Alberto Olmos, tan viciado de Japón que tituló su blog hikikomori |
¿Por qué viniste a Japón? me preguntan a veces. Siempre doy dos respuestas, primera: un autoexilio originado por una esquizofrenia política que ha crecido en mi país durante los últimos cincuenta años (si tomo de referencia los análisis de Francisco Herrera Luque en su libro Los viajeros de indias, donde nos habla de una Venezuela enferma mentalmente) y que el Gran Circo Socialista ha buscado consolidar en la medida en que instaurar la Historia con cuentos enfatizados por megalomanías ricas de mitos bobalicones; segunda respuesta, es que soy un sencillo aventurero, es decir, un ser vulnerable que busca estar en un tiempo pleno, desangrando mis vacíos y reportando a la muerte (quizás por eso los dioses no tienen aventuras, no son vulnerables, viven en un tiempo perfecto, no hacen vacíos y son inmortales). La segunda respuesta es mi favorita, aunque después tenga que explicar: vulnerabilidad, tiempo pleno, desangre de vacío y aproximaciones a la muerte.
A veces cuando estoy hablando con otros extranjeros de América Latina o de España que viven en Japón, sus respuestas de por qué vinieron a Japón son otras y extrañamente similares a las mías. Algunos me hablan de sus bienestar económico, de sus coches, de los relojes, de sus casas de plástico, de su mujer japonesa que no los entienden o de lo difícil que es trabajar en una sociedad ordenada por pulsiones obsesivas y neuróticamente clasificadora; claro hay otros que me hablan de sus descubrimientos culturales, de los templos y lugares visitados, de la comida sin cocción y de extraños ritos y mitos, de su amor por la historia o la lengua de Japón; pero sea cual sea el motivo de vivir en Japón o los relatos que vivan; todos, absolutamente todos, adquieren los vicios de vivir en Japón, desde encerrarse en la casa cual hikikomori hasta no besar los cachetes de una amiga, de inhibirse al abrazar a alguien o de pronto realizar una venia o inclinar un poco el cuerpo al saludar a la distancia. Así los que vivimos año tras año en Japón, no es que nos volvamos japoneses, simplemente adquirimos sus vicios y a veces los perfeccionamos.
Mi Japón aunque realmente es el de Abraham Ortelius de 1595 titulado Iaponiae Insulae |
畳 |
"Ciudades iguales, inexpresivas y endemoniadamente estrepitosas." |
東京行きの電車 |
ポーズ |
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