jueves, 27 de marzo de 2014

RENATO RODRÍGUEZ. ACEPCIÓN DE VARIAS REGLAS


La foto de un escritor de resistencia: Renato Rodríguez. Un lugar, un tiempo, un libro indefinible
Mi Amiga Japonesa me preguntó cuál es mi escritor favorito. Fácil pregunta y... ¿fácil respuesta? Digo algunos nombres conocidos, algunos exóticos, incluyendo a un coreano. Ella se queda mirando la ventana, ordenando su pregunta en español y me mira fijamente para precisar: ¿cuál es tu escritor venezolano favorito? De repente me doy cuenta que siempre que me hacen la pregunta ¿cuál es mi escritor favorito? Comienzo una larga lista, aunque la pregunta está en singular, y en esos recitales rara vez introduzco a un escritor venezolano. ¿Manía? ¿Esnobismo? ¿Inseguridad? He leído a varios autores venezolanos, desde los denominados "clásicos" comenzando por Rómulo Gallegos o José Rafael Pocaterra, hasta manuscritos de amigos venezolanos que aún no han sido editados. De esta gama de escritores que, Mi Amiga Japonesa exige precisión, le respondo, luego de reflexionar un rato: Renato Rodríguez. ¿Y por qué te gusta?, me lanza una segunda pregunta. Siempre las segundas preguntas son reflexivas, de estrategias, de esperar movimientos; así que uno se debe tomar más tiempo para responder; le comento que me provoca un café, que quiero probar mi nueva máquina de café expreso y me voy a la cocina. 
¡Viva la Pasta! Síntesis de su experiencia culinaria
Veo cómo la máquina disuelve el café molido y mientras tanto repaso mentalmente las obras de este margariteño nacido el mismo día del nacimiento de Kafka, pero del año de 1929. Creo que leí toda su producción, aunque aquí en Japón no tengo la oportunidad de repasar sus escritos, Me baso en mi memoria y unas notas que hice hace años, así como la ayuda incondicional del sabelotodo Google para rememorar sus obras y lo que considero algunas de sus principales ideas. Así tenemos una lista de producción que comienza con Al Sur del Equanil (1963), El Bonche (1976), La noche escuece (1985), ¡Viva la pasta! Las enseñanzas de Don Giuseppe (1985), Ínsulas (1996) y termina con Quanos (1997); o por lo menos esas son las que leí y su orden. Las leí porque un amigo, cuando hacía mis estudios de posgrado, me recomendó las obras de Renato Rodríguez con una pasión tan profunda como aquella que se desarrolla cuando nos enamoramos por primera o segunda vez. -Es un genio, -me dijo José Javier-, es uno de los mejores escritores de Venezuela. Aseveró luego de saborear una cerveza. habló tantas maravillas de Renato Rodríguez que una ansiedad por leerlo creció y él generosamente me dejó una copia del libro La noche escuece. Esa misma noche comencé a introducirme en el mundo de este autor poco conocido por las calles de Venezuela, o por lo menos poco mencionado en textos, ensayos y aulas; pienso que esta condición de invisibilidad en los medios culturales por décadas se debió a que Renato Rodríguez nunca fue un vanguardista, un escritor de moda o farandulero de poetas y académicos. Básicamente fue un cosmopolita que vivió en varios países, especialmente en EE.UU., donde trabajó por varios años en New York en un restaurante italiano. Renato Rodríguez fue un hombre de acción por lo que realizó numerosos trabajos, viajes y amores; llenándose de aventuras reales y/o ficcionales que plasmó en narrativas con senderos curiosos, giros con una erudición profunda y ribeteados con una melancolía atroz, pero presto, en el medio de las páginas más inimaginables, hacer un chiste o comentar una anécdota con cierta carga de humor de cualquier tinte o época. Fue un escritor de circunstancias, de aquella vocación narrativa que aparece como necesidad por explicar la vida, los momentos, los absurdos y es por esto que Renato Rodríguez puede afirmar, como de hecho lo hace en algunas páginas de sus libros, que se convirtió en escritor porque tuvo conciencia de no ser nada, de no servir para nada, de no estar preparado para absolutamente nada, tomándose para sí la frase de Richard Wright, quien había sentenciado:... and because I was not prepared to be anything else I decided to becomen a writer.  
Obra que devela con cinismo la idiosincrasia del venezolano
José Javier tenía razón, Renato Rodríguez es un gran escritor, entendí su amor cuando leí las primeras páginas de La noche escuece. Desde entonces yo comencé a coquetear con su escritura, con sus juegos y hazañas. Luego de leer sus obras sentí que en su escritura había algo que necesitaba expresar o destacar desde un ángulo poco recorrido por otros escritores venezolanos, ¿pero cuál era esa óptica, ese mirar? El café se cuela en un recipiente y veo cómo cae gota a gota este elixir que conmueve a media humanidad, mientras caliento leche, moviéndola lentamente con una pequeña espátula de madera dentro de un recipiente de bronce, tratando de obtener la materia prima para hacer un capuchino perfecto. ¿Perfecto?, ¿seguir las normas es metáfora de perfección? Creo que en Latinoamerica, en general, aceptar las normas no es preveer una vía de perfección, sino percibir un sistema de coacción que impide el desarrollo de la identidad. Generalmente el quien sigue las normas se muestra como una persona educada, ordenada, civil dentro de una sociedad complejas de leyes y criterios, y en esta dinámica obtiene su identidad, su ciudadanía, su pasaporte, su nacionalidad, como he podido observar en la sociedad japonesa. El quien sigue las normas en algunos países, como Venezuela, se le aplica una especie de bullying civil, es humillado, burlado, acosado. En Latinoamérica y en especial en Venezuela, alguien que cumpla con las normas y normativas y a veces con el sentido común, es alguien que es percibido como dominado, subyugado, como sinónimo de esclavo, no se le percibe como alguien autónomo e independiente que tiene conciencia de relacionarse en espacios comunes y aceptar el derecho de los otros. Es posible que parte del problema radique porque la libertad y la independencia son vendidas como métodos para engañar las normas, las leyes, la justicia; de aquí que hacer lo que le venga en gana a las personas sea más importante que respetar las leyes de tránsito. En la obra La noche escuece observamos esta dinámica bizarra. El protagonista acepta las normas pautadas por una sociedad pero esa sociedad en la que se desenvuelve no sigue sus propios patrones. De aquí lo patético en ciertas partes de la narración de la obra, como la decepción que sufre el protagonista luego de sus esfuerzos por ser un productor de lácteos, o cuando leemos un proceso donde algo absurdo se transforma en algo cotidiano: "Yo fui el único entre todos los estudiantes que ingresaron ese año a la Universidad que presentó al inscribirse un certificado médico legítimo, legalmente expedido y con todos los sellos y firmas que hacían falta. La noticia se esparció dentro de la comunidad universitaria y cada vez que llegaba a conocer a alguien, profesor, estudiante o empleado escuchaba siempre la misma y ominosa frase: ¡Así que usted es le hombre del certificado médico! (...) Y era que mi inocencia de siempre no sabía ni podía imaginarlo que por la módica suma de diez bolívares uno podía entrar a algún consultorio médico y salir con su certificado en el bolsillo sin ser siquiera examinado". En los países latinoamericanos y en especial en Venezuela, tener inocencia es mal visto. Tener inocencia para muchas personas se asocia con seguir normas o leyes, o el "cuento", así que el saber "brincar" o eludirlas es un acto de astucia e inteligencia. La noche escuece retrata este mundo, con perplejidad, entre una sociedad con profesionales, docentes y políticos que engañan, en contraposición con unos ladrones y pillos que muestran una ética kantiana envidiable. Pienso que esta obra se sitúa en una especie de testimonio, donde el protagonista es un testigo desde el quehacer de las notarías (trabaja como "testigo" para un bufete de abogados), pasando por los hechos de la vida,  del devenir histórico de Venezuela, hasta llegar a los pensamientos íntimos; un protagonista que narra en primera persona mostrándonos, página tras página, que él es una persona normal que cumple las normas, que se esfuerza por superarse económicamente por medio del trabajo y que trata de entender la vida desde una perspectiva del sentido común y moderno, pero que está rodeado por contradicciones, desarrollando una dinámica de crisis a la vez que nos hace reflexionar sobre ciertos aspecto de nuestra contemporaneidad, éxitos y fracasos.
Página inicial de El Bonche
Llego con mi taza de capuchino y le digo a Mi Amiga Japonesa que Renato Rodríguez escribió una novela cuyo título es quizás uno de los mejores retratos de la idiosincrasia del venezolano: El bonche. El problema de ésta palabra es que ni siquiera está registrada en el DRAE, por lo menos en la edición del 2001, no sé si vendrá en la de este año. Cómo traducir la idea de que la palabra bonche contiene ideas relacionadas con una cierta actitud de búsqueda de algarabías y confusiones, acompañado de cierta filosofía de los excesos, y una peculiar aficción por engañar a las normativas e ir a contracorriente del orden civil; que el bonche tiende a destruir planes de trabajo, esfuerzos de desarrollo, criterios hedónicos. En la cultura japonesa no existe una palabra que abarque estas ideas juntas, además si consideramos que en esta isla se estima la seriedad y el trabajo como principales guías de los valores sociales. Explicar el bonche, el bochinche y sus derivados puede ser un trabajo engorroso. Así que le digo tres conceptos con sus variantes a Mi Amiga Japonesa a ver si logro explicarle el título del libro:「やんちゃ、陽気、騒ぎ」los combino y trato de que sintetice la palabra bonche a la que se refiere la tradicción histórica venezolana y que usó Miranda (Carmen y Franscisco) para explicar algún momento crucial. De todos modos Mi Amiga Japonesa le encantó los gatos del libro. El Bonche es un viaje de un venezolano por el extranjero, pero curiosamente es un venezolano tan serio, tan trabajador que lo confunden con un alemán. En cierta parte del libro, un maestro germano lleva a sus alumnos a la fábrica donde Renato Rodríguez trabaja con maquinas alemanas con ritmo caribeño, allí lo ve el maestro y dice: "-Fijaos en las maravillosas destrezas del obrero alemán. A lo que de inmediato piensa Renato Rodríguez: Destreza la tengo, pero de alemán no tengo cara, ya me dijo Stauros que tengo de griego, pero a decir verdad una de las cosas que me impresionó al llegar a Alemania es la enorme cantidad de alemanes que no tienen cara de alemán; la otra fue el tamaño desmesurado de los chicanos". La conciencia de hacer bien las cosas y no asociarse con su identidad lo transfoma progresivamente en un cínico, en un dandy. Rastreamos prejuicios y respuestas ingeniosas como la siguiente: "El primer día de trabajo lo pasé integro estampando con un enorme troquel unos circuitos de metal. tuve que trabajar como un cochino pues por ser suramericano automáticamente tenía fama de holgazán. ¿No había encontrado en un bar a un hombre que me preguntó de dónde era y al decírselo hizo un comentario jocoso? -Suramérica, no, no. De trescientos sesenta y cinco días que tiene el año doscientos cincuenta son de fiestas, no se trabaja. -¿Por qué tenemnos que trabajar como animales? - Le repliqué- Para eso están los alemanes en el mundo." El Bonche mantiene un tono de cínico y de dandy; dos categoría de la singularidad que Renato Rodríguez manejó en sus textos. Su tono cínico combate el poder de los prejuicios, de los poderosos, el dandy, el de los pueblos y las masas. Renato Rodríguez se resistió, nunca cedió a perder su poder como individuo, y como individuo, fue un anarquico toreando los prejuicios derivados de éticas banales y alejándose de políticas correctamente aceptables.
Los orígenes de la primera impresión son una leyenda
Lobo solitario, budista de la escritura, dandy, cínico, sibarita de las pastas. Renato Rodríguez nos lleva por mundos donde la idiosincrasia del venezolano se expresa sin los revuelos de los entretejidos de clases sociales o de las ambiciones psicológicas o políticas que conforman susceptibilidades, él busca dar una identidad sencilla al venezolano, consustancial con su quehace cotidiano. Renato Rodríguez retrata al venezolano desde su privilegiada posición inocente-cínico-dandy y que no ha cambiado desde su primera novela Al sur del Equanil de 1963. En esta novela desarrolló una especie de bildungsroman o novela de aprendizaje donde el protagonista busca un mentor (Rafael) o un ídolo (Tacho), o alguien que le diga quién es, para al final descubrir que lo único que podemos hallar es un destino por hacer, solitariamente y descubrirnos dentro de un sutra que nos apunta constantemente que no somos nada.
Cada hombre es su propia leyenda cuando se narra o lo narran
Le digo a Mi Amiga Japonesa, que a veces me siento un protagonista de las obras de Renato Rodríguez, que a veces me he encontrado en situaciones raras, paradójicas. Quizás de aquí mi predilección por este escritor que al final de sus años, en su retiro por las montañas del Estado Aragua recibió el Premio Nacional de Literatura 2006, para luego dejar de existir el 28 de junio de 2011, un día que seguramente estaba acompañado por sus gallinas y un bastón hecho con un tubo de agua. René Augusto Rodríguez Morales (su verdadero nombre) creó a Renato Rodríguez, así como sus leyendas; como aquella que comentaba y explicaba el origen del título de su primera novela: "Un día estábamos en un bar muy bueno, en la avenida Caroní de Bello Monte. Yo estaba ahí con una gente y entre ellos andaba Gonzalo Castellanos, quien era arquitecto y me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que era escritor y que tenía una novela lista. Cuando iba a decir que se llamaba Al Sur del Ecuador (ese era su título original) me equivoqué y le dije: Al Sur del Equanil, que era una pastilla calmante muy popular. Salvador Garmendia, que estaba presente y muy rascado, dijo: `Ah, pero qué cosa tan buena’. La gente se imaginó que él había leído mi novela y la había encontrado muy buena pero la verdad es que Garmendia se estaba refiriendo a la pastilla llamada Equanil, que era muy buena. Resulta que se corrió la voz de que yo tenía una novela que hasta Salvador Garmendia la había aprobado"; o mitos urbanos como aquella historia que me contó un amigo corrector de pruebas de Monte Ávila Editores. Dijo que una tarde se había acercado Renato Rodríguez a la editorial dejándo allí un baúl con todo sus escritos. Una leyenda, un mito más para Renato Rodríguez, pero de ser cierto, publicar sus obras editadas e inéditas en una colección completa sería, no sólo un homenaje para este escritor "topo" como lo refirió Barrera Linares, sino una fórmula para comenzar a preservar una escritura venezolana, y así cuando a los venezolanos se les pregunten ¿cuál es su escritor favorito? dejen de mencionar clásicos clisé como Dostoievski, premios nóbeles como García Márquez, de época como Cortázar, o de moda como Volpi; porque estos libros rebosan en estanterías de librerías, en bibliotecas públicas y privadas, mientras que libros de Rodríguez, Liendo, Quintero, Guerra, entre muchos otros, de autores venezolanos recientes, desaparecen en su primera edición y nunca son reeditardos para otras generaciones de lectores, convirtiendo estos libros en una especie de obras incunables de difícil hallazgo y dominio. Le concreto a Mi Amiga Japonesa acerca de mi autor venezolano favorito y ahora puedo terminar de disfrutar mi taza de café colombiano, el sabor más cercano que consigo por Japón de Venezuela.  
Renato Rodríguez (1929 - 2011)
 

2 comentarios:

  1. Buenas Alvaro. Antes que nada quiero felicitarte por tu blog y sobre todo por esta síntesis y homenaje que le hiciste a uno de los mejores escritores nacidos en nuestro país. Renato como muchísimos escritores tremendos de pedazo de tierra, fue echado al olvido, un olvido que el tiempo se ha encargado de reducirlo a nada, ya que hoy en día la obra del margariteño esta mas palpable que nunca.

    Su obra es tan importante como atemporal, como bien dijiste, en toda su obra el se narro así mismo, su vivencias, sus percepciones, su sentir y un montón de sensaciones que es inevitable no verte reflejado en uno de sus personajes. Tengo el privilegio de tener toda su obra y es mas un descubrimiento que rareza poder hallarla, nuestra cultura siempre se ha caracterizado por ello, por sobreponer la moda por encima del arte y en nuestra literatura no es la excepción.

    Cabe resaltar, que el "supuesto" mito de que el un día dejo un baúl con todas sus obras, pues no es mito...es cierto. Tal es así, que el mismo Carlos Noguera (otro genio), se propuso a editarla casi toda (menos Ínsulas, Viva La Pasta y La Noche Escuece), agregando que edito inconclusa su ultima novela El Embrujo Del Olor A Huevos Fritos y uno de relatos inéditos llamado Tropicamentos. Carlos era presidente de Monte Ávila Editores y gracias a eso reedito muchas obras que rescato del olvido, Al Sur Del Equanil y El Bonche son algunas de ellas por ejem, mas lo nombrados anteriormente.

    Creo que no es necesario que hable de las obras, ya que lo hiciste de manera excelente. Lo que si cabe resaltar es que, Libros RARO, esa "editorial" que aparece en los libros Viva La Pasta y La Noche Escuece, fueron costeadas por el mismo, Renato Augusto Rodríguez=RARO, todo un genio como pocos.

    Sin mas que decir, reitero mis felicitaciones por tu blog y el articulo sobre Renato. Ahora mi escritor favorito de todos es otro Rodríguez, pero este se llama Argenis Rodríguez, pero ya ese sera tema para otro comment.

    Saludos y abrazo desde el Equanil.

    ResponderEliminar