miércoles, 22 de agosto de 2012

MI AMIGA JAPONESA Y LOS GATOS

Pensando en la revolución
En el cuento: Il giardino dei gatti ostinati『El jardín de los gatos obstinados』del libro Marcovaldo de Ítalo Calvino, nos habla de un "centro neurálgico", de una resistencia frente a una modernidad constructora que arrebata los planos y mapas que han heredado los gatos desde la antigüedad, ya que como dice el autor al inicio del relato: "La ciudad de los gatos y la ciudad de los hombres están una dentro de otra, pero no son la misma ciudad. Pocos gatos recuerdan los tiempos en que no existía tal diferencia: las calles y las plazas de los hombres eran también calles y plazas de los gatos, y el césped, y los patios, y los balcones, y las fuentes: se vivía en un espacio amplio y variado. Pero desde hace bastantes generaciones los felinos domésticos están prisioneros en una ciudad inhabitable: las calles ininterrumpidamente son recorridas por la circulación mortal de los coches escachagatos; en cada metro cuadrado de lo que antaño fue jardín o solar o restos de una olvidada demolición, ahora descuellan condominios, bloques populares, rascacielos flamantes; no hay zaguán que no esté atestado de autos en estacionamiento; los patios uno tras otro los cubren con una solera y se transforman en garajes o en cines o en almacenes u oficinas". La narración llena de humor e ironías, nos relata cómo los gatos luchan encarecidamente por mantener un jardín en una ciudad que se llena de edificios modernos, eliminando áreas vitales, terrenos baldíos, espacios necesarios para que los otros habitantes de la ciudad: los gatos, los pájaros, los perros y otras "alimañas" vivan.
Gato guerrero en Topkapi 
Estos animales cuya ciudad está dentro de las grandes metrópolis, pierden, año tras año, sus coordenadas, sus memorias, básicamente porque los humanos los eliminan, en el caso de los perro; o los enjaulan, en el caso de los pájaros. Los gatos definitivamente son grandes revolucionarios y en la narración se muestran como núcleo de resistencia, rediseñando otra ciudad, mediante secuestros, sabotajes, e interferencias. Los gatos, a diferencia de los perros y los pájaros, viven en la ciudad con mayor libertad y orgullo. Nunca he visto un perro vagabundo en las grandes ciudades moderna como: Tokio, Osaka, Viena, Sidney, Barcelona, Milan. Todos los perros eran guiados por sus amos, y mucho de estos caninos mostraban síntomas de abulia, gordura y con miradas perdidas, porque se saben humillados con vestidos para parecerse a niños o juguetes, y muchas veces tristes por eliminar su condición animal y humanizarla, ¿no nos pasa lo mismo cuando nuestra condición humana la volvemos animal, perruna, no nos sentimos humillados? en fin, debate de dos sentido pero con pocos argumentos. La mayoría de los perros en las grandes ciudades son eliminados, y por ejemplo cuando esas ciudades están hiperpobladas como Osaka donde vivo, escasamente se ven perros grandes: pastores, boyeros, dálmatas, la ciudad se llena de chihuahuas, poodles, terries; en caso contrario hay países donde los perros son dueño de calles, de zonas, como en Venezuela y cualquier ciudad de la India. Una madrugada manejando por la Av.Principal de Antimano en Caracas, una jauría de perros salió frente a mi auto, una perra era perseguida por más de treinta perros, una orgía en medio de la calle, obviamente asusta el encuentro con lo bestial que está, que nos rodea y a veces ocultamos, pero donde he visto más perros vagabundos fue en Varanasi, una ciudad donde los perros, las vacas y los monos toman los espacios, deambulan, marcan territorios y hacen posturas que a veces entran en conflictos entre ellos, pero especialmente con los humanos. Cuando caminaba por sus polvorientas calles, siempre había cinco o seis perros detrás de mí, como si me vigilaran para que no cometiera alguna ofensa, o de que no cumpliera con algunos de los ritos para alguno de los múltiples dioses que descansas a las orillas de Ganges, y a veces un mono, desde el cableado eléctrico, me vigilaba como buscando el momento oportuno para hacerme una multa. 
Gatos camuflados
En estas ciudades, aunque se ven gatos, no parecen revolucionarios, se transforman en una parte más del paisaje pintoresco de la zona, de la bestialidad que nos rodea, así que ver un gato por Caracas o Veranasi, no es un gran atractivo; pero ver un gato caminando de noche por el centro de las zonas exclusivas de Ginza,  Akihabara, o Shinjuku, en decir, las zonas más exclusivas de Tokio, entre los restaurantes de lujos, coches deportivos último modelo y donde se concentra la gente VIP, allí un gato caminando tranquilamente si llama la atención, todos se fijan en el neko』–gato–, y algunos dicen 可愛いkawai』–que gato más bonito–, así los mininos caminan orondos, sin miedo por lo que seguramente fue una antigua ciudad gatuna que ahora está perdida entre el hormigón y el asfalto. En Osaka he visto gatos sigilosos entre las grietas de algunos edificios en Namba, también he visto gatos mirándome desde un tejado en Umeda, lugares atestado de tiendas y personas. 
Gato marcando memorias en un
parque en Estambul.
He tenido la oportunidad de visitar varias ciudades en el mundo, y definitivamente la ciudad de los gatos por excelencia es Estambul, nunca había visto tantos gatos caminado, durmiendo, haciéndose dueño de los espacios como en Estambul. A veces caminaba por algún barrio de la ciudad, observaba a lo lejos una tienda y en su entrada, sentado, estaba el dueño del local acariciando un gato, el felino pareciera que le dijera quién entraría y quién no entraría, quién compraría y quién no compraría, porque el dueño miraba al infinito, hacia el mar de Marmara, mientras el gato me estudiaba, me observaba en silencio. Igualmente en el puente que une al barrio Galatasaray con la ciudad, unas cuantas decenas de pescadores tendrá que dar parte de sus esfuerzos a los gatos que tranquilamente esperan detrás de ellos, como amos silentes, como paradoja de una metáfora hegeliana olvidada en el siglo XXI. 
Pescando en el puente de
Galatasaray, atrás decena de
mininos esperando los
esfuerzos humanos, o quizás
conversando entre ellos de la
dialéctica del amo y del esclavo 
Los gatos son reyes en Estambul, ciudad que guarda misterios que seguramente los gatos saben. El gato, pienso, nos atrae por su poder de negarse a ser humano, por mantener una identidad propia, inalterable a las estrafalarias humanas, no es el mejor amigo del hombre, afortunadamente, ese privilegio lo tiene los perros y han pagado un precio muy alto por ese concepto, y a veces con consecuencias desastrosas. Los gatos no desean amigos humanos, tiene una postura pedante para se reconocido siempre como gatos, como aquellos que siempre merodean por la ciudad, por las casas, por las calles,  y raramente nos percatamos de su presencia, ellos nos vigilan y en silencio hacen su vida alejados de las estupideces humanas. 
Mininos y Arte
No es extraño que en la literatura japonesa los gatos abunden. La cultura vouyerista japonesa logra expulsar varias de sus pulsiones de control teniendo al gato como mediador. Así en varias obras literarias japonesa, los gatos tienen una gran presencia que a veces ignoramos. Podemos apreciar este detalle en obras literarias claves como 吾輩 は猫である『Wagahai wa neko de aru』–Soy un gato– de Natsume Sõseki publicada en 1905. Allí sencillamente nos deleitamos desde la mirada de un gato que vive en una casa de un vulgar profesor, y constantemente observa a las personas que merodean por ahí, en cada página nos da sus reflexiones y nos muestra un Japón de falsas, de ironías, de tristezas, pero especialmente de poses, que el gato sin nombre constantemente desvela y critica; también el gato está presente en obras modernas como El año de Saeko de Katayama Kyoichi, donde el protagonista toma exclusivamente fotos de gatos, y por supuesto, no olvidemos al laureado Murakami Haruki, para quien el gato es un fetiche presente en todas sus novelas, mostrándonos así la importancia de este animal como observador, leyenda, revolucionario, autónomo, dentro de la cultura japonesa. Mis reflexiones sobre los gatos nacen porque a Mi Amiga Japonesa, que adora a los gatos, al igual que yo, me planteó comprar uno. Pero comprar un gato es dejar sus cualidades apartes, volverlo torpe, inútil quizás, a veces castrándolo y seguramente amputando sus uñas para que no rompa el 障子『Shōji』–puertas corredizas de papel– que hay en las casas japonesas. Le explico que un gato elige venir, elige quedarse, elige acompañar, así que comprar un gato es comprar una libertad y la libertad  no se compra según un viejo adagio gatuno, se escoge. Mi Amiga Japonesa no le gusta mis argumentos, pregunta si debemos esperar que un gato toque la puerta, o que un día caminando, sencillamente algún minino decida seguirnos y descansar sobre nuestro 『tatami』–piso de paneles hecho con paja–, y luego romper el 障子. Yo respondo con un はい, !Si! Ella mira por la ventana y entre risa me dice: 猫の手も借りたい, algo así como que necesitaré la ayuda de un gato por lo ocupado que estaré, me imagino, arreglando las cosas que el minino destruya. En fin, mi terquedad es histórica como la de los gatos de ahí nuestra sintonía. Yo sé que el tiempo no me pertenece, son de los gatos, de sus secretos, de sus revoluciones, de una identidad inamovible que por siglos se ha mantenido incólume, y cada día trato de aprender más de ellos que de ciertos vecinos o personas que me rodean así como de algunas ideologías o aforismos inútiles. 
日光東照宮の眠猫。Esta escultura de un gato durmiendo realizado en el período Edo y que se le atribuye al escultor 左 甚五郎, Hidari Jingorō. Se encuentra en el famoso templo Nikkō Tōshōgū, pasando desapercibido sino fuera por un cartel que lo señala, pero pienso que la idea original era esa, pasar desapercibido ante las tribulaciones de los hombres que buscan alguna respuesta ante Buda, porque seguramente este gato lo sabe,
de ahí la pequeña sonrisa que logro vislumbrar de su rostro y como si dijera algo así: si quieres seguir el camino de Buda, conviértete en un gato: silencioso, desapercibido, iluminado. 
  


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