jueves, 9 de agosto de 2012

MI AMIGA JAPONESA E ICHIKAWA KON

市川崑
Las olimpiadas de Londres de 2012, han marcado un momento de alejamiento de la cotidianidad para la mayoría de las personas. Uno se entretiene viendo a las personas haciendo sus máximos esfuerzos para mostrar su dedicación, casi religiosa, por una creencia obsesiva de ser número uno, y así conseguir un sentido en la vida o la bendición de un dios, sea este divino, racional, amoroso o económico. Nosotros patrocinamos ese ejercicio de creencias viendo, aupando, llorando, riendo, percibiendo con emociones diversas y a veces contradictorias estos juegos. Las Olimpiadas modernas que comenzaron como una forma de reunir a los hombres que progresivamente se alejaban de la religión cristiana que la había hundido en la historia por ser una fiesta pagana, por allá, en el año 393, cuando el emperador Teodosio abolió los Juegos Olímpicos considerándolos inmorales por dar un culto al cuerpo. Ahora se han transformado quizás en uno de los fenómenos mediáticos más importantes del siglo XX y especialmente en el siglo XXI, en donde ahora hay más acreditados que atletas. De la primera olimpiadas modernas apenas quedan fotos, hasta las primeras filmaciones olímpicas realizadas en Estocolmo en 1912; posteriormente la cantidad de cámaras y de personas que filmaban hicieron que en las olimpiadas de Amsterdam en 1928 se tuvieran que dar los primeros derechos exclusivos. Así avanzan los Juegos Olímpicos y los medios de comunicación hasta que en las olimpiadas de Berlin en 1936, Leni Riefenstahl se catapultó con su película Olympia con una estética sostenida en el drama deportivo
Abundante de emociones y suspensos, Riefenstahl logró con una técnica estética de vanguardia para la época y financiado por el III Reich, realizar una película donde se introduce la cámara lenta, los enfoques detallados y los cortes abruptos, creando una atmósfera de fuerza y tenacidad que aún vibra al público; pero también logró combinar la religiosidad de las olimpiadas con la política como la perfecta simbiosis del poder. Viendo la película de Riefenstahl, uno sólo puede agradecer la voluntad, los músculos, los esfuerzos, los logros, la evolución y la herencia -recordemos los primeros minutos de la película como un paseo por el legado griego que es tomado por los cuerpos desnudos hasta Deutschland-, como metas, como finalidad del ser humano. Del filme de Riefenstahl aprendemos cómo podemos mantener ideales pero también cómo podemos manipularlos. Pero claro, esta película minuciosamente manejada sólo es el preámbulo de todo lo que vendría posteriormente con los juegos olímpicos: desde los boicot a las olimpiadas de Montreal 1976 por los países africanos, pasando por las  de Moscú de 1980 por el bloque de los EE.UU. y por supuesto, las olimpiadas siguientes en Los Ángeles de 1984, por los países comunistas, igualmente es el preámbulo de las distintas historias y tragedias personales, de los dopajes evidentes como el de Ben Johnson o subrepticios como el de Florence Griffith Joyner, de los cambios de nacionalidad; de aquí la impresionante  cantidad de chinos de origen, de nacimiento, de lengua, que en estas olimpiadas de Londres juegan Tenis de Mesas para países como Austria (Quiagbing Li y Jia Liu), Holanda (Jiao Li y Jie Li), España, (Yanfei Shen), Alemania (Jiaduo Wu), Polonia (Qian Li), Australia (Miao Miao) e inclusive Brasil (Lin Gui), por eso cada vez que veía los partidos de Tenis de Mesa, no importara el país participante, los rostros asiáticos predominaban; claro, una razón que me dio mi amiga china Zhou, es que en su país la asociación de jugadores de tenis tiene la misma cantidad de miembros que habitantes en Venezuela, es decir, una gran cantidad para escoger y dominar este deporte por décadas. Pero la película de Riefenstahl será la introducción a otros documentales, quizás menos conocidos como  東京オリンピックLas Olimpiadas de Tokio. Un documental que ha diferencia de Riefenstahl, no es una apología a la voluntad y el poder, sino al desconcierto y a las fragilidades.
市川崑 Ichikawa Kon fue el realizador del documental sobre las olimpiadas de Tokio, es uno de esos directores que pasan a veces desapercibidos dentro de la estela de grandes directores japoneses, y aunque posee más de tres docenas de películas, quizás la más conocida sea Biruma no tategoto (ビルマの竪琴) de 1956 conocida internacionalmente como El Arpa Birmana. Esta película la vi hace tiempo, cuando trabajaba en la Cinemateca Nacional de Venezuela, y si, cuando la vi me impactó por el uso de metáforas visuales, del manejo de la fotografía, pero especialmente la perspectiva particular del director sobre los actos bélicos. Las guerras continúan en la memoria junto con los muertos y no se acaba con los armisticios. Luego, unos seis años después, la vi en Japonés, y mi percepción y cariño sobre la película aumentó. Esta película ganó el Festival de Cine de Venecia de 1956, y quizás sea la película de guerra donde la violencia se muestra como el arma preferida de los obcecados, pero probablemente lo más interesante es que enseña, desde una estética particular, el fracaso de la guerra y no del hombre. En películas bélicas que abundan en los archivos audiovisuales este tema del fracaso se refleja constantemente en los hombres y no en la guerra en sí. Quizás las mejores películas que lo tratan sean: The Deep Hunter (1978) de Cimino, Apocalipsis Now (1979) de Coppola, Platoon (1986) de Stone, y Full metal jacket (1987) de Kubrick; por lo menos para mí, porque estos directores buscaron mostrar ese fracaso a partir de una conciencia crítica de algunos personajes frente a la maquinaria de guerra, al Estado de guerra, pero esta conciencia siempre nace porque la guerra de Vietnam fue el gran fracaso de un país, de los EE.UU., la muerte de un gran sueño, de los inmortales. La muerte desde entonces se lleva en el alma, por lo que algunos directores buscaron rescatar la piedad dentro de las absurdas repeticiones de muerte y violencia. Sus personajes angustiados no pueden tomar decisiones drásticas ante los hechos bélicos, sólo el silencio o aceptación autónoma de los hechos. Algunos sobreviven con el dolor exacerbado de sentir la empatía como Michael en The Deep Hunter; otros como Willard en Apocalipsis Now se siente menos criminales porque entiende el viaje por las locuras de las guerras, donde no existe ni moral ni ética, o por lo menos así se lo propone el coronel Kurtz: "He visto horrores... horrores que tú has visto. Pero tú no tiene derecho a llamarme asesino. Tienes derecho a matarme. Tienes derecho a hacer eso... pero no tienes derecho a juzgarme". Otros se amoldan a la maquinaria de muerte, como el conflictivo Chris en Platoon, quien descubre la importancia de supervivencia del grupo, del pelotón, pero a la vez de la necesidad de un líder que presente algún sentido a lo absurdo; o del los entrenamientos de los marines que realiza los jóvenes recién graduados: Jocker (Matthew Modine) y Gomer Pyle (Vicent D´Onofrio) en Full metal jacket, y donde observamos cambios de personalidad, que van hacia la psicosis de Gomer Pyle, que termina hablándole a su fusil como si fuera su mejor confidente, su pastor, hasta el conflictivo joven rebelde y liberal que era Jocker transformándose progresivamente en un asesino y conservador nacionalista. Todas estas películas buscan mostrar el fracaso de los EE.UU. en la guerra de Vietnam, los fracasos de las guerras y cómo se transforman individuos normales en asesinos en serie, en mostrar el fracaso de los militares en hacer de los hombres máquinas, alejando la reflexión de que el fracaso deriva de otros medios: de la obcecaciones políticas y económicas, de un mundo dividido entre buenos y malos, de la repetición del horror para la insensibilización, por eso el fracaso no se muestra directamente en las películas americanas sino indirectamente por medio de la frustración, en cambio, en la película Ichikawa Kon, nos muestra todos los fracasos de todas las guerras, de todas las transformaciones que debe hacer el ser humano en deshumanizase, pero es el fracaso humano consciente porque luego de la guerra muestra que debe  tomar conciencia de las pérdidas y humanizarse. Esta particular película tiene a la música como fondo estético, quizás único y necesario, debido a que el silencio siempre acompaña al horror y no se pueden comunicar con ensayos, discursos, poemas o charlas de café como intentan algunas películas, sino con la música como sabía Hitchcock o con las imágenes como sabía Buñuel.
Si bien Ichikawa se conoce por esta película, quizás Las Olimpiadas de Tokio sea desconocida para muchos, pero allí al igual que El Arpa Birmana, nos muestra la condición humana, su deshumanización y el cómo asumir las perdidas y los triunfos sin el aparataje estético de la voluntad que presenta Riefenstahl. En esta película Ichikawa trata de mostrar cada uno de los deportes en general y personajes particulares, como el del primer atleta de la República del Chad, que con sus 22 años, es más viejo que el naciente país que representa, ya que Chad se independizó de Francia en 1960. Quizás este documental muestras lo frágiles que somos y cómo Las Olimpiadas son un espectáculo. La fragilidad se muestra en la agonía de la derrota y en la flaqueza del agotamiento, la fragilidad rodea a los ganadores, que también muestra la fragilidad con rictus inesperados,  en una particular soledad del triunfo, como podemos apreciar al entrenador del equipo de voleibol japonés luego que el equipo ganará la medalla de oro frente a la URSS, o la  patente soledad de Bikila Abebe y su maratónica historia resumida en un pasaje donde la cámara capta su rostro de perfil, quizás totalmente concentrado en algún paraje de su Etiopía natal, pero presentando de fondo los cientos de rostros difuminados, anónimos, que lo miran y aúpan.
La soledad de Bikila Abebe, la incomunicación total
Así Tokyo Olimpiad como también se conoce a este documental, muestra ciertas fragilidades que la obra de Riefenstahl pasa por alto, porque quizás en 1936 el hombre no era un concepto frágil, era una voluntad pura que se trataba de modelar, pero en 1964, tras dos guerras mundiales con millones de muertos, después de la concepción y construcción de cientos de campos de concentración, en medio de dos políticas imperativas e inconciliables, la americana y la soviética, y como coda, una diminuta antorcha recorriendo los alrededores del genbaku domu (原爆ドーム), lugar donde cayó la bomba atómica, así como la génesis de decenas de países que aparecen de la nada, llevarán a Ichikawa Kon a mostrar otros rostros, otra trascendencia de Las Olimpiadas. Hay otro pequeño documental de Ichikawa sobre Las Olimpiadas menos conocido titulado: Visions of Eight de 1973, documental sobre las olimpiadas de Munich de 1972 y que ocho directores: Mei Zetterling, John Schlesinger, Michael Pfeghar, Arthur Penn, Yuri Ozerov, Claude Lelouch, Milos Forman y Kon Ichikawa realizaron. En la filmación de Ichikawa se recrea, por todos los medios técnicos, la carrera de 100 metros, volviendo la competencia más rápida de las olimpiadas en la más lenta, quizás un juego estético, un capricho de director; pienso que los otros directores logran concentrar en sus diversas presentaciones todo lo heredado en documentales olímpicos, desde la visión de Riefenstahl hasta las propuestas de Ichikawa. Particularmente me encantó la realización de Mei Zetterling, donde hace énfasis en la olimpiada como espectáculo, como recelo, como impotencia, como comida y amor subrepticio, todo descubierto al filmar la competencia de halterofilia, así como la sutil ironía que Milos Forman condimentada con aspectos de humor negro que este gran director Checo supo producir y combinar al filmar la competencia de decatlón. Pienso que Visions of Eight será el último gran documental sobre olimpiadas, pareciera que no hay más nada que decir, o por lo menos los medios de comunicación masivos, los directores modernos, el público posmoderno, no les apetecen descubrir en Las Olimpiadas cosas que no sean el triunfo de la voluntad, el éxito individual, el ego de los países o ciertas conmiseraciones y empatias hacia el perdedor, pero creo que hay muchas cosas detrás de cada medalla, detrás de cada caída, de cada llanto, detrás de cada himno que se escucha, cosas más profundas que en principio no muestran la televisión y los telediarios -al menos que contengan una carga panfletaria- y que estas tres grandes películas documentales sintetizan. Quizás habría que hacer un documental sobre Las Olimpiadas en el siglo XXI, llena de tecnologías, de héroes mediáticos, de ganancias económicas. Mientras recuerdo estos documentales Mi Amiga Japonesa hace catarsis con los triunfos y derrotas de Japón, de las medallas de oro en lucha, en la actuación de las ナデシコ (el equipo femenino de fútbol), de cerrar los ojos mientras el equipo de voleibol hace puntos y pierde puntos. Ella mira los juegos con emoción. Yo los veo y escribo. Ella se emociona, yo también. Al final le digo el lema de los juegos olímpicos en latín: Citius!, Altius!, Fortius! para ver cómo reacciona, y ella me mira, recriminando mi prepotencia por lo que al final le tengo que decir: より遠く!より高く!より強く!, es decir: más lejos, más alto, más fuerte, pero ella me mira y grita ナデシコ頑張れ!
Ánimo Nadeshiko

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