Autorretrato. Alberto Schommer |
Ganaba
tanto dinero que no necesitaba pensar, tampoco sabía el nombre de las cosas, no
necesitaba saber sobre historias, amistades o amor; nunca caminaba más allá de
los límites de su mansión que en algún momento fue un país lleno de
ideales. Su casa estaba llena de cosas que le hacía vivir con cierto orden y
precisión porque nunca cambiaban. Una vez halló a un ladrón al abrir una puerta
de una de sus decenas de habitaciones cuando buscaba una revista con
centenares de fotos para ir al baño. Sabía que era un ladrón porque comía
ávidamente sus cruasanes que siempre se colocaban a las tres de la tarde con
varios té de Sri Lanka en aquella estancia, aunque solamente había comido uno
en ocho años. Se miraron, el ladrón no se asustó y empezó a ver por la ventana,
el hombre inmensamente rico recordó que lo había comprado en algún lugar de
África, quizás con otros que huyeron, pero el hombre que comía cruasán nunca se
escapó, no sabía cómo abrir una puerta.
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