domingo, 25 de agosto de 2013

LA MASIFICACIÓN JAPONESA.

Apagar la luz para constatar la calidad del sushi japonés
Hace tiempo un amigo me pidió un chiste sobre Japón en una pequeña conversación por Skype, y en verdad no me vino ninguno a la cabeza, y es que no hay nada más difícil que hacer un chiste sobre algo, porque en el fondo, un chiste es una opinión oculta, tangencial y sarcástica sobre algo, así que le dije que me acordaba de ninguno en ese momento y él me dijo: ¿sabes cómo reconocer un verdadero sushi japonés? No -dije-, pues apaga la luz y si tiene un brillo fluorescente en 100% radioactivo japonés. No me causó mucha gracia en su momento porque él no vivió las angustias que presencié y viví en el terremoto de Fukushima en el 2011, pero ahora a la distancia y viendo las noticias recientes de que TEPCO (la compañía eléctrica dueña de los reactores) ha pedido disculpa al pueblo japonés por la fuga de millones de toneladas de agua radioactiva al océano Pacífico, pues entonces no me sorprendería que un día apague la luz y vea sushi radioactivo, aceptando la opinión sarcástica que tuvo mi amigo de los problemas de los reactores nucleares y cómo era tratado por los medios de comunicación, y es así es como se construye los chistes, con cotidianidad, arrojo y crítica. 
Próximamente saldrá una aplicación para Android para medir la
la radiación del sushi, por ahora están las aplicaciones Tawkon y Fake
Radiation Detector para la radiación por el uso del celular, algo es algo
En estos días de relax me reuní con unos amigos latinos que viven en Japón y uno contó un chiste: Un hombre salió de su trabajo con sus amigos de oficina un viernes por la noche, para reforzar así los lazos de amistad y hablar mal del jefe, se emborracharon hasta que tuvieron que dejar el ágape porque salía el último tren y todos vivían en los suburbios de la ciudad. El hombre llegó a un conjunto residencial de doce edificios idénticos, donde todas las puertas, paredes y ventanas son idénticas. Se desviste, se acuesta en una cama separada de su mujer, diseño idéntico a las miles de habitaciones que están en los apartamentos de los conjuntos residenciales. A las seis de la mañana suena la alarma de su móvil, se levanta, se baña dentro de una ducha de plástico idéntica a las que hay en todas los apartamentos japoneses, se viste, come lo mismo que come todas las mañanas millones de japoneses, se acerca al cuarto del niño, lo ve durmiendo con las mantas de los héroes de ficción que pululan por todas las cobijas para niños en Japón. A las siete y media de la mañana sale hacia el trabajo vestido con un pantalón azul, un saco azul, su camisa blanca y su corbata a rayas, idéntico uniforme que usan los millones de trabajadores de las empresas, pero cuando llega a la estación se da cuenta de que no corresponde el nombre con la parada donde normalmente se sube para ir desde su casa hasta el trabajo, y mirando el nombre de la estación se dice: "maldición, me he confundido de apartamento otra vez". 
Salary Man Style
Algunas personas se rieron, yo me quedé pensando el chiste, síntoma de que no entendí e ingenuamente pregunté ¿dónde está el chiste? Mi interlocutor responde: "no te has dado cuenta que en Japón parece que todo está duplicado y todo se parece: las casas, las mujeres, los trabajos, los hijos, los apartamentos, las habitaciones, lo que de vez en cuando cambia son los nombres de las estaciones de trenes, si no hubiera esa diferencia pasaríamos todo el día dando vueltas en el subterráneo, y seguidamente todos se volvieron a reír. Hay algo de cierto es este chiste, es una opinión sarcástica, que trata de distanciarse de una uniformidad que arropa a Japón, porque este país de sushi radioactivo y cerveza de leche, es un país masificado, duplicado, doble, uniformado y por supuesto eso a veces nos maravilla, especialmente cuando venimos de países anárquicos e improvisados. Cuando uno está en las principales calles de Tokyo u Osaka, a eso de las ocho de la mañana, uno lo que ve son personas idénticamente vestidas con sus pantalones azules, sacos azules, camisas blancas, corbatas de rayas y zapatos oscuros llevando un portafolio de cuero negro. Todos estos personajes idénticos se les llaman por aquí (サラリーマン) salary man, es decir, un hombre sueldo, también hay mujeres y se les llaman (オーエル) oeru contracción de la expresión inglesa office ladies. 
Salary Man entrando o saliendo de la oficinas
Pienso en el chiste y recuerdo que la mayoría de las casas japonesas que he visitado tienen la misma distribución, los mismos aparatos eléctricos, claro dependiendo del sueldo de los propietarios serán apartamentos más grandes o pequeños o tendrán más o menos cosas, pero básicamente uno puede saber que encontrará un paragüero en la entrada, un retrete separado del ofuro y con toda seguridad una suihanki『炊飯器・すいはんき』o arroceras y varios juegos de futones布団・ふとん』casi todos idénticos. En mis cinco años por estas calles niponas, nunca he visto un inodoro que no sea blanco o crema, y pensar que el de mi casa en Venezuela era azul y el de la vecina marrón oscuro. Uno de las situaciones estéticas que más me ha costado aceptar es que todas o por lo menos las casas que he visitado, !TODAS! tienen las paredes empapeladas con un papel tapiz crema y con un cierto relieve. Cuando me vine a vivir a este apartamento lo primero que me dijo el propietario en un inglés preciso era que no podía pintar el apartamento, ni cambiar el papel tapiz de las paredes, y por supuesto, estaba prohibido abrir huecos para colgar cuadros. Así las paredes duplican los espacios y los sentidos en un monocromo, en una masa crema sólidamente asfixiante. 
Manera "creativa" para decorar una pared del apartamento
El terror a la duplicación ha sido un tema que se ha manifestado en la cultura Occidental para exacerba la individualidad sobre el colectivo. Así desde la clásica novela de Dostoievsky El Doble siguiendo por obras como Dr. Jekyll and Mr. Hyde de Stevenson o Desesperación de Navokov o el cuento Lejanía de Cortázar, hasta llegar a la angustia existencial de Tertuliano Máximo Alfonso, protagonista de la novela de Saramago titulada El hombre duplicado, la asistencia del doble, la presencia del Otro, da herramientas para cuestionar las identidades, lo propio y lo ajeno. Y podría decir que esto es una tendencia en occidente y recientemente en Japón, así escritores contemporáneo como Haruki Mukami se regodean con el tema de la duplicación, de la masificación, de lo repetitivo y especialmente con la idea de doppelgänger, que son tan evidente que podemos apreciar estos temas en casi todas las novelas de Murakami, especialmente en una obra como: Sputnik, mi amor. El protagonista omnisciente nos relata en el capítulo 13 los documentos de Sumire y nos narra: (Documento 2) Narra la extraña experiencia que sufrió Myû catorce años atrás. Myû queda atrapada toda la noche dentro de una no­ria en un parque de atracciones de una pequeña ciudad sui­za y, desde allá, con unos anteojos, ve a su segundo yo que está dentro de su habitación. Una Doppelgänger. La expe­riencia aniquila a Myû como ser humano (o pone de mani­fiesto su destrucción). Utilizando sus propias palabras: está dividida en dos y un espejo se interpone entre ambas mita­des. Sumire persuadió a Myû para que se lo contase y, des­pués, lo plasmó por escrito". 
Kurokami, una manga donde una Mototsumitama 元神霊, o una
dioses que busca equilibrar el orden del mundo, trata de resolver
algunos problemas de döppelganger que se han desbordado.
Así en la obra de nuestro exitoso escritor japonés está presente el problema del doble, de la masa, de duplicidad, incluso desde sus primeras novelas como Pinball 1973 donde uno de los problemas a superar por el protagonista son sus desdoblamientos frente a las hermanas gemelas, cuando están juntas y cuando están separadas, estos desdoblamientos en la obra de Murakami pasea por la esquizofrenia, como podemos apreciarlo en su novela Baila, Baila, Baila. Podía sintetizar grosso modo que Murakami trata de volver líquida aquella masa sólida que lo rodea, atravesándola por medio de una mirada esquizofrénica, desdoblándose, alucinando, ¿habrá otra manera de salir de lo repetitivo?
¿Un típico rostro japonés?
Todo este cuento viene porque asocié el chiste con una experiencia personal. En estas semanas me senté en un vagón de metro en Kioto, iba con mis pensamientos cuando en la siguiente estación se sentó una mujer extremadamente parecida a una amiga, tan parecida que me preocupé que fuera ella y no me saludara. Mi pésimo japonés evita siempre que tome la primera palabra en una conversación, así que veía a esta mujer de reojo, soslayadamente, tratando de ver algún rasgo que no poseyera mi amiga, así que detallé sus manos, especialmente sus dedos, porque mi amiga se muerde las uñas, y !voilá!, tenía las uñas pintadas, largas, no era mi amiga, y me puse a pensar en aquel juego de adivinanzas que hacemos de adolescente: ¿cómo harán los chinos para diferenciarse?
El pensar desde la estupidez de la diversidad de razas
y creer en que algunas son superiores a otras hizo
la historia del siglo XIX y XX abominable para todas
las razas del mundo y la extinción de pueblos
como el de Trugermanner, que pertenecía
a la comunidad de aborígenes de  Tasmania
y que fueron eliminados en su totalidad.
Cuando comencé a salir con Mi Amiga Japonesa ella me contaba que los japoneses pueden diferenciase de los chinos o coreanos por ciertas particularidades, pero luego de estar cinco año en Japón, siendo uno de mis hobby sentarme a ver rostros y creando historias de esas personas, definitivamente no hay manera clara de saber si alguien es japonés, chino o coreano, no hay manera de ser racista, de separar por razas como fue la manía desde mediados del siglo XIX de los darwinianos sociales o los club de eugenesia. A veces pienso que son tan distintos los japoneses el uno del otro, que lo que nos crea es cierta ilusión de igualdad, de unidad por medio de la uniformidad de sus vestimentas, de los peinados, de la moda, así Mi Amiga Japonesa es única, aunque veo algunos rasgo en otras personas, sus ojos rasgados, sus manos alargadas, su pelo lacio, pero si se vistiera como una oficinista, オエール, con su falda azul, su saco azul y su camisa blanca, seguramente la confundiría entre las millones de oficinistas que deambulan por las ciudades japonesas. Seguramente soy un individuo común y corriente y con rasgos tan comunes que puedo ser de cualquier lugar, pero por supuesto no de Asia, por mis ojos y mi corporalidad, pero a veces por las calles, algunas personas piensa que soy un bonzo o bozu『坊主・ぼうず』es decir, un sacerdote budista, básicamente porque tengo la cabeza rapada y camino lentamente por las calles, como meditando.
Seguramente en esta masa nadie me reconoce
En más de una ocasión he oído como un niño dice que soy un bozu, y me río y pienso que si me visto con las prendas de los monjes budistas seguramente pareceré un ser de profunda fe y devoción, y nada más lejos a esa realidad. La masificación ilusiona, ordena y permite a la ropa, a las cosas, hablar por nosotros cuando no podemos o no queremos asumir ciertas responsabilidades, cansancios o reflexiones sobre la vida o nuestro actuar. 

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