sábado, 2 de noviembre de 2013

LOS LIBROS DE ALBERTO OLMOS

Alberto Olmos, tan viciado de Japón que tituló su blog hikikomori

¿Por qué viniste a Japón? me preguntan a veces.  Siempre doy dos respuestas, primera: un autoexilio originado por una esquizofrenia política que ha crecido en mi país durante los últimos cincuenta años (si tomo de referencia los análisis de Francisco Herrera Luque en su libro Los viajeros de indiasdonde nos habla de una Venezuela enferma mentalmente) y que el Gran Circo Socialista ha buscado consolidar en la medida en que instaurar la Historia con cuentos enfatizados por megalomanías ricas de mitos bobalicones; segunda respuesta, es que soy un sencillo aventurero, es decir, un ser vulnerable que busca estar en un tiempo pleno, desangrando mis vacíos y reportando a la muerte (quizás por eso los dioses no tienen aventuras, no son vulnerables, viven en un tiempo perfecto, no hacen vacíos y son inmortales). La segunda respuesta es mi favorita, aunque después tenga que explicar: vulnerabilidad, tiempo pleno, desangre de vacío y aproximaciones a la muerte. 
Libro donde está la tesis de Herrera Luque
sobre una Venezuela que padece enfermedades
mentales severas. ¿Nadie leyó el libro y buscó
tratamiento? Si ahora lo leyeran parecería que
no ha cambiado nada los venezolanos
y sus psicosis desde 1958
A veces cuando estoy hablando con otros extranjeros de América Latina o de España que viven en Japón, sus respuestas de por qué vinieron a Japón son otras y extrañamente similares a las mías. Algunos me hablan de sus bienestar económico, de sus coches, de los relojes, de sus casas de plástico, de su mujer japonesa que no los entienden o de lo difícil que es trabajar en una sociedad ordenada por pulsiones obsesivas y neuróticamente clasificadora; claro hay otros que me hablan de sus descubrimientos culturales, de los templos y lugares visitados, de la comida sin cocción y de extraños ritos y mitos, de su amor por la historia o la lengua de Japón; pero sea cual sea el motivo de vivir en Japón o los relatos que vivan; todos, absolutamente todos, adquieren los vicios de vivir en Japón, desde encerrarse en la casa cual hikikomori hasta no besar los cachetes de una amiga, de inhibirse al abrazar a alguien o de pronto realizar una venia o inclinar un poco el cuerpo al saludar a la distancia. Así los que vivimos año tras año en Japón, no es que nos volvamos japoneses, simplemente adquirimos sus vicios y a veces los perfeccionamos.
Mi Japón aunque realmente es el de Abraham Ortelius
 de 1595 titulado Iaponiae Insulae
Luego de vivir por cinco años en Japón he asumido varios de sus vicios. Lejos de pensar ésta palabra con su  herencia léxica contraria a  la virtud, en el fondo pienso que los vicios son registros repetitivos que hacemos en nuestro inconsciente para reconocer el placer sin mediaciones, ya que no hay razones que lo explique, de aquí que se entienda el vicio como una falta de virtudes, de prudencia, de propedéuticas institucionales, pero en el vicio podemos repasar un hedonismo que no ha sido tasado por nuestra racionalidad. Todos los vicios que he recorrido y replanteado en Japón se han trasladaron a un proyecto de novela de unas 250 páginas, quizás como para vaciarme un poco de ellos, ya que mi repugnancia a la repetición de los vicios es algo que ha evitado que me volviera adicto a cualquier cosa. Quizás una de las cualidades más profunda del vicio sea la repetición, pero esta cualidad es la que más me cuesta aceptar, así que escribí en el libro partes de esos vicios, crueldades, jactancias, miedos y reproches formando algo como una "novela", aunque realmente son crónicas subjetivas o pinceladas de mis adaptaciones para vivir en un lugar llamado Japón. Al terminar mis crónicas subjetivas busqué a un amigo para que las leyera. Él tiene veinte años viviendo en Japón y al final me dice: "Es que lo que tu escribe, de una u otra manera, yo lo he pensado o vivido, así que no veo originalidad en tus escritos, lo que escribes es lo que otra persona hubiera escrito con algo de curiosidad y un poco de talento para redactar cosas sobre Japón". Aquello fue la primera crítica que recibí, pero yo no había leído ninguna novela como la mía, y cómo me dijo una vez un amigo: "uno escribe lo que no ha leído", así que me parecía original fuera de Japón, quizás dentro de Japón sería cualquier "Japón" ya reflexionado, consumido y contado desde la mirada de otro inmigrante. 
Luego de digerir mis escritos, rearmarlo y guardarlo en un archivo digital, una tarde de ocio que busco desesperadamente fuera del trabajo asfixiante que a veces me ahoga, me introduje por los pasillos de la librería Kinokuniya, especialmente al área de libros en español, mientras Mi Amiga Japonesa iba a la sección de libros de fotografía, porque últimamente se ha interesado mucho por las fotos, quizás un vicio que yo le transmití, mientras ella me trasmitió otros vicios que aún me cuesta aceptar. Hallé en el área de libros en español uno que me llamó la atención: Tatami, de Albero Olmos, escritor desconocido hasta ese momento para mí, pero con esa novela y su simpático título japonés me atrajo sin duda, así que lo compré por 1.905 yenes, algo costoso si comparo que los libros japoneses  cuestan un promedio de 400 yenes, pero nada es caro si lo que busco es leer español y alejarme así por un tiempo de lecturas en inglés o japonés. Tatami (2008), ¿es una novela corta o un cuento largo? tiene 123 páginas (¿cábala?) y me la leí en una noche, quizás en un par de horas. La historia es simple pero extravagante (sí, la extravagancia es uno de los primeros vicios que te contagias en Japón: en la comida, en la ropa, en los signos sin sentidos). Olmos narra la historia de los cientos de españoles que vienen a Japón para enseñar español, entre otros motivos porque en España las cosas no va bien a los jóvenes profesionales y porque para algunos japoneses los latinos no hablamos un buen español, sino otro español (¿castellano?) como me comentaron una vez. El mercado de profesores de español nativo lo tiene tomado los españoles, especialmente los catalanes (¿aquí es cuando los catalanes se sienten españoles? joder), mientras los latinos dan clases de inglés o francés, cuando no tienen facciones indígenas y poseen títulos universitarios, en caso contrario el mercado se reduce más hacia restaurantes o fábricas de parte de automotores. ¿Qué hay marginación o un cierto racismo en Japón? Sí, lingüístico, social, cultural, pero no hay que extrañarse, medio mundo es racista del otro medio mundo, básicamente por ignorancia, mitos o complejos, por lo menos por aquí el racismo religioso es casi inexistente y las mujeres japonesas poseen mayor grado de adaptabilidad cultural que otras asiáticas, lo que permite vivir con Mi Amiga Japonesa en un lugar que juntos llamamos "Japón". La novela relata el encuentro de dos españoles, un hombre y una mujer, en un avión, ambos trabajan en el área de la enseñanza del español. La protagonista en una joven española tetona, (otro vicio que se instala rápido en Japón son los fetiches) que viene con la emoción del primer viaje al Imperio del Sol Naciente para ser profesora de la lengua de Cervantes, se ha formado para la enseñanza de esa lengua que se vuelve barroca fácilmente, a su lado va sentado un español que ya tuvo la experiencia de la enseñanza del español en Japón, pero que regresa para cerrar un ciclo. Mientras dura el viaje que separan Madrid de Tokio (aunque no hay vuelo directo), el hombre empieza a contarle sus experiencias en Japón que podemos resumirla como una aproximación a La Ventana Indiscreta de Hitchcock, con la diferencia de que el hombre no está herido y no observa ningún crimen, sino es un profesor que observa por su ventana a una joven estudiante en su diario vivir dentro de una habitación la cual puede observar con discreción (otro vicio de fácil asunción en Japón: el voyeurismo). 
"Ciudades iguales, inexpresivas
y endemoniadamente estrepitosas."
Ya lo comentaba Henry Michaux cuando vino a Japón: "País donde todo es conocido, todo abierto, todo espiado, donde ninguna puerta se puede cerrar, donde se encuentra un espía hasta en el baño, desnudo, pero espía... Pueblo prisionero de su isla, de su máscara, de sus convenciones, de su policía y de su cordón de seguridad" Sí, Michaux fue uno de los escritores que mas duramente describió su "Japón", no pudo dedicar muchas hojas sobre Japón en su obra Un bárbaro en Asia y apena el teatro  lo cautivó. La novela de Olmos esta llena de encantos y desencantos, el hombre que viaja a Japón para huir de su trágico amor, el hombre que llega a Japón y descubre un erotismo alucinante y acepta su vicio voyeurista, y del cual se vuelve adicto, el hombre que se va acostar con una japonesa y tiene que lidiar con los complejos y los traumas que rodean lo femenino japonés; mientras la profesora busca mantener el encanto de lo novedoso, aunque juzga rápidamente las acciones del hombre como pervertido, siente que necesita oír su narración, el vicio se contagia rápido. La historia son dos visiones, el que va a "su Japón" y el que regresa a "su Japón", por supuesto que cada viaje implica un cambio en la persona, pero pareciera escribir el autor que si se posee una personalidad egoísta, depresiva, inestable, atormentada y con algunos rasgo de crueldad o de sadismo, Japón será un lugar perfecto para vivir, y es que estos rasgos son fáciles de mantener en una sociedad que capitaliza los vicios, no como un sistema de oposición a una educación de virtudes, sino como complemento del placer que por esta zona no se asocia  ni con los pecados, ni con las traiciones como lo ven algunos occidentales; claro, si tu personalidad en alegre, amable, estable, bondadosa, filántropa, nice, Japón puede cerrar todas sus puertas sociales y obligar emigrar a otras tierras donde las enfermedades mentales no sean conocidas, pero esto si sería una real utopía. Así que la novela me presentaba mi tesis, y es que en la medida en que vivimos en Japón nos llenamos de sus vicios, como en el fondo nos llenamos de los vicios en los lugares en que vivimos, ¿pero es así de certero? Supe que Alberto Olmos había escrito otros libros con temática similar, así que tuve la oportunidad, en un envío de libros desde España, me llegaran: Trenes hacia Tokio (2006) y Pose (2012). 
東京行きの電車 
Trenes hacia Tokio, es una novela de acumulaciones y de fragmentos de experiencias que según el autor alimentó parte de su blog. En la novela mantiene una linea sutil argumentativa que a veces se va fracturando, muy posmoderno, muy pop, muy parecido a mi novela. Aquí tenemos a David y presenciamos sus diversas etapas para adaptándose a "su Japón", asumiendo sus vicios, tanto el que trae desde España: fumar, hasta el vicio de presentarse con una tarjeta personal en un tren a una chica desconocida con traje escolar para que dejara de ser desconocida (en mi caso daba las tarjeta a algunas mesoneras que me atraían en los bares o restaurantes por algo extraño como sus sonrisas eterna). Nuestro protagonista comienza a usar el vicio del meishi『名刺』una tarjeta donde están nuestras filiaciones institucional y datos personales, vicio que uso, que comienza como colección, que se mira a veces como si fueran retazos de amistades que tienden a desaparecer rápidamente. Nuestro protagonista nos comenta su divorcio a la japonesa, de la incomprensión de su esposa Kokoro en la cotidianidad de la pareja como filmarla desnuda, hasta su imposibilidad de mostrarle a su esposa su producción económica en términos reales o como uno de los objetivos de la vida en Japón: tener mucho dinero. El absurdo de algunas exigencias se marcan en la separación y en la parodia de un trabajo de profesor de inglés para niños terminan desinflando a nuestro protagonista, para luego sumergirlo entre cuatro paredes cremas que rodea a todos los que viven en Japón, engendrando así uno de los vicios más difíciles de trabar: la soledad. El protagonista empezará a disfrutar a estar solo, para luego buscar salidas voyeurista, de fantasías eróticas con colegialas (un vicio muy profundo en Japón) y por supuesto sumergirse en la pornografía: "Aprovecho mi invisibilidad para las matemáticas. Cuento las películas que caben en una sola balda y las baldas que conforman una estantería. A ojo, cada estantería aloja quinientas películas pornográficas. Quinientas por cada lado. Luego, voy contando las estantería que hay en cada sección (las secciones: violaciones, mujer madura, hermana mayor, oral, amateur, sado, tortura, colegialas, CWNM, TV, interracial, dibujos animados, etc.) y obtengo como resultado un total de 20 estanterías. Multiplico: veinte mil películas, a una hora por película: veinte mil horas; entre las veinticuatro horas del día: ochocientos treinta y tres días sin hacer otra cosa que ver pornografía: imposible; entre ocho horas al día (jornada pornolaboral): dos mil días de contrato, 6,8 años visionando perversiones. Interesante perspectiva." Sí, yo también pienso en lo absurdo de las cantidades, y es que en Japón todo es cantidad, de ahí que sea un gran país masturbatorio, quizás el número uno, y es que para la masturbación necesita mucha variedad, soledad y momento breves de consagración con uno mismo, elementos que la sociedad japonesa busca mantener dentro de su sistema social separado con paredes de plástico, y así asegurar que el vicio no se corrompa en virtud. El protagonista busca presentar una mirada irreverente de Japón, sus absurdos, sus ritos, sus sin sentidos; pienso que en el fondo el protagonista nos muestra lo difícil que es interactuar con otras culturas donde ciertos valores y visiones se oponen, o por lo menos no se pueden resolver fácilmente como fumarse un cigarrillo, pero esta sería una lectura políticamente correcta, lo cierto es que David, español hasta más no poder, de follar, fumar e ir a tascas, con una mirada adolescente sobre las cosas y los acontecimientos, se presenta en una cultura donde follar tiene sus altibajos, el fumar es un pose y las tascas son reuniones sobrias y planificadas con meses de antelación y llenas de sonrisas, en esa medida entiende que necesitará los altibajos, las poses y las sonrisas y comenzará a imitar a los adolescentes japoneses que se rodean de banalidades y superyó (das Über-Ich)
ポーズ
Pose, quizás sea un colofón de Trenes hacia Tokio. Pose tiene dos parte, la primera son narraciones en primera persona de un profesor de español que retrata el día a día con sus estudiantes, con Hitomi su mujer y con sus amigos alienados en una sociedad de consumo que impacta por sus cantidades, sus repeticiones, sus miedos. Las páginas están llenas de anécdotas como en Trenes hacia Tokio, anécdotas que se piensan a veces, pero que se confirman en el texto: "El otro día me llevó en su coche y su coche era un Nissam. Le pregunté, medio en broma, si todos los trabajadores de Nissam tienen que conducir un Nissam. Me dijo que no, pero que comprar un automóvil de otra marca conlleva incomodidades. En la Nissam hay dos párking. Uno, frente a la puerta, grande y vistoso; otro, en la parte de atrás, pequeño y alejado. En el párking delantero  de Nissam sólo pueden aparcarse los Nissam. En el párking pequeño y alejado estacionan los Honda, Mazda, Suzuki, y Toyota y los competidores europeos y americanos". Creo leer en las páginas de Olmos una profunda tristeza entre lo estupefacto de sus experiencias y lo sorprendido de sus nuevos vicios. El Japón de nuestro protagonista se arma con piezas tragicómicas como es la enseñanza de los idiomas, así en el capítulo titulado Edimburgo nos transcribe los escritos de un dictado que hizo en clase, anécdotas que en el fondo nos pone a pensar acerca de la importancia en el siglo de la tecnología de los dictados que atormentaron a más de una generación de estudiantes y que ahora extrañamente se práctica. Pero quizás el capítulo que me confirma que en el fondo vivir en un lugar es también adquirir sus vicios sea precisamente el capítulo Pose, donde el autor se hace unas poses para tomarse unas fotografías, cual Mishima en algún momento, con un fingido seppuku『切腹』El libro muestra algunas de esas fotos, de esas mera formas de espectáculo que rodea cualquier espacio en Japón, Alberto halló un nuevo vicio, quizás el más peligro, el doblegar la voluntad de vivir; es posible que ese fuera el último vicio que obtuvo en Japón, o por lo menos así lo entreveo yo, y de ahí su necesidad de regresar a España. La segunda parte de Pose son las experiencias del Alb en la feria internacional del libro de Guadalajara 2009, obviamente nada que ver con la narrativa que hace de "su Japón", pero que describe al autor y sus obsesiones; en esta parte Alberto se define: "soy una especie de escritor pop que lo único que quiere es tirarse el rollo con sus libros". Pues sí, es un escritor pop, pero de una mirada que no penetra como debería ser pero, que contornea las figuras con detalle nimios pero fascinantes y remarca las siluetas con precisión de un dibujante industrial. Así estas tres obras de Alberto Olmos acentúan siluetas, márgenes, claroscuros que siempre acompañan los vicios que adquirimos por vivir mucho tiempo en un lugar y que a veces no podemos dejarlos jamás. Y ahora que leí una novela similar a la que hice ¿tendré que hacer otra que aún no he leído? Lo bueno de la literatura es que sus temas se cuentan con los dedos de una mano (cita que se le atribuye a Borges aunque bien la pudo haberla pronunciado con mayor autoridad Juan Rulfo), sí los temas se repiten y nos dan placer, aunque leamos una u otra versión del tema, implicaría que la  literatura es un vicio que nos puede llevar a la locura, como todo vicio, como llevó a Alonso Quijano a cabalgar sobre Rocinante y recorrer "su España". 

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