El programa más exitoso de la televisión
europea había combinado todas las posibilidades de personalidades y profesiones
que se pudieran encontrar y mezclar en los diversos castings donde unas setenta
mil personas deseaban ser cocineros cada año. Por el programa pasaron abogados
y médicos que dejaron sus profesiones para realizar profiteroles, vendedores de
curiosidades, antigüedades o de casas malditas cuyo mayor deseo era realizar esferificaciones
de sesos y espuma de trufas para decorar un pescado frito, e innumerables profesores
de latín o de matemáticas que abandonaban la docencia por el arte de hacer
brochetas de pollo en las calles. Cualquier tendencia sexual, erótica o moda sexual
imaginada, que no violarse las leyes del país, era aceptada por lo que nunca apareció
un zoofílico en las cocinas, pero si un joven que se casó con un robot en una iglesia
futurista y fue la alegría de los fans de la temporada veinticinco. La producción
estaba desesperada, los espectadores necesitaban a alguien que dejara de ser lo
que había sido toda su vida para cambiarla, que dejara su espacio de confort y deseara
libremente quedar encadenado a los fogones, a las harinas, a las frituras. Esa
temporada alguien comentó a la productora que un tal Jesús quería ser chef.
Apareció en una audición en una ciudad muy religiosa cerca de una frontera, él
solo se paraba frente a un plato vacío, decía unas palabras y de la nada
aparecía un majar gastronómico nunca visto, nunca probado. Fue aceptado y
presentado como un mago, sin sorpresas, como otros prestigiadores habían
aparecido en la pantalla, pero algunos ejecutivos del canal tuvieron
resistencias de aceptarlo para esa temporada porque no usaba smartphone
ni tenía cuenta en Twitter, así que cuando se le asignó: Masterchef_#33_JesusMago,
el joven barbudo comenzó a tener tantos seguidores que nadie pensaba que
pudiera existir alguien como el: ser un buen cocinero, hablar bien a las
personas y decir, de tarde en tarde, palabras sabias como: ¡no solo del pan
vive el hombre! o, ¡adora al señor, tu dios y sírvele solamente a él!, esta última
frase excitó a algunas mujeres y hombres que veían en sus parejas o amantes de
turnos como una divinidad. La competencia duro tres meses donde los
participantes salían después de fallar en sus elaboraciones, excepto Jesús, cuyos
platos se multiplicaban y con pocos peces, mariscos y harina hacia un asopado
de marisco en un caldero que nunca se secaba, platos que siempre eran acompañados
con gruesos trozos de pan que nadie sabía de dónde venían. También comentaban
en el set, que el mago Jesús transformaba el agua en vino porque conocía una
receta antiquísima que lo explicaba y que se la había dado su madre en un desposorio.
Al final Jesús ganó la competencia, dijo que iba a abrir un restaurante en
Barcelona que lo llamará LOS UNGIDOS, donde serviría todo el pan y vino que
pudiera degustar un comensal. Con el tiempo logró una eucaristía digital donde
los likes sustituyeron los amenes, el compartir en las redes se transmutó
en la comunión para la salvación e, ir al restaurant, era conseguir la total redención
del pecado original. Desde entonces toda la teología cambió de los estantes en las
bibliotecas y algunas personas concibieron que las guerras eran programas
televisivos que pocos sabían dónde se hacían las selecciones de los actores, si
en algún refugio olvidado en una antigua república soviética, o en un bunker
protegido por cámaras cerca de Bruselas donde solo algunos millonarios sabían dar
la dirección a emprendedores mercenarios, o quizás en los laberintos de un
parque de diversión cerca de un desierto en Arizona.
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