miércoles, 4 de enero de 2012

MI AMIGA JAPONESA Y LOS BELLOS DURMIENTES

Un día normal en tren, personas durmiendo o buscando una posición para caer en los brazos de Morfeo
En Japón uno puedes conseguir durmiendo a una persona en cualquier lugar. En las calles, en un café, en el cine y, aunque aún me cuesta entender, en clases. Una de las experiencias más curiosas que he tenido como profesor en el país del sushi es la capacidad del individuo japonés para dormirse. No me imagino durmiéndome en el metro de Madrid, ni en el Gran Café de Sabana Grande de Caracas, o dormirme en un autobús en México, o en la estación de tren de Mombay, y menos dormirme en clases, si me dormía en alguna de las situaciones anteriores, seguramente hubiera perdido la cartera, la vida, o en una forma más benigna, tendría la experiencia de que un sensei -como fue mi apreciado profesor de Filosofía Medieval Carlos Pavan- me hubiera lanzado un borrador o su bastón. 
En toda cultura moderna el descanso es válido, aunque sea sobre una góndola
En trenes, en las clases, en las calles, en lugares abiertos o cerrados, todos duermen. Y esta reflexiones vienen por un lado, porque cuando ayer viajé en el tren, todos, absolutamente todos en el vagón dormían, yo estaba de pies, era el único en pie y el único despierto, veía como todos dormían; normalmente siempre hay alguien que duerme, pero hay otros que juegan con sus celulares o leen alguna manga, o están de pie, pero ayer todos dormían en el tren y yo me bamboleaba de pie. En algún momento me sentí como un protagonista en alguna película de Woody Allen, quizás en Sleeper, con la diferencia que los que duermen son los otros y mi película se llamaría: Insomniac; por el otro lado, Mi Amiga Japonesas duerme y duerme, de hecho ahora duerme. Duerme en el tren cuando vamos a Kioto o a Kobe, duerme a veces viendo la televisión, duerme mientras yo trabajo, duerme, duerme, duerme, duerme. Una de las primeras fotos que ella me regaló fue una foto donde ella dormía tranquilamente, como si fuera la reproducción visual del poema 15 de Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda. A veces me pongo a leer cuentos japoneses para que ella corrija mi pronunciación, pero ella se duerme, a veces cocino y ella se duerme, a veces me pongo a oír música y ella se duerme, duerme, duerme, ¿por qué? Se lo he preguntado, ella dice que le gusta dormir, que le gustaría dormir mucho, que es su máximo placer dice:『眠るが一番好き』. Yo apenas duermo cuatro o cinco horas al día, y realmente para mí no es un placer estar en la cama viendo el techo. 
En medio de un parque en Tokio, entre el verde paisaje, la vista del Boss
Me imagino que a Mi Amiga Japonesa y sus coetáneos desean vivir como Rip Van Winkle, aquel personaje del cuento corto de Washington Irving, quien en pleno transcurso de los días de la Revolución Norteamericana, decide escapar de su esposa que lo regaña constantemente por su invencible aversión por toda clase de trabajo provechoso y sabiendo que poseía la perseverancia de pasarse sentado en una roca húmeda, con una caña tan pesada como la lanza de un tártaro, tratando de pescar todo el día, aunque los peces no se dignasen morder el anzuelo ni una sola vez, decide irse precisamente a cazar al bosque con su fiel perro. Se sienta a la sombra de un árbol quedándose dormido, y después de varias aventuras exóticas, o como se diría en la actualidad, algún amigo, después de una "experiencia de abducción", se despierta veinte años después con una barba de medio metro de longitud, regresa a su aldea algo desconcertado, encontrando que todo había cambiado notablemente. De inmediato, se mete en problemas cuando alaba al rey Jorge lll, sin saber que había acontecido la Revolución Norteamericana y que ya no era un subdito de los ingleses. Aclarada la situación nuestro héroe se entera que su esposa ha muerto, quizás la parte más irónica del cuento, y al final vive feliz con una de sus hijas, doblemente cínico ¿no?, ya que al final de su vida hace lo que quiere y es cuidado por la persona que menos cuidó. 
En Tokio busqué la Iglesia Ortodoxa Rusa que a principio de siglo XX visitaban los cronistas y, aunque esta es una copia, me confundió todo el día, ya que llegué a pensar cómo una iglesia se transforma en un mall en ¿Japón solamente?
Quizás por eso los japoneses quieren ser perqueños Rip Van Winkle, quieren desaparecer en sus propios mundos de sueños, porque el exterior siempre está su esposa, una mujer o un hombre que los aturde a través de la publicidad, con música -es increible la cantidad de música o pequeños saludos o discursos que se oyen desde el interior de un supermercado hasta en los andenes de los trenes-, con infinidad de imágenes que ahogan los procesos de atención. En Japón hay tal saturación de estímulos que la amígdala cerebral necesita desconectarse. Uno hace una pequeña caminata y la cantidad de anuncios, de canciones, de información aturde. Me acuerdo de ciudades donde uno camina y los anuncios no lo saturan, uno ve la ciudad, su diseño, los edificios, sus formas, como en San Paulo o Sidney, pero en Japón hay edificios imposibles de ver su color debido a que en sus paredes cuelgan una cantidad de anuncios a veces difícil de contar o entender. Japón es una gran pantalla de televisión encendida las 24 horas, de ahí que lo que se apague sean las neuronas de atención de sus ciudadanos y no las enormes pantallas que nos rodean. El sueños les protege de la publicidad, de la avalancha de información que no necesitan o quieren. Japón da la sensación de que existe un agotamiento generalizado, pero quizás no por pasar diez horas en una oficina o en una fábrica, donde la tensión se minimiza con pequeñas salidas al café, conversaciones o situaciones virtuales por Internet, de hecho luego de pasar horas en oficinas, tiendas, clases o fábricas, los japoneses van a bares, a restaurantes, a lugares de reuniones y el cansancio no se aprecia, de ahí que pienso que la mayoría de los japoneses necesitan es desconectarse de la realidad circundante, por la sencilla razón de evitar la sobreestimulación de publicidad a la que están expuestos. 
Saturación, desconexión, apatía ¿quién ve a quién?
Desconectarse, vivir su mundo, jugar con el tiempo quizás como Urashima Tarō 浦島太郎, un pescador que un día es invitado por salvar una tortuga del mar, al Palacio del Dios Dragón en el fondo del mar. Permanece allí durante tres días y al regresar a su aldea observa que han pasado 300 años. Cuento viejo, que quizás sea uno de los primeros cuentos que plantea el problema del tiempo, del futuro, de tratar de salir de la cotidianeidad para entrar en otra totalmente distinta. Este escrito del período Muromachi, busca un viaje en el tiempo para escapar de la realidad circundante, cinco siglos ante de Back to the Future. El cuento narra que cuando Urashima llegar a su hogar todo había cambiado. Pregunta a las personas si han oído hablar de la familia Urashima o de Urashima Tarō. Le dicen que Urashima Tarō ha muerto hace ya 300 años. Entonces, el pescador se sienta bajo un árbol y abre una caja que le había regalado la princesa del Palacio del Dios Dragón diciéndole que nunca la abriera. Pero ante la soledad, abrió la caja y de inmediato Urashima se convierte en un anciano de 300 años, de la caja provino una voz: "Te dije que no debías abrir la caja nunca. En ella moraba tu edad". ¿Quizás por eso Mi Amiga Japonesa tiene una caja en el dormitorio que nunca abre y nunca me permite tocar? ¿Será que todos los japoneses tienen sus cajas que contienen sus edades, sus sueños, sus rupturas con la realidad? En fin, quizás en próximas semanas me iré a buscar una tortuga al mar.
Nieto durmiendo luego de haber oído de su abuela el cuento de Urashima Tarõ



No hay comentarios:

Publicar un comentario