martes, 9 de mayo de 2017

DE LOS MUSEOS JAPONESES Y DE LA HUÍDA DE LAS MUSAS.

Un graffiti bajo un puente en Roma, la obra que más me impacto
No recuerdo la primera vez que fui a un museo de arte, pero seguro fue en una adolescencia donde los profesores nos dicen que vayamos a ver alguna exposición y luego comentarla. Al final uno copia los títulos de los cuadros, alguna información que extrae de los libros y luego se va a jugar al parque cercano con los amigos sin importarle si Van Gogh se cortó la oreja izquierda o derecha. No hay impacto, sólo información para almacenar, transmitir y retransmitir , es obvio, íbamos al museo cinco o seis amigos, sin orientación, sin ideas estéticas, sin sensibilidad ni conexiones históricas, sólo cumplir una misión como una tropa de avance para memorizar nombres, movimientos artísticos, fechas. Luego comencé a ir a los museo, especialmente al Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imbet (sé que ya no se llama así, la revolución cambió el nombre, no sé cómo se nombra, pero para mí siempre le recordaré con este nombre junto a mis caminatas por sus galerías). Evitaba ir los fines de semana así con poca gente, miraba y trataba de hallar alguna musa que iluminara mis deseos artísticos que no lograba desarrollar por mi torpeza natural para el dibujo; al final iba para comprender historias y desarrollar ensayos para aprobar cursos universitarios y finalmente lograr hilar algunas narraciones o ficciones, porque mi sensibilidad artística no se abrió al contemplar piezas en un museo sino en el taller de un ceramista en medio de una montaña en el Oriente del país cuando tenía como veintidós años y que me marcó de tal manera que desde ese momento decidí hacer cerámica. 
La cerámica de Shoji Hamada, la que más me ha impresionado
Recuerdo bien que la última vez que fui a un museo fue al de Arte en Kioto, había una retrospectiva de arte de Utagawa Kuniyoshi, además de una exposición de piezas arqueológicas Incas. Iba acompañado con Mi Amiga Japonesa, ella me comentaba sobre la mitología de la época Edo que rodeaba al pintor japonés, yo le explicaba algunos elementos de la cultura incaica que podía apreciar y que pasaba desapercibido para una mirada asiática, así que le hablaba en un japonés-inglés suave, sin cadencias, de repente miró atrás y veo a una señora de unos cincuenta años, tapándose las orejas, como que le molestaba mi hablar, mis explicaciones, quizás hasta mi forma de ser; de repente dijo: urusai「うるさい」palabra que tiene muchos sentidos como: molestar, irritar, ruidoso, y para un latino podría implicar simplemente: "cállate"; aunque normalmente se escribe sin kanji, se puede usar los siguiente:「五月蝿い」en principio los don primeros kanji indica el mes de mayo「五月・ごがつ」y el último es el kanji para mosca「蝿・はい」Su pronunciación implica el uso de「当て字・あてじ」o caracteres chinos empleados como equivalentes fonéticos; y es que parece que en el Japón feudal, la primavera también era la época para que las moscas, zancudos, abejas, avispones y todos aquellos insectos voladores que pueden enloquecer a una persona aparecieran, así que cuando me comporto como un insecto volador es muy probable que una señora me diga urusai, o quizás el cuadro de Munch titulado "El Grito" no nos indique los elementos sobre el sentimiento y la expresión de la angustia del hombre de principios del siglo XX, sino del futuro de los museos donde las ansiedades informativas, las poses culturales, el capitalismo de compras en las tienditas de los museos y los selfie que transpiran en los espectadores lo vacían de significados. ¿Qué pensaría esa persona que se tapaba sus orejas?, ¿estaba en un campo acosada por cientos de insectos?, ¿parodiaba a Munch? Mi Amiga Japonesa me hizo prometer que no hablara más y terminé la exposición en la cafetería viendo a algunas personas entretenerse con sus móviles, yo veía por la ventana esperando ver moscas acechando y quizás decirles urusai. Esa señora y ciento más no estaban en el campo, estaban en un museo, con aire acondicionado y ciento de piezas de arte, pero ¿por qué estaban ahí? al final no vi ninguna mosca, abeja, zancudo, avispa o mi doble.
El eterno tema de Utagawa: los gatos
Los museos cotizados se caracterizan por ser un negocio, se paga entrada y luego uno recorre kilómetros de galería a su albedrío, o por lo menos así me he sentido en algunos museos como El Prado, donde pasé dos días (y creo que gaste 16 euros) hasta hallar con el fin de un recorrido de curiosidades y dudas. De hecho tenía que esperar a que la gente dejara de tomarse fotos frente a las obras maestras, o dejar las jaurías que reconocer lo visto para expresar en voz alta: ¡ah... mira un Velázquez...¡ Yo deambulaba y trataba de hallar diferencias entre lo visto o leído en libro y el original, quería saber si se cumplía la teoría de Benjamin acerca del aura, pero realmente sólo lo sentí al ver las obras de Rafael, no sé por qué, todas las demás obras (Velazquez, Goya o Murillo incluído), no me transmitían aura, quizás tengo problema de sensibilidad menos con Rafael Sanzio. La gente hablaba, se callaba y seguían sin orden su recorrido... claro hay excepciones y a veces aparecían personajes creados por Thomas Bernhard de su obra Maestros Antiguos, sentados sin moverse frente a algunos cuadros. En Japón los museo son negocios, hay museo de arte, de manga, de cervezas, de coches... en síntesis son un espectáculo, pero a diferencia de los museos modernos donde los desplantes y provocaciones como un Damien Hirst o un Jeff Koons están a la orden del día, en Japón se extraña, son pocos estas actitudes provocativas o de desplante aunque tenga una larga historia al respecto en este país del Sol Naciente que se originó con el movimiento Gutai de los años cincuenta del siglo pasado. Los museos de arte en Japón son sobrios y en algunos de arte moderno hallamos personajes de manga, así cuando se inauguran una exposición podemos pasar horas, no recorriendo las galerías, sino sólo para entrar. Todo es una fila, todos esperan su turno para ver la obra, no caminan a su albedrío, yo trato de hacer eso pero luego no puedo "colearme" para ver mejor, tengo que ver al ritmo de todos. Así mientras yo levanto la vista para tratar de ver, conmoverme o entender el proceso y sus historia sin leer el cartel que lo explica, las personas de adelante bajan la vista y miran ese cartel explicativo, lo leen como quien hojea un libro de arte, como los niños o adolescentes que le mandan a realizar ensayos sobre arte y luego ven la obra, casi no veo a personas perderse en el arte, quieren entenderlo, no sentirlo. Este sentimiento de letanía, de percibirme como una mosca, me han quitado las ganas de ir a los museos en Japón y seguramente en otras partes del mundo. 
Otro Graffiti, en Nápoles, ciudad de Graffitis
En los museos se reunen miles de personas, pero ¿a qué van?... pareciera que existe un gran interés por el arte, veo a ciento de personas en Japón leyendo las informaciones de las obras, en los museo de España o Austria, centrándose en las obras de Goya o Klint, admirándolas y tratando de hacer un selfie.  Pienso que todo a caído en el esnobismo del perfecto turista cultural posmoderno. Se le exonera entender, comprender, analizar, sentir, expresar y criticar por una noción mínima de solvencia para su "conciencia cultural". Lo anterior a quitado el sentido a los significado de museo, la museología a quedado en categoría de programador de espectáculo por lo que las musas han abandonado su hogar. Explicaba Vargas Llosa en su libro La civilización del espectáculo que uno de los problemas de esta época con respecto a las artes plásticas es el aburrimiento derivado de las confusiones, donde genuinos creadores y embusteros andan revueltos y a menudo es difícil diferenciarlos. La cultura se enferma dentro del hedonismo barato que a diferencia de lo que se piensa, no crea individuos independientes capaces de juzgar por sí mismo qué les gusta, qué admiran, qué encuentran bello o sublime, se les aborregan, se les homologan, todos pasean por la cultura, por sus pensamientos, historia, sin una elemental crítica a su facultad de juzgar. Algunas vez leí que si uno veía Guernica de Picasso sin saber su historia era muy distinta si se conocía, la percepción cambiaba; puede ser cierto, el problema es que saber la "historia" del cuadro no es saber anécdotas acerca de la elaboración de la obra, del autor o de aquel bombardeo que arrasó el pueblo vasco, saber la historia es continuar tejiendo narraciones: con la Guerra Civil Española, con la aviación Nazi, con los movimientos artísticos, con los amigos y enemigos de Picasso, con Lorca, Dalí, y cómo en ese año Somoza llegaba al poder en Nicaragua con el apoyo de los EE. UU.; en síntesis se trata de conectar todas estas historia para tener una madeja de hilos que nos permita, no sólo comprender el cuadro, sino conmoverno, enjuiciar desde una ética, desde una postura política, estética, e histórica; la obra debe abrirnos las posibilidades de tejer movimientos de conciencia e ideas que se puede resumir en sensibilidad, también la obra tiene la oportunidad de mostrarnos lo equivocado que estemos. El hecho es que una obra no debe ser bonita en sí o debe impactar como una noticia, la obra une historias y el problema es que para hilarlas se requiere aquello que llamamos cultura y sensibilidad y que no se puede tejer con puro Google o Wikipedia. 
Obra bajo el mismo puente de Roma
La gente seguirá yendo a los museos para exonerar su conciencia cultural, consumirá en sus tiendas productos de recuerdos y regalos, colocaran fotos en Facebook mostrando su turismo cultural en grandes museos icónicos como lo hice yo cuando estuve en el Museo del Vaticano y me tomé una selfie frente al cuadro de Rafael La escuela de Atenas sin justificación más válida que el de mostrar un ego cultural y exótico o, quizás demostrar que por más críticos que nos sintamos en el fondo vivimos en la misma burbuja digital como todos los demás subyugados a los links, aprobaciones y bloqueos que integran el mundo tecnológico, en fin los museos han dejado de ser un lugar de encuentro con el arte e hilar historias para ser lugares para consumir arte preclasificada, tomar selfie, comprar recuerdos, camisetas, libros y tazones de café y es que con el tiempo ¿necesitaremos más preclasificaciones para entendernos dentro de este ovillo que llamamos cultura posmoderna digital y que nos lía todos los días?




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