jueves, 12 de mayo de 2022

MASTER CHEF #33 (MINICUENTO XI)


El programa más exitoso de la televisión europea había combinado todas las posibilidades de personalidades y profesiones que se pudieran encontrar y mezclar en los diversos castings donde unas setenta mil personas deseaban ser cocineros cada año. Por el programa pasaron abogados y médicos que dejaron sus profesiones para realizar profiteroles, vendedores de curiosidades, antigüedades o de casas malditas cuyo mayor deseo era realizar esferificaciones de sesos y espuma de trufas para decorar un pescado frito, e innumerables profesores de latín o de matemáticas que abandonaban la docencia por el arte de hacer brochetas de pollo en las calles. Cualquier tendencia sexual, erótica o moda sexual imaginada, que no violarse las leyes del país, era aceptada por lo que nunca apareció un zoofílico en las cocinas, pero si un joven que se casó con un robot en una iglesia futurista y fue la alegría de los fans de la temporada veinticinco. La producción estaba desesperada, los espectadores necesitaban a alguien que dejara de ser lo que había sido toda su vida para cambiarla, que dejara su espacio de confort y deseara libremente quedar encadenado a los fogones, a las harinas, a las frituras. Esa temporada alguien comentó a la productora que un tal Jesús quería ser chef. Apareció en una audición en una ciudad muy religiosa cerca de una frontera, él solo se paraba frente a un plato vacío, decía unas palabras y de la nada aparecía un majar gastronómico nunca visto, nunca probado. Fue aceptado y presentado como un mago, sin sorpresas, como otros prestigiadores habían aparecido en la pantalla, pero algunos ejecutivos del canal tuvieron resistencias de aceptarlo para esa temporada porque no usaba smartphone ni tenía cuenta en Twitter, así que cuando se le asignó: Masterchef_#33_JesusMago, el joven barbudo comenzó a tener tantos seguidores que nadie pensaba que pudiera existir alguien como el: ser un buen cocinero, hablar bien a las personas y decir, de tarde en tarde, palabras sabias como: ¡no solo del pan vive el hombre! o, ¡adora al señor, tu dios y sírvele solamente a él!, esta última frase excitó a algunas mujeres y hombres que veían en sus parejas o amantes de turnos como una divinidad. La competencia duro tres meses donde los participantes salían después de fallar en sus elaboraciones, excepto Jesús, cuyos platos se multiplicaban y con pocos peces, mariscos y harina hacia un asopado de marisco en un caldero que nunca se secaba, platos que siempre eran acompañados con gruesos trozos de pan que nadie sabía de dónde venían. También comentaban en el set, que el mago Jesús transformaba el agua en vino porque conocía una receta antiquísima que lo explicaba y que se la había dado su madre en un desposorio. Al final Jesús ganó la competencia, dijo que iba a abrir un restaurante en Barcelona que lo llamará LOS UNGIDOS, donde serviría todo el pan y vino que pudiera degustar un comensal. Con el tiempo logró una eucaristía digital donde los likes sustituyeron los amenes, el compartir en las redes se transmutó en la comunión para la salvación e, ir al restaurant, era conseguir la total redención del pecado original. Desde entonces toda la teología cambió de los estantes en las bibliotecas y algunas personas concibieron que las guerras eran programas televisivos que pocos sabían dónde se hacían las selecciones de los actores, si en algún refugio olvidado en una antigua república soviética, o en un bunker protegido por cámaras cerca de Bruselas donde solo algunos millonarios sabían dar la dirección a emprendedores mercenarios, o quizás en los laberintos de un parque de diversión cerca de un desierto en Arizona.