yo por aquel entonces era un marxista de cafetín, básicamente porque no me gustaba poner en peligro la única vida o el único cuerpo que conozco, era –o soy– un marxista hedonista; siempre preponderado mi vida sobre los demás (como hace la mayoría de los académicos del mundo, de ahí la seguridad de las cátedras que evitan arrojarse al mundo salvaje), o quizás sencillamente no tengo madera de mártir, de morir por una idea política. Ya había leído algunos libros como Reportaje al pie de la horca, de Julius Fučík, y este libro me había vuelto algo escéptico para sostener ideas políticas, porque a través del libro de Fučík, a la distancia, reflexioné que todo ideal político sufre procesos metamórficos que la desvirtúa de su aparición original.

Ludovico Silva, uno de mis maestro, su muerte
creó un duelo en varios de sus estudiante que
desahogaron in vino veritas 
Tuve buenos maestros "izquierdosos": el extremista de José Rafael Nuñez Tenorio, el estético de Ludovico Silva y el anárquista Ángel Cappelletti; por nombrar algunos de los profesores de los que aprendí a reflexionar sobre el pensamiento político de izquierda. Estuve casi cinco años leyendo a los grandes y pequeños escritores de izquierda -y aún los leo-, asistiendo a clases donde estos profesores analizaban los argumentos de la izquierda y de la derecha durante horas, pero estas anécdotas de mi adolescencia que muestra cierta vanagloria, en el fondo es el un telón para presentar a unos amigos de la época, especialmente al El Gordo. El Gordo era un estudiante de filosofía de unos treinta años, vivía en una zona popular por Casalta y trabajaba de mesonero para mantener su casa y la crianza de su beba. Él era un apasionado de los libros "revolucionarios". Había asistido a todos los cursos dictados sobre Marx o sobre tópicos del pensamientos de izquierda. Quería hacer una tesis sobre Althusser con Ludovico Silva. El profesor murió viendo las elecciones de 1988, quizás una premonición intelectual le aseguró lo que venía, quizás una tristeza tan profunda percibió ese día y no pudo expresarlo en un poema, por lo que nos dejó y abandonó al El Gordo sin concluír su tesis. El Gordo era un marxista-leninista, por lo que tenía todos las obras de sus pensadores favoritos: Marx y Lenin, a veces repetidos, una vez me regaló K. Marx. Escrito de juventud de Francisco Rubio Llorente, cuando la edición estaba agotada. ¿Y donde lo conseguiste "Gordo"? le pregunté cuando dejaba el libro en mis manos. Es que lo tengo repetido, me explicó, y tú siempre me dices que lo andas buscando por la calle, así que te lo regalo, no te preocupes tengo como cuatro más en la casa. Ese fue el primer libro de Marx que leí, quizás tenía dieciocho o diecinueve años, luego seguí leyendo a Marx, Engels, Althusser, Trotsky y Lenin, no porque me fascinaran precisamente, sino que El Gordo, en las noches, entre las cervezas y los cigarrillos, hablaba horas y horas de aquellos libros, por lo que generaba una curiosidad propia de mí. 
Los bares, lugares de reunión, leyendas y recuerdos.
Fue en una de esas noches de enero, en uno de los bares de Las Acacias donde me reuní con "El Gordo" que era marxista-leninista y estaba dolido por la muerte de su tutor, también vino "El Colombiano" para darle apoyo, éste era un estudiante de filosofía y había tenido algunos acercamientos con las guerrillas. Siempre decía que había nacido exactamente sobre la frontera entre Colombia y Venezuela. Decía que en su casa, en la habitación donde nació, estaba dividida por una línea que su padre había pintado y que separaba Colombia y Venezuela, pero que él nunca supo en que parte de la habitación estuvo la cama donde fue parido, así que por eso nació sobre la línea fronteriza. Se hacía llamar colombiano en Venezuela, y venezolano en Colombia, y creo que es el hombre más patriota que he conocido, quizás porque amaba las dos patrias o a una grande como fue la Gran Colombia; esa noche también nos acompañó "Pancho", un economista que le interesaba demasiado los ideales de izquierda para quedarse cómodo con un trabajo burgués en un banco y luego comprar coche, casa o ropa de moda, por lo que en las noches estudiaba filosofía, además era un economista particular: despreciaba el dinero y eso siempre me pareció algo interesante de su personalidad, también quería trabajar con Ludovico Silva y hacer una tesis revolucionaria, pero como a El Gordo, también él tenía duelo esa noche. Como toda noche en que íbamos a bares después de las clases, discutíamos sobre algunas obras filosóficas, pasajes o sentencias de profesores, esa noche conversando o dialogando oí por primera vez la expresión: la fiesta de Lenin. Me acuerdo porque El Gordo precisó: Mi sueño es estar en la fiesta de Lenin, y por supuesto quise saber a qué se refería. 
Lenin leyendo la verdad "правда"
El Gordo comenzó a decir, que Lenin en su libro El Estado y la revolución escrito en Finlandia entre agosto y septiembre de 1917 cita a Engels que dijo que indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución; y en otro de sus libros: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática escrito en 1905 en Ginebra, explicó que los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza, por lo que las clases sociales reaccionarias son generalmente las primeras en recurrir a la violencia, a la guerra civil, por lo que se derrocará al gobierno violentamente. El Gordo comenzaba su explicación mostrando el origen de la revolución: la violencia. Yo sabía que El Colombiano y El Gordo veían las acciones violentas como un momento necesario para izar las banderas revolucionarias, pensaban el momento para sustituir por la fuerza la dramática situación que se vivía en Venezuela a mediado de los ochenta, durante el gobierno de Lusinchi, que al final cerró a las universidades por más de cien días diciendo que no había dinero para ella, que empobreció más a los pobres, que generó desempleo, que no existió un coeficiente de ética en su vida pública y menos privada, pero aseguró, no sé bien cómo, que Carlos Andrés Pérez ganara las elecciones del 1988. Si, afirmaba El Colombiano, cual profeta, mas tarde o más temprano la violencia estallará. Luego estalló el Caracazo, pero ni siquiera Nuñez Tenorio ni lo demás marxistas y marcianos pudieron explicar con argumentos filosóficos lo que pasó, sólo rodeos pasionales, economía aislada, generaciones retorcidas explicaban algo de lo que sucedió.
El Caracazo: comienzo de todo, aunque nadie explicó nada con
precisión, nadie entendió las causas; puro exacerbación del deseo
y perturbación de las fantasías creadas de una Venezuela petrolera.
Pancho fumaba y comentó que no veía económicamente viable las salidas violentas. Era un cultor del diálogo, siempre decía que las revoluciones detestan a su hermana apócrifa: la reforma. Pancho era reformista, pensaba que el país lo que necesitaba eran reformas e institucionalidad para eliminar el desgaste económico y social que se estaba generando. Aunque El Gordo y El Colombiano le daban la razón, lo cierto es que argumentaron que las reformas son una fuerza de entendimiento que las clases sociales en Venezuela no conocen y quizás sean engañadas por las oligarquías que controlan el poder. ¿Y conocen la violencia? Preguntó Pancho. Pues, como clase social sí, dijo El Colombiano. Yo tomé otra cerveza. Yo era un marxista de café y un escéptico de bares como me acusó una vez El Colombiano, por mis actitudes hacia los desgastes que no se justificaban o porque sencillamente no iba a las protestas como iba él, para al final lanzar un puñado de piedras a la policía. El Colombiano fue herido de bala en el hígado mientras tiraba molotov en la puerta de la Universidad, una bala fue disparada desde el Jardín Botánico. Estuvo dos meses en el Clínico de Caracas, yo expié mi culpa donando sangre. Como marxista de café y escéptico de bares comenté sí lo que El Gordo y El Colombiano querían era que se abriera a machetazos, como en la selva, una revolución. Si, contestó El Gordo: la revolución es destructiva por necesidad, pero solamente por necesidad. La violencia de las armas, la muerte sembrada, la eliminación de toda resistencia, la exaltación destructiva hacen a la revolución. No obstante con esto no basta. La revolución tiene que ofrecer también su programa de construcción. Lenin habla en Las tesis de abril sobre la construcción de lo nuevo, lo que necesariamente sigue al punto y aparte de la destrucción de lo antiguo, además Lenin en Las tareas de la revolución comenta que un orden verdaderamente revolucionario que viene después de la violencia destructiva, será la construcción de lo nuevo, y más allá incluso, la disciplina. El Gordo sacó el libro de Lenin Las tareas de la revolución y leyó un subrayado: "Es natural que en las masas, que no hace mucho se han liberado de un yugo increíblemente salvaje, tenga lugar una profunda y amplia efervescencia y fermentación, por lo que la formación de las nuevas bases de la sociedad, necesita de una disciplina del trabajo, por lo que dicho proceso será muy largo"
Cuando los revolucionarios llegaron a Ciudad de México en diciembre
de 1914, entraron con caballos al restaurante Sanborns, el más elegante
de la ciudad en ese momento. Así comenzó la fiesta de la revolución
mexicana y ¿su final?
Miro la cerveza y me pregunto en voz alta que el problema de la revolución sería en realidad un problema de tiempo. Es lo correcto, respondió El Gordo. ¿No entiendes que la destrucción de las viejas estructuras suscitan demasiadas adhesiones? Incluso revolucionarios las desean. Entonces es preciso definir el momento constructivo de la revolución, el de la construcción de lo nuevo, para que asuma claramente las masas su orientación de clase y se defina como revolución proletaria. La revolución llegará a serlo verdaderamente cuando no se formule tan sólo como negatividad, sino también su sentido afirmativo; y será entonces cuando comience la fiesta. Sigo mirando la cerveza y le pregunto al El Gordo: ¿fiesta?, pero si Lenin habla de disciplina y trabajo. Él sonríe y dice: Lenin predice una gran fiesta, la revolución es también un acto festivo, luego añade, Lenin también dice que las revoluciones son la fiesta de los oprimidos y explotados, lo dice en su escrito: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática. El Gordo bebe un trago de cerveza y continúa diciendo: nunca la masa del pueblo es capaz de ser un creador tan activo de nuevos regímenes sociales como durante la revolución. O sea que habrá fiesta y la fiesta será creatividad. Es preciso ver las revoluciones como una fiesta. La vemos como violencia, como destrucción, como acto de fuerza, como negatividad, la vemos como desorden; luego la debemos ver también como positividad, como construcción, como un acto de creatividad, como disciplina; por lo que es preciso verla como una fiesta, vale decir, como un hecho de alegría y entusiasmo. Lenin predice de la energía de las masas en esa fiesta, Lenin habla de la fiesta de los oprimidos y explotados. El Gordo sueña, dice que quiere vivir esa fiesta. !Quiero estar en la fiesta de Lenin! levantó algo su voz y posteriormente tomó su vaso de cerveza. Yo empecé a ver todo a través de los cristales de las botellas. 
Entre lo apolíneo y lo dionisíaco se destaca las
fotografías de Robert Mapplethorpe
No sé por qué recordé esa dualidad entre lo apolíneo y lo dionisíaco en aquel discurso. Sé lo comenté, le dije que había algo que no me parecía lógico, o quizás demasiado predecible, que esa dualidad era un velo que realmente ocultaba el poder de las cosas y que prefiero la idea de Pancho de las reformas, porque estas no destruyen ni aniquilan las cosas, no necesitan marcar las diferencias, en cambio las revoluciones plantean los cambios urgentemente, marcan las diferencias, obliga a controlar el tiempo. Luego Pancho comentó que las revoluciones tienen que ver más con el tiempo que con el espacio, con la precisión de los días, que con la economía sobre la tierra, por lo que parece que un revolucionario debe ser un experto en la percepción del instante. Tanto El Gordo como El Colombiano aceptaron esa idea de Pancho sobre los tiempos de revolución y la necesidad de una percepción intuitiva del instante. 
Recuerdos de la fiesta de la revolución cubana: El Ché: "hasta la
victoria siempre", Camilo: "Vas bien Fidel",  Fidel...   
Esta conversación fue precisamente un instante antes del Caracazo, antes de que existiera o se plantearan ideas sobre una revolución bolivariana, antes de pensar que ser un estudiante no tiene derecho a expresar sus simpatías o antipatías, mucho antes de venir a radicarme en Japón, en fin una conversación que comenzó a aflorar en mi memoria estos días donde, desde la lejanía, contemplo festines de violencia antes ¿de la fiesta de Lenin? Repaso cómo algunos postulados de Lenin se instalan en Venezuela, quizás más propuestas de Lenin que de Marx, observo cómo el país sigue ciertas estrategias de Lenin, como las siguió la URSS, Yugoslavia, Rumania, China o Corea de Norte; pero creo que al final no hubo fiestas allí, sólo comparsas para entretener las vanidades de Stalin, Tito, Ceaușescu, Mao o cualquiera de los Kim; a veces por algunos documentales muestran la fiesta que se realizó en Cuba cuando Fidel Castro entró a La Habana en Enero de 1959, pero la fiesta creo que duró poco, el tiempo disciplinó al pueblo y eliminó los encuentros dionisíacos. No veo esa fiesta de la que habló El Gordo citando a Lenin, no veo que las revoluciones se puedan ver positivas, afirmativas, mientras las armas, el miedo y el terror conjuren un totalitarismo a la población. Una fiesta significa excesos, plenitud, derroche, abandono del espíritu y del cuerpo, como el buen Baco aconseja y George Bataille describió con certeza en su libro La parte malditay no creo que estos elementos estén presentes en los países que han seguido las estrategias de Lenin. Yo veo en Venezuela violencia necesaria y posiblemente una disciplina que se engendrará en los próximos años sin lógica, sin consideraciones, sin recesiones. No sé nada de estos amigos que comentamos esa noche esas ideas, no sé si están vivos o muertos, pero si están viviendo en Venezuela no creo que estén presenciando la fiesta de Lenin; no me imagino al El Gordo celebrando la creatividad de un pueblo oprimido, ni a El Colombiano observando cómo un pueblo celebra la sedimentación de sus ignorancias, penurias y esclavitudes que mantienen con el consumo banal y las opiniones repetidas. Pancho nunca esperó fiestas, sino reformas, de él supe que acompañó el proceso revolucionario, pero en sus inicios, como lo hice yo, como lo hicieron muchos; luego desapareció, como lo hice yo, como lo hicieron muchos. Sólo me quedan mis fiestas íntimas con Mi Amiga Japonesa, mis fiestas entre mis lecturas y escrituras, mis fiestas con algunos amigos en Kioto, Osaka, Tokio, Nagoya o Kagoshima. Mis fiestas se han reducido cada vez más, pero no vislumbro una fiesta en Venezuela, ni siquiera una pequeña para los oprimidos y explotados por las calles, solo euforias, explosión de adrenalina, cantos e insultos, como si Venezuela fuera un coliseo donde a diario, gladiadores mueren: dos, cinco, diez, mientras se oye coros de los hooligans y llantos de algunas personas. Espero que Mi Amiga Japonesa pueda entender mi desdén por algunas fiestas o fantasías de fiesta y por las creencias que dan algunas personas a ciertos escritos o estrategias políticas. Me queda el consuelo de ir con ella a Kioto el mes que viene, a ver los cerezos en flor, los sakuras, como cada año, como cada ciclo del eterno retorno. Yo tengo consuelo, media Venezuela no, y eso es un drama que ninguna fiesta de Lenin venidera superará.

domingo, 9 de febrero de 2014

EL APÓSTATA CRISTÓVÃO FERREIRA

Michel Onfray, filósofo francés que apuesta por un hedonismo llevado
por un sujeto autónomo, y aunque sus tesis parecen "razonables", se ha
dado a la tarea de desmontar la historia de la filosofía y de las creencias
para poder explicar su sistema filosófico que está rodeado de prejuicios
Era cerca de las doce de la noche cuando terminaba el tercer tomo de historia de la filosofía "alterna" de Michel Onfray Los libertinos barrocos leo: "En este siglo del libertinos por todas partes, encontramos una pepita extraordinariamente brillante e ignorada por los filósofos: se trata de un breve texto de unas sesenta hojas titulado La superchería desvelada 顕疑録・けんぎろく』 firmado por Cristovao Ferreira (1580-1650). El texto ve la luz en el año 1637, año, recordémoslo, de la aparición del Discurso del método. Mientras Descartes hace equilibrios entre la monarquía y la Iglesia católica, este jesuita portugués, misionero en Japón, perseguido por el equivalente de la Inquisición, escapa a la muerte, pero no a las torturas, gracias a la redacción del texto es perdonado, de esta retractaciones que constituye el texto más cercano a la destrucción integral del cristianismo, colocándolo en el borde mismo del nacimiento del ateísmo". Vuelvo a leer el nombre: Cristóvão Ferreira, ¿dónde lo he leído? Empieza a merodear por mi memoria ese nombre y cuando algo merodea por mi memoria crea un estado de angustia que busca desesperadamente neutralizar y la única forma es hallando lo que mi memoria pide, por lo que a veces vivo en un estado de angustia constante: "angustias de memorias". Me levanté de la cama y empecé a revisar por todo el hogar los libros que abundan por la sala de tatami, por la cocina, por el cuarto de baño, pues no tenemos una biblioteca en el apartamento, así que el apartamento es un espacio lleno de libros míos y de bolsos de Mi Amiga Japonesa. Ella me ve dando vueltas por la casa, como un trompo y pregunta: ¿qué buscas? Yo le digo: un apóstata. Ella no conoce esa palabra y busca en el diccionario y halla:『背教者 ・はいきょうしゃ』Veo la palabra en japonés. Sí traduzco literalmente, kanji a kanji, leería algo como: la persona que da la espalda a la doctrina o educación, eso es un apóstata, alguien que niega una orden religiosa a la que pertenece, o alguien que abandona un partido político por cambiar de doctrina u intereses, por lo que deduzco que Venezuela está lleno de apóstata y no precisamente por doctrinas religiosas, o quizás sí, en fin, le explico que busco un libro, ella asienta con la cabeza y se vuelve a dormir. Al final consigo el libro en la base de una columna de libritos. En esta obra aparece el nombre de Cristóvão FerreiraEl silencio『沈黙・ちんもく』de Endo Shusaku『遠藤周作』y que en este Blogger  escribí unas reflexiones sobre esa novela cuando la terminé de leer. 
Shūsaku Endō 遠藤 周作』¿Recordando
perspectivas cristianas?
En ese entonces me pregunté sobre el sentido del silencio en la obra del japonés, llegando a pensar que era un encuentro con un silencio interior que solo aparece en las concentraciones más profundas o en los rezos más repetitivos, aquel silencio necesario para ver desde cierta distancia las cosas y conjugarlas con reflexión y fe; pero releyendo a Onfray, y otros textos, parece más bien que el silencio es la consecuencia de la indiferencia de Dios que se produce frente al horror, las torturas y las injusticias, por lo que paradójicamente el silencio podría ser una prueba de la existencia de la divinidad, porque mientras en el infierno o en nuestro mundo siempre hay ruidos, llantos, risas, en el cielo hay silencio. Me puedo imaginar el Paraíso como un cine lleno de butacas para poder ver el espectáculo de los sufrimientos humanos, eso si, en estéreo y con glorias de alabanza ante y después de cada función, ¿qué más pueden hacer los santos en un cielo eterno de aburrimiento? 
Dibujo de la época Edo, donde se observa un acto de fumie
En la novela de Endo, Cristóvão Ferreira, realiza el papel de apóstata, de ateo, de traidor, una persona que hizo fumie 『踏み絵』es decir, pisar una imagen sagrada colocada en el suelo, como muestra de traición, de lealtad, de amor, de frustración, o para sencillamente seguir vivo sin asumir el aura de mártir. En la novela hallamos a Ferreira que se hace llamar Sawano Chuan沢野忠庵』(como en realidad fue su nombre japonés después de hacer su auto de fe frente al shogún). Posteriormente Ferreira trabajó de traductor para los daimyo『大名』en Nagasaki hasta su muerte. En la obra de Onfray, Ferreira se presenta como el escultor del ateísmo a partir de la decepción de su fe cristiana. En la obra de Endo es un mártir particular, un testigo de la impotencia de las experiencias religiosas, de lo intransferible del conocimiento de las penurias y de las profundidades absurdas de las creencias. Pero no importa la reflexión de Onfray o la de Endo, el texto de Ferreira: La superchería desvelada fue escrito en Japón, un país donde los auto de fe ocurren cotidianamente. Japón es un lugar donde la religión contiene un ritmo que para los extranjeros a veces es inaudible, porque es un ritmo que respeta sólo las formas, los elementos externos y elude las esencias, lo oculto, lo siniestro.
No es que la ropa blanca sea más cómoda para usar en el trópico
venezolano; ciertamente es moda, rango y un buen negocio ser santero
Una de las cosas que me hace sentir bien en Japón es su indiferencia hacia la religión. En Venezuela a veces es imposible mantener conversaciones con personas porque aparece Dios, la Virgen, la ira de la justicia divina en cualquier formato, así como Changó, san Chávez, Ismaelito o una serie de nombres, santos, caudillos, maldiciones, sumisiones hacia los poderes divinos que son usados como muletilla, como sistema modular de ciertas emociones o como revelación íntima de verdad. Pienso que en Latinoamérica es un conjunto de paises creyente por excelencia, de sincretismo profundo, por lo que la espera de los milagros están a la orden del día. El pensamiento mítico religioso en el que me crié abarcaba todo, desde las amistades hasta el trabajo. Una vez hablaba con la vice-rectora en la universidad venezolana en la que trabajaba me habló del poder de la Virgen, de la educación, de la pérdida de valores, de la falta de respeto por Dios, y así iba, entre tratar de mantener un discurso académico con puntos y comas religiosos. Otra vez acompañé a un amigo a comprar un coche de segunda, y mientras examinábamos el vehículo, su dueño fumaba uno puro, todo vestido de blanco, como para que el negocio no le saliera bien a mi amigo. He tenido estudiantes que dicen que con su dios tienen todo lo que necesitan para la vida, incluyendo su moral y ética, otros que buscaron convertirme en buen cristiano en cualquiera de sus modalidades, pero a mi el problema religioso o divino realmente no me interesa, era como ver una carrera de caballos, pero que a diferencia de Pascal, no apuesto, porque toda apuesta es la entrega de una idea, de un trabajo, de una emoción al azar, y ya el azar marca mucho nuestros destinos para darle más valor del que se merece.
¿Una boda tradicional japonesa? No importa
realmente, y es que las fotos de bodas, de
gatos, y bebés son los "like" más comunes
de Facebook de ahí la necesidad de una buena foto
antes de un sentimiento religioso profundo.
Pienso que en gran parte de Latinoamérica hay más apuestas al la justicia del sincretismo que hacia la justicia del hombre, quizás por ello, las personas ven a los políticos como profetas, como sacerdotes de  dogmas e ideas (bien de extrema derecha, bien de extrema izquierda), por lo que uno de los choques culturales a las personas que vienen  a Japón es su gran indiferencia a la religión en su día a día. No esperan milagros, los políticos no son profetas y la justicia debe funcionar como una institución. Así que las personas criadas dentro de una cotidianidad religiosa no entiende el desdén por la religión de los japoneses, así como el uso de ciertos sacramentos. En Japón en normal iniciarse dentro de los ritos shintoista, o religión oficial, luego casarse semejando al sacramento cristiano, o como aparecen en las películas de bodas de Hollywood, y por último ser enterrado con los rezos budistas, como vieron en los funerales de sus padres o abuelos. ¿Sincretismo? sí, pero sin fe, sólo la forma y quizás de aquí el secreto de cierta cosmovisión japonesa sobre la religión: la religión es una forma "formal" de cohesión social, no una sustancia de vida como se enseñan en infinitos lugares de Occidente.
En este libro, el único país real que nombran
es Japón (final del tercer capítulo)
y es para relatar una escena de fumie
Me imagino a Ferreira eliminando sus años de profundidad de la religión cristiana para hallar a Dios y descubrir que para los japoneses no puede ser una sustancia, sino una mera formalidad, las formas cristianas no son compatibles con el poder del shogunato en la época Edo, de aquí el fumie, el acto de romper la sustancia ante la forma. Es posible que esta práctica fuera muy cuestionada en la Europa del siglo XVIII. En la actualidad pasa inadvertida, pero en el libro Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, siempre se menciona países imaginarios, el único país real que nombró fue Japón, y su mención se centra en el ritual de fumie: "El 6 de mayo de 1709 me despedí solemnemente de Su Majestad y de todos mis amigos. Este príncipe me dispensó la gracia de mandar que una guardia me condujese a Glanguenstald, puerto real situado en la parte Sudoeste de la isla. A los seis días encontré navío que me llevase al Japón, y tardé en el viaje quince días. Desembarcamos en el pequeño puerto llamado Jamoschi, situado en la parte Sudeste del Japón; la ciudad cae al Oeste, donde hay un estrecho angosto que conduce por el Norte a un largo brazo de mar en cuya parte Noroeste se asienta Yedo, la metrópoli. Al desembarcar mostré a los oficiales de la aduana la carta del rey de Luggnagg para Su Majestad Imperial. Conocían perfectamente el sello, que era de grande como la palma de mi mano, y cuya impresión representaba a un rey levantando del suelo a un mendigo lisiado. Los magistrados de la ciudad, sabedores de que llevaba tal carta sobre mí, me recibieron como a un ministro público; pusieron a mi disposición carruajes y servidumbre y pagaron mis gastos hasta Yedo, donde fuí recibido en audiencia. Entregué mi carta, que fue abierta con gran ceremonia, y hablé al emperador por mediación de un intérprete, el cual me dijo, de orden de Su Majestad, que cualquier cosa que pidiese me sería concedida por amor de su real hermano de Luggnagg. Este intérprete se dedicaba a negociar con los holandeses; de mi aspecto dedujo inmediatamente que yo era europeo y repitió las órdenes de Su Majestad en bajo holandés, que hablaba a la perfección. Respondí -como de antemano había pensado- que era un comerciante holandés que había naufragado en un país muy remoto, de donde por mar y tierra había llegado a Luggnagg, y allí embarcado para el Japón, país en el que sabía que mis compatriotas realizaban frecuente comercio. Esperaba tener ocasión de regresar con algunos de ellos a Europa, y, de consiguiente, suplicaba del real favor orden para que me condujesen salvo a Nangasac. A esto agregué la petición de que, en gracia a mi protector el rey de Luggnagg, permitiese Su Majestad que se me dispensara de la ceremonia de hollar el crucifijo, impuesta a mis compatriotas, pues yo había caído en aquel reino por mis desventuras y no con intención ninguna de traficar. El emperador, cuando le hubieron traducido esta última demanda, se mostró un poco sorprendido y dijo que creía que era el primero de mis compatriotas que había tenido jamás escrúpulo en este punto; tanto que empezaba a dudar si era holandés o no y a sospechar que más bien había de ser cristiano. Sin embargo, ante las razones que le daba, y principalmente para obligar al rey de Luggnagg con una muestra excepcional de su favor, consentía en esta rareza de mi genio; pero el asunto debía llevarse con mucho tiento y sus oficiales recibirían orden de dejarme pasar como por olvido, pues me aseguró que si mis compatriotas los holandeses llegaran a descubrir el secreto, me degollarían de fijo en la travesía. Volví a darle gracias, valiéndome del intérprete, por tan excepcional favor; y como en aquel punto y hora se ponían en marcha algunas tropas para Nangasac, el comandante recibió orden de conducirme allá en salvo, con particulares instrucciones respecto del negocio del crucifijo".
Scorsese con el cartel de la producción de su película, con un detalle:
el Cristo crucificado esta "crucificado" sobre el kanji de perro. Lo que
permitirá no sólo nuevas polémicas sino perspectivas del cristianismo
Al final Ferreira quizás será un mártir para el imaginario del siglo XXI, o por lo menos su figura será rescatada, cuestionada, y es que el gran director Martin Scorsese, quien es su juventud pasó por seminarios, piensa llevar el año que viene -2015- su película titulada Silence basada en la obra de Endo con los actores Lian Neeson y Andrew Garfield y la actuación especial de Ken Watanabe. Espero que para el año que viene no me asalte otra angustia de memoria mientras vea la película.