viernes, 5 de enero de 2024

UN CUENTO DE YASUHIRO


 Esta es una de las tantas historias de Yasuhiro que podemos hallar en la comisaría. Yo busco estas historias porque las comisarías de mi pueblo es donde menos nos podríamos imaginar que existieran tales aventuras. Así que leí un archivo fechado un día de agosto cuando una mujer con pasaporte español se presentó a este departamento policial explicando lo sucedido. Ella había llegado al país para hacer unos cursos de japonés con la idea posteriormente de estudiar un posgrado, quería estudiar cine japonés ya que es muy fan de las mangas y de la producción de estudios Ghibli, de hecho en su móvil todos sus fotos de presentación eran avatares de heroínas de algunas de las películas de Hayao Miyazaki. Esperando practicar su japonés y quizás lograr tener amistad con algunos nipones, decidió usar redes sociales para el encuentro de parejas, bien para pasar un rato comiendo una hamburguesa, bien para ingresar a un erotismo exótico, lleno de quejidos en otras lenguas y orgasmos políglotas. Así que no pasó mucho tiempo cuando conoció a Yasuhiro2000. Le dio un match tímido, y él aceptó presentándose como un una persona que era capaz de llevarla a las partes más intrínsecas de la cultura japonesa. Cuando le mostró las fotos de Yasuhiro2000 a sus amigas de la península, muchas se quedaron con la boca abiertas, su rostro de actor de películas coreanas, su cuerpo alto y contorneado de cuadritos abdominales, su mirada inteligente que escondía secretos de culturas milenarias. Parecía que aquella española se había sacado el gordo de Navidad en pleno verano. Al conocerlo le pareció un personaje de manga, incluso tenía el pelo lleno de gelatina que lo elevaba cual un Elvis Presley Oriental caminando por los callejones de Osaka. Lo primero que le quiso enseñar Yasuhiro2000 a su invitada fue la típica comida japonesa, no suchis que pueden comprar en cualquier tienda de España gerenciadas por taiwaneses, sino aquel alimento que solo lo más  tradicionales conocen y no se venden allende de la isla. Ella apreció aquel gesto y llegaron a un restaurantes que olía a todos los olores dulzones que la salsa de soya pudiera recrear, ella estaba feliz, y él como un gran conocedor de kanji y de fonética japonesa comenzó a pedir platos inmensos que a su vez dentro de los mismos, traía otros platos pequeños, como si fuera un rompecabezas gastronómico que ella descubría en aquella primera cita, bebieron el mejor sale de arroz del centro de Japón, oyó durante unas horas su historia de ser un joven japonés normal que tiene sus aficiones tradicionales, dentro de una familia estándar compuesta de padres heterosexuales y hermanos, a la vez que estudia una carrera universitaria clásica del siglo XXI como es economía y cuyas metas estaban en un futuro en manejar fondos financieros. Ella le habló de Oviedo, del frío y la humedad, de sus padres divorciados, de Pérez Galdós, de sus estudios de arte y el por qué se pintaba el pelo de azul, de su hermana no binaria y de su hermano que pensaba cambiarse su nombre de José Antonio a Estrella de Mar, pero que no era homosexual ni nada al respecto, sino que se sentía una mujer en los onomásticos, en el uso de perfumes, en la degustación de sidra. Yasuhiro reía y ella abría más sus ojos castaños que a veces eran tapados por hilos azules de su cabellera celeste. Luego leemos el final del informe donde ella comenta que Yasuhiro le dijo que iría el baño antes de salir y caminar cerca de Dotombori para ver los puentes, las tiendas de magas y quizás ir a un café que él conoce y pueda haber un "carajillo" o aquel café con licor del que ella le habló. Pero luego de unos diez minutos y no aparecer ella se preocupó, lo fue a buscar y no lo encontró, con su poco japonés trató de explicar al personal del restaurante lo que había sucedido. Ellos solo le explicaron que aquel hombre con gelatina en su cabellera se había ido, que ella tenía que pagar la cuenta que pasaba de los 300 dólares y que no tenía en ese momento aquel dinero, por lo que el dueño del restaurante llamó a la policía. Al llegar cordialmente la policía le pidió que la acompañaran a la comisaría pero al tratar de salir del restaurante, en la entrada donde todos colocan sus zapatos para no dañar el tatami del restaurante, pues no halló el de su pie izquierdo, por más que lo buscó no lo encontró, por lo que tuvo que ir en zapatos de papel del restaurante a la comisaría para descubrir que ella era otra víctima de Yasuhiro, aquel simpático y normal japonés que tenía varias denuncias por contactar a extranjeras, llevarlas a restaurantes donde se debe descalzar obligatoriamente y desaparecer con un zapato de su víctima, casi siempre el izquierdo.  Ellas le preguntó a la policía  por qué no lo habían detenido si tantas veces había hecho lo mismo. La policía la miró con incredulidad para explicarle cómo aquel sujeto no había quebrantado ninguna ley, a lo que ella cuestionó que por lo menos aquellos actos eran inmorales, pero la policía no pudo entender aquella simple traducción que trataba de hacer aquella mujer con su cabellera teñida de azul.

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