viernes, 16 de febrero de 2018

ALZHEIMER (MINICUENTO VIII)

Se levantó con zozobra. Miraba a su alrededor buscando algo que le indicara que era un lugar seguro. Sentía una opresión en el pecho porque recordaba con nitidez que aquel lugar donde estaba, algo había cambiado, aunque no poseía ninguna certeza. Siempre había devenir, caos, intangibilidad y eso le generaba miedos. Salió del cuarto y vio la puerta, era de madera, dorada; pero se juraba que en la noche era de otro color, de otro material, de otra dimensión. Miraba hacia el cuarto y parecía que todo estaba dentro de una normalidad animada. Caminaba por la casa, con titubeos, con paradas minúsculas. Llegó a la puerta trasera de aquella casa curiosa que daba a un jardín con una mesa y sillas algo oxidadas, comenzó a desayunar. En el jardín había arbustos abandonados, dos árboles que quizás a veces daban frutos y muchos guijarros de minerales diversos. Se recriminaba de no recordar los puntos jonbar que le determinaban sus contantes cambios, que abrían historias paralelas, que lo deprimían. Sabía que cada día, él tomaba algún guijarro y el mundo cambiaba, la ucornía aparecía, las personas le hablaban y entendía que, había constancias de nuevas guerras, personajes políticos, países y amores que no conocía, todo cambiaba: nombres, fechas, libros, películas, cantantes... o ¿eran las mismas guerras que estudió, los mismo personajes políticos que despreció, los países que visitó, los mismos amores que admiró? No podía recordar quienes eran los que le hablaban y a veces él no se recordaba, como si él fuera una historia desenroscada de una maquinaria humana, un fragmento de idea o una pesadilla inconclusa. Había ocasiones que aparecían personas que se declaraban como esposa, hijos, vecinos, amigos, editores, alumnos o presidentes, pero siempre eran rostros distintos, nombres confusos, aventuras paralelas. Le hablaban con palabras que a veces no comprendía sus sentidos, con... ¿léxicos arcaicos?, lo único cierto es que se podía acordar de algunos títulos de libros que leyó en su juventud, historias de partidos de fútbol o enfermedades como el cáncer, de este cúmulo constante siempre recordaba la definición del punto jonbar, un concepto abstracto que había sido obtenido de la lectura de aquel libro que leyó quinceañero y que nunca olvidaba: La legión del tiempo, la historia de John Barr, pero dudaba si él lo había escrito, o su otro yo en otra dimensión, en un universo alterno lo había creado. Así pasaba los días, recordando La legión del tiempo, de una definición insistentemente, de tratar de sonreír a todos aquellos que le hablaban y no conocía, de conversar sobre partidos de futbol donde los brasileños sobresalían. Al final del día dejaba un guijarro sobre la mesa, una mujer con lentes gruesos y manos agrietadas lo vestía y lo acostaba y él trataba de dormir con la seguridad de que al día siguiente otro guijarro tendría que tomar y otra historia paralela tendría que vivir.