jueves, 28 de febrero de 2019

CUENTOS DE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA CONTADOS POR SUS CREADORES (JUAN BARRETO)

JUAN BARRETO CIPRIANI
EL PESO DE LA REVOLUCIÓN
La noche anterior el capitán estudió los mapas y fotografías que el coronel le dio, por afuera parecía una casa común y corriente, como otras tantas casas que se levantaron por la calle 13 de los Jardines del Valle, pero subterráneamente esa casa poseía tres plantas. La construcción total era de unos 2000 metros cuadrados, poseía dos motores generadores de electricidad, un depósito de 50000 litros de agua, sistema de refrigeración, controlador de humedad y varios sistemas de calefacción. En el primer piso subterráneo había información sobre la existencia de neveras industriales y espacios de almacenamiento, seguramente para comida no perecedera, los otros dos pisos mostraba espacios amplios donde posiblemente habría equipos modernos de tecnología, electrónica y comunicación. El bunker poseía una sola entrada, lo que preocupaba al capitán, pensaba que era una trampa mortal para un comando, no sabía cuántas personas podían estar en aquel espacio, ni cómo se distribuían, cuántas armas, lo único que sabía era que desde años se ocultaba uno de los lideres chavista: Juan Barreto. El capitán tenía la misión de llevarlo a testificar para los juicios sobre crímenes de lesa humanidad que le hacían a algunos jerarcas del gobierno de Maduro en la Corte Penal Internacional. Luego de muchos estudios se supo que, de vez en vez, venía un repartidor de pizza llevando algunas cajas para esa casa, decidieron esperar ese día. Un sábado hubo una orden de 10 cajas de pizza para esa dirección. Cambiaron al repartidor y al abrir la puerta entró un comando armado para tomar el bunker. El capitán llegó al medio de una sala, una estancia común y corriente donde una vieja, con una dentadura muy blanca para su edad, les preguntó si quería algunos cafecitos. ¿Ca-fe-ci-tos?, pensó el capitán, algo le hizo sacar su arma automática y ordenar a su comando a preparan sus armamentos para empezaran a peinar las diversas zonas y tomar el control de cada una de los niveles del bunker. Al final había ocho mujeres de diversas edades y dos hombres musculosos que se presentaron como el chofer y guardaespaldas respectivamente, todos cuidaban el día a día del doctor Barreto. El capitán pensó que la situación que vivían era muy “folclórica”, pero de lo folclórico pasó a lo grotesco, a lo extravagante, a lo absurdo cuando bajó al último piso y vio al doctor Barreto sobre una cama especial de hospital, rodeado de tres computadoras, dos televisores de pantalla plana, a su lado una mesa plegable donde se podía ver vasos de diversos colores o bebidas y algunas arepas fritas con queso de mano dentro de una cesta y muy, muy cerca, una pequeña nevera. Al principio el capitán y parte del comando no pudieron reaccionar, se necesitó de un proceso de actualización, de aceptación, de realidad. La persona que buscaba estaba allí, sentado, con una sonrisa a la vez que invitaba al capitán a sentarse a su lado, pero el capitán lo que veía era un rostro redondo, con barba y pelo largo y encrespado de Juan Barreto cuyo cuerpo estaba amorfo, y aunque cubierto con una manta roja, se podía apreciar algunos edemas y celulitis en parte de sus pies, es posible que tuviera más de 250 kilos. El capitán se sentó a su lado abrumado ante la imagen de un ser que le comenzó a hablar mientras veía como su cuerpo deforme por la grasa acumulada se movía a cada gesto, a cada palabra hecha con ahínco. Le preguntó al hombre si realmente era Juan Barreto Cipriani, la masa humana le confirmó que sí. Comenzó a hablarle de su vida, sus títulos universitarios, su doctorado y posdoctorados, su ir por paraninfos en diversas universidades del mundo, su actividades periodísticas y políticas desde que perteneció a la Liga Socialista, su actividad como alcalde de Caracas y cómo y por qué fue apartado del proceso revolucionario que tanto abrazó. Explicaba que todo fue por culpa de una caída. Si, comentó con cierta ironía, una caída de una tarima cuando era gobernador, por usar unos crocs, como tuve unas semanas de reposo aumente varios kilos, debido a mis adiciones y compulsiones al control, desde entonces mi comandante comenzó a burlarse de mí, de mis zapatos capitalistas, de que aprendiera a usa alpargata; una ansiedad me empezó a rellenar, aumentaba de kilo mes a mes, el comandante reprochaba en público mi obesidad que cubría, según él, con camisas de mal gusto, siempre bromeaba de que tenía que hacer ejercicio como él, de hacer dieta, se burlaba de mi forma de hablar y de corregirlo cuando buscaba batallar entre ideas posmodernas de socialismo y citar a sus autores, me acusó de vicioso por fumar cuando todos sabían que él fumaba por los pasillos más intricados de Miraflores, me dijo que si no me controlaba terminaría como un Heliogábalo, me lanzó al ostracismo cuando me criticó el uso de la imagen donde ambos salíamos en los periódicos, una imagen paterna que en algún momento le molestó, me mandó a cancelar todas las publicidades donde saliéramos juntos, porque yo estaba muy gordo, también me criticó mi visión socialista de los problemas de vivienda porque decía que lo imitaba con el uso de las expropiaciones, y eso de expropiar al Country Club, le pareció una burla no al pueblo sino hacia él, pero creo que en el fondo su progresivo odio hacia mí fue porque sencillamente al comandante no le gustaba los gordos, quizás un resabio de los que sufre muchos  militares, en la medida en que alguno de su equipo engordaba, se desproporcionaba su silueta, lo rechazaba; dicen que por eso se divorció de Maríaisabel, porque su mujer engordaba mes a mes a punta de empanadas y Chávez definitivamente le tenía miedo a la celulitis, siempre he pensado que sufría de cacomorfobia, es decir, fobia a las personas obesas y por esa fobia, me apartó de cualquier proyecto, ministerio o proceso de la revolución. Aunque seguí con el proceso a mí manera, todos pensaron que era un loco intelectual que no encajaba con el devenir autentico de la revolución, una revolución que por culpa de los hermanos Rodríguez se transformó en un barco de ira que recogía las inversiones iracundas de las personas con la promesa de una venganza total o del advenimiento de una justicia global, esa fue mi última advertencia al comandante, del rumbo que tomaba la revolución en nuestra última conversación privada, sus últimas palabras hacia mí fueron: ¡ponte a hacer ejercicio!, ¡gordo de mierda! El capitán se levantó de la silla, subía los piso pensando qué equipo especial necesitaría para sacar a una persona con un cuarto de tonelada en su cuerpo desde un tercer piso subterráneo, obviamente necesitaría a un médico bariatra y personal especializado para estos casos, ¿habría en Venezuela? o sencillamente dejarlo morir de hambre como hizo la tiranía de Maduro al pueblo y donde él y su familia perdieron kilos, masa muscular y su padre parte de su visión por falta de nutrientes y vitaminas, pero la Corte Penal Internacional se lo prohibiría seguramente.

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