lunes, 26 de septiembre de 2016

MINICUENTOS I (ANÉCDOTAS QUE ME CUENTO MIENTRAS COCINO)



Luego de siglos de ediciones y correciones, cercano a principios del siglo XXV, una obra titulada: La divina comedia, sólo consistía de un único capítulo llamado: Infierno. Comentan algunos estudiosos que había dos capítulos más, pero con el transcurrir de los siglos, la desaparición del papel, de las normas de la tecnología para acortar las metáforas y personajes históricos innecesarios, junto a la ley para evitar el uso de las perifrasis, ya nadie podía visualizar un Purgatorio o un Paraíso. Algunos teorizaron que conceptos como la esperanza o Dios, había perdido vigencia desde la anulación de las religiones por un conseso internacional para la igualdad y el desarrollo de la raza humana, por lo que no se podía concebir lugares de fantasía o de poder absoluto, otra hipótesis más simple argumentaba que algo tuvo que ver la industria de entretenimiento que igualaba la realidad con algunos conceptos que había sido plagiado de la novela del florentino.

EL "VIEJO" ADRIANO GÓNZALEZ LEÓN O AQUEL "ULYSSES" QUE CONOCÍ EN UN BAR.

Adriano González León con ¿Sándro de América?... no Vargas Llosa


La vejez quizás sea uno de los temas más tangenciales que podemos hallar en la literatura y en la filosofía, ya que a diferencia de otros temas: la infancia, la adolescencia o la madurez, la vejez en un punto que posibilita al escritor y al lector el ingreso a un mundo sin esperanza, al encuentro con el fin de todo, a la presencia de pequeño apocalipsis personal, de ahí lo tangencial del tema. La vejez implica la negación de un orden a futuro, la negación de revoluciones, la conciencia de lo finito la cual progresivamente, desde nuestros más tiernos años, nos enseñan a negar. La vida humana es comparada con las estaciones del año y asociamos con facilidad: la vejez con el invierno. Nuestros últimos años de vida se presentan como una época de escasez, fría y con penurias. La vejez es el momento de las liquidaciones: el año, de las fiestas Saturnales, de la sombra de la serpiente en el templo de Kukulkán, de la vida; y es esta metáfora de las estaciones la que tipifica la idea de que después de la vejez, después del invierno, después de la fiesta y de las sombras comienza un ciclo, ¿por necesidad, por consuelo, por vivencias?, así regresa las fiestas de primavera, la floración de los ciruelos, la aparición de una nueva generación de animales que poblarán los diversos lugares de la tierra. El invierno-vejez dará paso a la primavera-infancia como lógica de consecuencias, pero la verdadera vejez solo nos presentará el vacío existencial, la conciencia de finitud, la descomposición corporal y así ingresándonos al mundo de los achaques. La vejez se presenta con un alto costo emocional para las personas que han superado las seis décadas de vida saben que no renacerán, que no brotarán de las ramas como vástagos nuevos y que las tierras prometidas, Valhalla, o algún pedazo de eternidad, son visiones reconfortantes antes de aceptar el vacío desde el cual provenimos. 
Anciano con niño. Ghirlandaio
Cuando se es joven uno se intoxica, se droga, se atiborra de grasas, necedades y superficialidades. Se sale de la universidad en las noches dispuesto a beber litros de cervezas, a estar en más de una orgía, de sorprender a amigos y extraños con frases ingeniosas o pensamientos divergentes, y así uno pasa unos cuantos años entre lo obsceno y la insatisfacciones del Ser y del Estar. Entre la numerosas salidas, a veces no reuníamos con algún profesor al finalizar aalgún curso y así compartir vivencias y experiencias, a veces el profesor se transformaba en un Vigilio que lleva a unos cuantos Dantes a atravesar el bosque de la juventud en otros casos el profesor añora sus perdidas y busca reflejos de juventud en sus séquito. Fue en una de esas salidas a una taberna con ambiente brasileño llevado por algunos amigos que conocí a Adriano González León entre vigilia y cervezas. Era el cierre de uno de sus seminarios y aunque yo no era uno de sus alumnos, Mónica, una curiosa hembra de las letras con la que me enredaba en gramáticas amorosas, insistió en que la acompañara, en fin yo también era estudiante de literatura, aunque filosofaba mucho para su gusto y hundía mi sensibilidad en lógicas fútiles.
Ulises y las sirenas. Picasso
Adriano hablaba, reía, abrazaba.... Adriano se divertía con un coro de núbiles aprendices de poetas, de cuentistas y ensayitas. Yo estaba sentado a la derecha de un hombre que había pertenecido al Boom de la literatura latinoamericana con su novela "País Portátil", novela que leí en su momento y que ahora recuerdo como un relato de aromas, donde el último de los Barazarte describe a las ciudades, las personas, los momentos por sus aromas, por la penetración de las fragancias, por los tufillos. Creo recordar esa característica de la novela, aunque halla pasado más de veinte años desde que la leí, y aquí, en el sur de un Japón inundado de campos de arroz, presiento que al volver a leer esa novela, ese recuerdo de aromas desaparecerá, no sé, es una intuición pobre. Quería sobresalir, sacar mi ingenio así que preparaba una pregunta para Adriano: ¿por qué todos sus cuentos tienen epígrafe?, se lo pregunté, pero en ese momento Mónica le pidió que le hablara de sus trabajos más reciente y fue cuando habló de que escribía un "Ulises" cansado, agotado; un "Ulises" viejo, que ya no se enfrenta con Cíclopes o con pretendientes de su esposa, que ya no asiste a guerras ni sus ardides le bastan para engañar a la muerte, un "Ulises" que se mea, que ve fantasma, y que recuerda... Adriano siguió hablando de su proyecto, de su "Ulises", y en el fondo me preguntaba solitariamente por el uso de las epígrafes. Un "Ulises" viejo ya no tendría narrativa, pensé en ese momento, ya no tendría nada que contar, porque la vejez, en la mayoría de los casos, ha sido representada como un momento negativo que debe dar paso a un momento positivo, así instalarse en las narraciones de la vejez sólo lo reconocía desde la filosofía por algunos escritos de Séneca, Schopenhauer y Beauvoir, como reflexión que nos puede ayudar a comprender algunos elementos que damos por obvio. Pensé que Instalarnos en la narración de lo senil sería instalarnos en la narración del orden final, de las certezas de la fe, de meditación de la finitud, de iluminaciones y epifanías, como predicaba Marco Tulio Cicerón en su obra Cato Maior. De Senectute, que reivindica la vejez como el mejor momento de la vida para aquellos que han podido llegar a ella, pero Adriano pensaba otra cosa, al igual que cualquier narrador único que se acerca a la vejez. 
Cicerón, de verde y jovén en la maga  GATE 自衛隊

Creo que el "Ulises" viejo dio paso a su novela "Viejo", Obviamente es una teoría de asociaciones que nacieron entre una noche en una tasca y la lectura de la novela en 1995, cuando fue editada, y desde entonces he pensado que Adriano había escrito su proceso senil en primera persona, comos una particular autobiografía, fundándose con recuerdos, sus carencias, su invierno. “Viejo” es una novela que reflexiona sobre la tradición de lo senil asociado con la sabiduría y que fue establecido desde el Senetute de Cicerón, pero Adriano, "Ulises", se presenta en su particular autobiografía como un antisenetute, un revés de las prédicas de Cicerón, tratando de mostrar las falacias que se han inscrito a favor de mantener una mitología de viejo = sabio, padre, reflexivo, santo, guía; es decir, la vejez como poseedora de una aureola donde la imagen de filósofos, políticos  y hombres de fe aparecen, para Adriano, debe ser trastocada por una imagen contraria donde el viejo no es sabio, ni reflexivo, ni santo, y no quiere ser guía de nadie, ni de él mismo. La vejez es el encuentro de "Ulises" consigo mismo y una época perfecta para masacrar los argumentos que da Cicerón. El pensador romano en su De Senectute nos comenta: "Repasando en mi cabeza, encuentro cuatro razones por las que la vejez puede parecer miserable: una, porque impide hacer cosas ; dos, porque debilita el cuerpo; tres, porque priva de casi todos los placeres, y cuatro, porque no se encuentra lejos de la muerte. Si os parece, vamos a repasar la importancia de cada una de ellas y en qué medida son justas o no". 
El viejo pescador. Picasso
Cuando Ciceron se pregunta la razón de que la   La vejez impide hacer cosas, responde que un anciano no puede hacer lo que hace un joven sino “cosas mucho más importantes y mucho mejores”; ya que grandes hazañas no se llevan a cabo con la fuerza, la agilidad de los cuerpos, sino con consejos, prestigios, juicios. El peligro que ve Cicerón en esta actividad propia de la vejez es la pérdida de la memoria, pero para ello exhorta a ejercitarla, a que sea su principal interés y causa porque un viejo recuerda lo que le interesa, y para ejercitar la memoria, para encausar los intereses, Cicerón termina auspiciando los estudios, la curiosidad, el aprendizaje, y ya que en la vejez se tiene el tiempo para aprender hay que aprovecharlo. Cicerón hace énfasis de que el aprender implica un ejercicio de la memoria y viceversa, el uso de la memoria aumenta las facultades de aprendizaje. Cicerón coloca los ejemplos de Temístocles quien se sabía los nombres de todos sus ciudadanos, de Sófocles que creó sus mejores tragedias en la vejez, de Solón quien se mostró orgulloso en sus versos porque envejeció aprendiendo algo cada día, finaliza Cicerón escribiendo que “tampoco ha oído nunca que algún anciano se haya olvidado de dónde enterró un tesoro.” Para Ciceron la memoria y las actividades de aprendizaje son las reales posibilidades del hacer en la vejez, así en la medida en que nuestro cuerpo merman, nuestra memoria se unge como la principal actividad a realizar; nuestro "Ulises", nuestro Adriano, escribió que la memoria y el tiempo son diálogos de muestran afectaciones, afectos y distracciones por lo que su novela el viejo no ejercita su memoria, solo trata de recordar momento inexplicable en su momento. El protagonista senil rastrear a brincos su memoria, el tiempo, no hay una uniformidad que permita una clasificación o taxonomía desde la cual podamos ordenar el mundo, en la vejez, para el escritor-narrador, el mundo en un compedio de fragmentos por lo que cualquier proceso educativo, de formación, de orden sería inaguantable. A diferencia de la educación de un niño, donde se aprenden signos y significados para la construcción del mundo, la educación del anciano está dirigida más a la distracción para que el mundo se olvide de ellos. Esto lo sabe el protagonista senil, lo sabía Adriano cuando le hablaba a Mónica de la revista Sardio, lo sé yo cuando le hablo de mi infancia a Mi Amiga Japonesa y todo es un fluir donde el orden apenas se atrapa con los calendarios olvidados. En su novela Adriano escribió: “¿Qué puede aportar uno? Experiencias para ayudar a los que tienen experiencias iguales a la nuestra. Si se pudiera ayudar a los niños. Pero no. Esta llamada segunda infancia no tiene encanto, ni gracia, ni promesa. En lo único que se parecen las dos infancias es en la caca y en los meaos. En que los viejos se mean sin control. Pero no pueden llorar para anunciarlo”. 
El sastre del pueblo. Albert Ankel
Para Ulises-Adriano-Senil, para aquel que reclama el antisenectute, el halo del hombre senil que da sabios consejos y juicios es un esteretipo que nació cuando los hombres no llegaban a cruzar la edad de los cuarenta años, así, la vejez que trata Cicerón de reanimar con la oportunidad de hacer cosas intelectuales, de desarrollar el discernimiento, es para el protagonista algo ridiculo, porque no hay viejos que den sabios consejos o juicios, solo hay viejos que pierden la memoria y ensartar otras visiones; por lo que tansmitir experiencias en la sociedad moderna desde la voz de una persona mayor a veces parece un acto de caridad, para el viejo de González León el mito de la experiencia es un mito que no trasciende, que no se adhiere a otras personas, solo puede queda como escritura, a veces como historia, a veces como ficción, "Ulises" toma la memoria como recuerdos fracturados, con olvidos, mostrando quizás en el fondo que la memoria senil es una posición crítica, una "memoria" que debe arrancar reconocimientos, de entrar con justicia en un borde negativo, clínico, y así hallar lugares desplazados por la educación formal, por la formalidad de las instituciones, por régimen disciplinarios. La memoria del viejo González León es una memoria “antisenectute”, una memoria de resistencia al orden porque los olvidos y los recuerdos llegados de la nada, permiten otras visiones que la memoria “senectute”, forjada en la educación,  y controlada por el orgullo niega. El mundo de los viejos, de todos los viejos, es, de forma más o menos intensa, el mundo de la memoria. Se dice: al final eres lo que has pensado, amado, realizado. Yo añadiría: eres lo que recuerdas. Una riqueza tuya, amén de los afectos que has alimentado, son los pensamientos que pensaste, las acciones que realizaste, los recuerdos que conservaste y no has dejado borrase, y cuyo único custodio eres tú o quizás eso hubiera añadido Adriano aquella noche y yo sin pena me apropio de sus ideas sin citarlo, o quizás es este particular recuerdo de aquel encuentro lo que quiero conservar.
Anciano Afligido. Van Gogh
La segunda queja contra la vejez que analiza Cicerón está sobre la debilidad de las fuerzas: “¿No hay fuerza en la vejez? Tampoco se le piden fuerzas a la vejez. Por consiguiente, tanto en las leyes como en la vida nuestra edad está exenta de las tareas que no pueden sostenerse sin fuerzas. De esa forma, no nos vemos obligados a hacer lo que no podemos, y ni siquiera hemos de hacer todo cuanto podemos”, explica Cicerón. La vejez implica la pérdida de fuerza física, pero claramente Cicerón marcará una lógica disciplinaria sobre los placeres, como apuntó Foucault en su Historia de la sexualidad, especialmente en su segundo tomo, porque en ese tomo los poderes disciplinarios son prácticas de vigilancia para provocar el autocontrol y donde el poder se conceptualiza no como una propiedad de un individuo o colectivo, sino como posibilidad de ejercitarlo por cualquier persona a través del discurso mismo. Podemos leer las observaciones de Cicerón: “Hay que cuidar la salud, hay que hacer ejercicio moderado, hay que comer y beber para reponer las fuerzas, no para aplastarlas. Y no sólo hay que ayudar al cuerpo, sino mucho más a la mente y al ánimo, pues éstos también se extinguen con la vejez, como la lámpara, si no se la impregna de aceite”. Por lo que hacer ejercicio, beber y comer moderadamente, aparece como un exhorto para normalizar y regular una dietética que sea paralela a una vejez sana. "Ulises" es aquel que usas sus ardides para rodear los poderes disciplinarios, Adriano logró una vida donde los poderes disciplinarios los veías entre páginas blancas, quizás por eso escribió en la novela la ruptura de cualquier dieta y donde los fantasmas Joaquín y Eladia dirigir su lógica disciplinaria y necesidades, fantasmas que se encargan de su cuidado, pero el escritor está abandonado entre sus papeles garabateados, su biblioteca y cucarachas. “Eladia necesita hacer el mercado. Pero también Eladia tiene varios días que no viene. Estoy aburrido de comer sardinas con galletas. Se están acabando los refrescos. Ya no hay cervezas. Creo que queda una. Eso es. Iré a la nevera a busca una cerveza. Uno bebe lentamente su cerveza, mira los libros desparramados, el polvo que cubre las mesas, las cucarachas que avanzan por el rincón”, así los poderes disciplinarios se desvaneces en la cotidianidad de la impotencia. El antisenectute es una apuesta por la destrucción que es generada por una memoria fragmentada, guiada por fantasmas.
Viejo desnudo. Mariano Fortuny
La búsqueda del placer en la vejez es constante, pero es un placer con bifurcaciones, por un lado la parte carnal como en las novelas Memoria de mis putas tristes de García Márquez donde el protagonista quiere regalarse para sus noventa años una noche con una virgen, o en la novela Cuentas Pendientes de Martín Kohan, donde el viejo protagonista, tacaño y solitario gasta un premio de lotería con una prostituta; pero tenemos otra vertiente, más compleja, donde en la vejez se busca placeres mas complejos como el protagonista en la obra de Ernest Hemingway: El viejo y el mar, un placer de gloria aunque sea pasajera, de volver a vivir el placer del fervor perdido en sus faenas cotidiana, o el hallazgo de los afectos perdidos en el protagonista de la novela de Luis Sepúlveda: Un viejo que leía novelas de amor, o sencillamente tener la experiencia placentera con un bien.
La vejez es una época de rupturas, de orden y de una profunda búsqueda de placer, no centrado en los placeres físicos como prioridad, sino emocionales o espirituales, aunque Cicerón al evaluar la vejez como época que priva de placeres exclamando: “Pero ¡qué regalo inmenso de la edad si nos quita el mayor defecto de la juventud! Así es. Escuchad bien, buenos jóvenes, el antiguo discurso de Tarento, (…) no hay peste más capital que le haya dado la naturaleza al hombre que el placer del cuerpo, porque las inclinaciones, ávidas de este pacer, se lanza a colmarlos con temeridad y desenfreno”. Para Cicerón los placeres del cuerpo en el fondo es negativo, lo desgastan y además en la edad provecta deben estar satisfecho. El deseo estorba la reflexión por lo que se transforma en un enemigo de la razón. Cicerón apunta a la superioridad de los placeres intelectuales citando a Nervo, Marco Cetego, Solón, pero teniendo en la cúspide a Lucio Quincio Cincinato, como modelo donde los placeres del intelecto con el quehacer de la agricultura se unen para formar al hombre culto, cultivado, cultivador. El viejo de González León, y de la mayoría de los protagonista de las novelas, no cultivan, buscan un placer aunque no podríamos definir como intelectual, buscan placeres asociados con los sentimientos, busca abrir puertas que han sido melladas con la edad, con la preocupación, por la negligencia y estos elementos lo encontramos a lo largo de la novela Viejo. El placer del recuerdo, del primer beso, de las primeras exitaciones, del amor, pero también el placer de escribir, de beber con amigos, estudiantes. Aquella noche en la taberna Adriano reía, lloraba, cantaba, él era él y los demás aplaudían su placer; yo seguía meditando sobre los epígrafes y es que cuando uno es joven los placeres no son recuerdos, no se ha integrado a las vivencias, a las experiencias, los placeres son alejamientos de las verguenzas, por eso cuando un hombre va a una casa de prostitución no paga por superioridad sino por verguenza. 
Campesino tímido. Ilia Repin
Por supuesto el último punto es que la vejez no se encuentra lejos de la muerte es resuelto por Cicerón por la creencia de la eternidad del alma, nos dice que: "Y si me equivoco en esto, en creer que las almas de los hombres son inmortales, me gusta equivocarme, y no quiero que se me saque de este error en el que me deleito mientras vivo; pero si una vez que muera no siento nada, como pretenden algunos filósofos poco importantes, no temo en absoluto que los filósofos muertosse rían de mi error. Pero, incluso si no vamos a ser inmortales, a pesar de ello, es deseable para le hombre extinguirse en el momento debido, pues la naturaleza, igual que tiene la medida de otras cosas, la tiene de la vida. La vejez es, por tanto, en la vida como el final de una obra de teatro: debemos evitar cansarnos de ella, especialmente cuando se une la saciadad". "Ulises" contempla las sombras, Adriano sabe que todo se centra en el cuerpo, los antisenectutes son ateos por naturalezas o agnosticos por principio, así nuestro protagonista-escritor nos relata lo que es el alma, sin colocarle en ningún momento el adjetivo de inmortal. "Se preguntaba si sería un alma pura, separada del cuerpo. ¿O este cuerpo diario estaría envuelto por el alma? Poca cosa le habían dicho los curas y las beatas del pueblo. El alma es como una cinta o como una cuerda. El alma para los egipcio era un pájaro con rostro humano, brillante y poderoso, de presencia inmortal. Para otros es la sombra y la imagen. Ellos es posible, decía. La sombra anda detrás y delante. La imaginación es nuestra representación, pero a veces se pierde. Se pierde la sombra también cuando no hay cuerpo que lo refleje. ¿Entonces dónde vamos a parar cuando morimos? ¿Dónde  estaremos durante el sueño? ¿Dónde al quedarnos lelos mirando a Dios? ¿Se puede ver a Dios? Él es invisible, dijeron el primer día de catecismo".
Viejo con guitarra. Picasso
Esa noche en la taberna creo que lo que realmente se arrastraba no era Ulises viejo sino el  Ulysses de Joyce en las conversaciones, a la semana siguiente había que entregar un ensayo para su seminario que era sobre la obra del irlandés, yo había leído la novela, de la que me queda la pregunta sobre aquel desayuno de riñones ¿asado? que Leopold comió, ¿pastel de riñones?, mas que probarlo, me encanta la imagen y su metáfora, en fin, todos hablaban y hablaban, de Joyce, pero en el fondo gestaban la novela "Viejo" y lo creo así porque desde la página 110 la obra de Adriano, el viejo Ulises se transforma en un Ulysses, comienza uno a leer sin signos de puntuación, pero en lugar de ser un monólogo como el de Molly, es un soliloquio de un fantasma. Adriano esa noche no nos hablaba del "Ulises", sino de "Ulysses", y nadie se dio cuenta, porque en el fondo Ulysses también es un fantasma; yo tampoco, sólo con el tiempo y el pensar mientras cocino que trato de explicarme cosas pasadas, así como explicarle a Mi Amiga Japonesa que he sido a veces Odiseo pero que jamás pensé que en Ítaca hablaran japonés.