jueves, 20 de febrero de 2014

VENEZUELA Y LA FIESTA DE LENIN

Ouvriers etudiants unis nous vaincrons. Francia, mayo del 68,
los estudiantes mostraron al mundo que el poder no está en el Estado,
sino en cualquier calle, rincón, donde se pueda acosar 
¿Qué ocurre en Venezuela en este mes de febrero de 2014? Pregunta Mi Amiga Japonesa mientras me ve viendo noticias u oyendo la radio con un rostro de pesadumbre que ella poca veces ve en mí y mordiendo mis uñas sin fruición. Desde que nos conocemos le he dado diversas explicaciones de lo que pasó, pasa y pasará en Venezuela según mi entender. Ella me comprende pero a veces no puedo explicar por qué se repite una y otra vez la historia de los desconsuelos: las manifestaciones en las calles, los muertos y heridos en las aceras, los discursos de culpabilidad, redención y omisión, los llamados a marchas y contramarchas, la excesiva pérdida de tiempo, formación y recursos, todo en "democracia", todo con un cierto orden que a veces no tiene lógica ni por qué. ¿Esto no ocurrió ya? Pregunta ella, no fue por esta razón por la que emigraste, precisa ella. Si, le contesto y miro la pantalla de la computadora. Lo que pasa, le comento de repente, es que muchos venezolanos quieren disfrutar de la fiesta de Lenin y piensa que será pronto... muy pronto. ¿Fiesta de Lenin? Cuestiona Mi Amiga Japonesa en japonés. Y fue el momento donde tuve que hacer un ejercicio de memoria, largo, con fallas, con plagios, con inseguridades para explicar por qué me vino a mi mente la frase: la fiesta de Lenin
Cartier-Bresson miró la omnipotencia del
pensamiento de Lenin en la antigua URSS
Ante de que esta revolución bolivariana se hiciera, estudié filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Allí entre fotocopias y chismes trataba de aprender a pensar bien (creo que no funcionó, creo que aún pienso con muchos errores, pero en fin, trato de no perjudicar a nadie con mis pensamientos). Una de las características de la escuela de filosofía es que era -o es- uno de los pocos lugares en donde las personas podían estudiar con seriedad lo que significaba el pensamiento de izquierda, sin que necesariamente las personas tuvieran que pertenecer a un partido de izquierda, léase: MAS, MIR, BANDERA ROJA, CAUSA R. En las clases se analizaba en una tabla de disección los argumentos y las ideas de los pensamientos revolucionarios que habían moldeado a la sociedad Occidental. Uno podía estudiar por años las obras de Hegel y/o Marx, por nombrar a los grandes o Proudhon y/o Lenin, por nombrar a otros escritores no tan grandes. En esos años ochentas en que estudié filosofía, también comenzaron los pensamientos de reajustes de la izquierda inducidos por Foucault, Deleuze y Guattari, pero apenas se podían conseguir sus pensamientos traducidos. Por la escuela había siempre muchos estudiantes de izquierda, anarquistas, bolcheviques, socialistas, revolucionarios y "ñangaras", como algunos se calificaban, mostrando un crisol de actitudes y posturas ideológicas; yo por aquel entonces era un marxista de cafetín, básicamente porque no me gustaba poner en peligro la única vida o el único cuerpo que conozco, era –o soy– un marxista hedonista; siempre preponderado mi vida sobre los demás (como hace la mayoría de los académicos del mundo, de ahí la seguridad de las cátedras que evitan arrojarse al mundo salvaje), o quizás sencillamente no tengo madera de mártir, de morir por una idea política. Ya había leído algunos libros como Reportaje al pie de la horca, de Julius Fučík, y este libro me había vuelto algo escéptico para sostener ideas políticas, porque a través del libro de Fučík, a la distancia, reflexioné que todo ideal político sufre procesos metamórficos que la desvirtúa de su aparición original.

Ludovico Silva, uno de mis maestro, su muerte
creó un duelo en varios de sus estudiante que
desahogaron in vino veritas 
Tuve buenos maestros "izquierdosos": el extremista de José Rafael Nuñez Tenorio, el estético de Ludovico Silva y el anárquista Ángel Cappelletti; por nombrar algunos de los profesores de los que aprendí a reflexionar sobre el pensamiento político de izquierda. Estuve casi cinco años leyendo a los grandes y pequeños escritores de izquierda -y aún los leo-, asistiendo a clases donde estos profesores analizaban los argumentos de la izquierda y de la derecha durante horas, pero estas anécdotas de mi adolescencia que muestra cierta vanagloria, en el fondo es el un telón para presentar a unos amigos de la época, especialmente al El Gordo. El Gordo era un estudiante de filosofía de unos treinta años, vivía en una zona popular por Casalta y trabajaba de mesonero para mantener su casa y la crianza de su beba. Él era un apasionado de los libros "revolucionarios". Había asistido a todos los cursos dictados sobre Marx o sobre tópicos del pensamientos de izquierda. Quería hacer una tesis sobre Althusser con Ludovico Silva. El profesor murió viendo las elecciones de 1988, quizás una premonición intelectual le aseguró lo que venía, quizás una tristeza tan profunda percibió ese día y no pudo expresarlo en un poema, por lo que nos dejó y abandonó al El Gordo sin concluír su tesis. El Gordo era un marxista-leninista, por lo que tenía todos las obras de sus pensadores favoritos: Marx y Lenin, a veces repetidos, una vez me regaló K. Marx. Escrito de juventud de Francisco Rubio Llorente, cuando la edición estaba agotada. ¿Y donde lo conseguiste "Gordo"? le pregunté cuando dejaba el libro en mis manos. Es que lo tengo repetido, me explicó, y tú siempre me dices que lo andas buscando por la calle, así que te lo regalo, no te preocupes tengo como cuatro más en la casa. Ese fue el primer libro de Marx que leí, quizás tenía dieciocho o diecinueve años, luego seguí leyendo a Marx, Engels, Althusser, Trotsky y Lenin, no porque me fascinaran precisamente, sino que El Gordo, en las noches, entre las cervezas y los cigarrillos, hablaba horas y horas de aquellos libros, por lo que generaba una curiosidad propia de mí. 
Los bares, lugares de reunión, leyendas y recuerdos.
Fue en una de esas noches de enero, en uno de los bares de Las Acacias donde me reuní con "El Gordo" que era marxista-leninista y estaba dolido por la muerte de su tutor, también vino "El Colombiano" para darle apoyo, éste era un estudiante de filosofía y había tenido algunos acercamientos con las guerrillas. Siempre decía que había nacido exactamente sobre la frontera entre Colombia y Venezuela. Decía que en su casa, en la habitación donde nació, estaba dividida por una línea que su padre había pintado y que separaba Colombia y Venezuela, pero que él nunca supo en que parte de la habitación estuvo la cama donde fue parido, así que por eso nació sobre la línea fronteriza. Se hacía llamar colombiano en Venezuela, y venezolano en Colombia, y creo que es el hombre más patriota que he conocido, quizás porque amaba las dos patrias o a una grande como fue la Gran Colombia; esa noche también nos acompañó "Pancho", un economista que le interesaba demasiado los ideales de izquierda para quedarse cómodo con un trabajo burgués en un banco y luego comprar coche, casa o ropa de moda, por lo que en las noches estudiaba filosofía, además era un economista particular: despreciaba el dinero y eso siempre me pareció algo interesante de su personalidad, también quería trabajar con Ludovico Silva y hacer una tesis revolucionaria, pero como a El Gordo, también él tenía duelo esa noche. Como toda noche en que íbamos a bares después de las clases, discutíamos sobre algunas obras filosóficas, pasajes o sentencias de profesores, esa noche conversando o dialogando oí por primera vez la expresión: la fiesta de Lenin. Me acuerdo porque El Gordo precisó: Mi sueño es estar en la fiesta de Lenin, y por supuesto quise saber a qué se refería. 
Lenin leyendo la verdad "правда"
El Gordo comenzó a decir, que Lenin en su libro El Estado y la revolución escrito en Finlandia entre agosto y septiembre de 1917 cita a Engels que dijo que indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución; y en otro de sus libros: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática escrito en 1905 en Ginebra, explicó que los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza, por lo que las clases sociales reaccionarias son generalmente las primeras en recurrir a la violencia, a la guerra civil, por lo que se derrocará al gobierno violentamente. El Gordo comenzaba su explicación mostrando el origen de la revolución: la violencia. Yo sabía que El Colombiano y El Gordo veían las acciones violentas como un momento necesario para izar las banderas revolucionarias, pensaban el momento para sustituir por la fuerza la dramática situación que se vivía en Venezuela a mediado de los ochenta, durante el gobierno de Lusinchi, que al final cerró a las universidades por más de cien días diciendo que no había dinero para ella, que empobreció más a los pobres, que generó desempleo, que no existió un coeficiente de ética en su vida pública y menos privada, pero aseguró, no sé bien cómo, que Carlos Andrés Pérez ganara las elecciones del 1988. Si, afirmaba El Colombiano, cual profeta, mas tarde o más temprano la violencia estallará. Luego estalló el Caracazo, pero ni siquiera Nuñez Tenorio ni lo demás marxistas y marcianos pudieron explicar con argumentos filosóficos lo que pasó, sólo rodeos pasionales, economía aislada, generaciones retorcidas explicaban algo de lo que sucedió.
El Caracazo: comienzo de todo, aunque nadie explicó nada con
precisión, nadie entendió las causas; puro exacerbación del deseo
y perturbación de las fantasías creadas de una Venezuela petrolera.
Pancho fumaba y comentó que no veía económicamente viable las salidas violentas. Era un cultor del diálogo, siempre decía que las revoluciones detestan a su hermana apócrifa: la reforma. Pancho era reformista, pensaba que el país lo que necesitaba eran reformas e institucionalidad para eliminar el desgaste económico y social que se estaba generando. Aunque El Gordo y El Colombiano le daban la razón, lo cierto es que argumentaron que las reformas son una fuerza de entendimiento que las clases sociales en Venezuela no conocen y quizás sean engañadas por las oligarquías que controlan el poder. ¿Y conocen la violencia? Preguntó Pancho. Pues, como clase social sí, dijo El Colombiano. Yo tomé otra cerveza. Yo era un marxista de café y un escéptico de bares como me acusó una vez El Colombiano, por mis actitudes hacia los desgastes que no se justificaban o porque sencillamente no iba a las protestas como iba él, para al final lanzar un puñado de piedras a la policía. El Colombiano fue herido de bala en el hígado mientras tiraba molotov en la puerta de la Universidad, una bala fue disparada desde el Jardín Botánico. Estuvo dos meses en el Clínico de Caracas, yo expié mi culpa donando sangre. Como marxista de café y escéptico de bares comenté sí lo que El Gordo y El Colombiano querían era que se abriera a machetazos, como en la selva, una revolución. Si, contestó El Gordo: la revolución es destructiva por necesidad, pero solamente por necesidad. La violencia de las armas, la muerte sembrada, la eliminación de toda resistencia, la exaltación destructiva hacen a la revolución. No obstante con esto no basta. La revolución tiene que ofrecer también su programa de construcción. Lenin habla en Las tesis de abril sobre la construcción de lo nuevo, lo que necesariamente sigue al punto y aparte de la destrucción de lo antiguo, además Lenin en Las tareas de la revolución comenta que un orden verdaderamente revolucionario que viene después de la violencia destructiva, será la construcción de lo nuevo, y más allá incluso, la disciplina. El Gordo sacó el libro de Lenin Las tareas de la revolución y leyó un subrayado: "Es natural que en las masas, que no hace mucho se han liberado de un yugo increíblemente salvaje, tenga lugar una profunda y amplia efervescencia y fermentación, por lo que la formación de las nuevas bases de la sociedad, necesita de una disciplina del trabajo, por lo que dicho proceso será muy largo"
Cuando los revolucionarios llegaron a Ciudad de México en diciembre
de 1914, entraron con caballos al restaurante Sanborns, el más elegante
de la ciudad en ese momento. Así comenzó la fiesta de la revolución
mexicana y ¿su final?
Miro la cerveza y me pregunto en voz alta que el problema de la revolución sería en realidad un problema de tiempo. Es lo correcto, respondió El Gordo. ¿No entiendes que la destrucción de las viejas estructuras suscitan demasiadas adhesiones? Incluso revolucionarios las desean. Entonces es preciso definir el momento constructivo de la revolución, el de la construcción de lo nuevo, para que asuma claramente las masas su orientación de clase y se defina como revolución proletaria. La revolución llegará a serlo verdaderamente cuando no se formule tan sólo como negatividad, sino también su sentido afirmativo; y será entonces cuando comience la fiesta. Sigo mirando la cerveza y le pregunto al El Gordo: ¿fiesta?, pero si Lenin habla de disciplina y trabajo. Él sonríe y dice: Lenin predice una gran fiesta, la revolución es también un acto festivo, luego añade, Lenin también dice que las revoluciones son la fiesta de los oprimidos y explotados, lo dice en su escrito: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática. El Gordo bebe un trago de cerveza y continúa diciendo: nunca la masa del pueblo es capaz de ser un creador tan activo de nuevos regímenes sociales como durante la revolución. O sea que habrá fiesta y la fiesta será creatividad. Es preciso ver las revoluciones como una fiesta. La vemos como violencia, como destrucción, como acto de fuerza, como negatividad, la vemos como desorden; luego la debemos ver también como positividad, como construcción, como un acto de creatividad, como disciplina; por lo que es preciso verla como una fiesta, vale decir, como un hecho de alegría y entusiasmo. Lenin predice de la energía de las masas en esa fiesta, Lenin habla de la fiesta de los oprimidos y explotados. El Gordo sueña, dice que quiere vivir esa fiesta. !Quiero estar en la fiesta de Lenin! levantó algo su voz y posteriormente tomó su vaso de cerveza. Yo empecé a ver todo a través de los cristales de las botellas. 
Entre lo apolíneo y lo dionisíaco se destaca las
fotografías de Robert Mapplethorpe
No sé por qué recordé esa dualidad entre lo apolíneo y lo dionisíaco en aquel discurso. Sé lo comenté, le dije que había algo que no me parecía lógico, o quizás demasiado predecible, que esa dualidad era un velo que realmente ocultaba el poder de las cosas y que prefiero la idea de Pancho de las reformas, porque estas no destruyen ni aniquilan las cosas, no necesitan marcar las diferencias, en cambio las revoluciones plantean los cambios urgentemente, marcan las diferencias, obliga a controlar el tiempo. Luego Pancho comentó que las revoluciones tienen que ver más con el tiempo que con el espacio, con la precisión de los días, que con la economía sobre la tierra, por lo que parece que un revolucionario debe ser un experto en la percepción del instante. Tanto El Gordo como El Colombiano aceptaron esa idea de Pancho sobre los tiempos de revolución y la necesidad de una percepción intuitiva del instante. 
Recuerdos de la fiesta de la revolución cubana: El Ché: "hasta la
victoria siempre", Camilo: "Vas bien Fidel",  Fidel...   
Esta conversación fue precisamente un instante antes del Caracazo, antes de que existiera o se plantearan ideas sobre una revolución bolivariana, antes de pensar que ser un estudiante no tiene derecho a expresar sus simpatías o antipatías, mucho antes de venir a radicarme en Japón, en fin una conversación que comenzó a aflorar en mi memoria estos días donde, desde la lejanía, contemplo festines de violencia antes ¿de la fiesta de Lenin? Repaso cómo algunos postulados de Lenin se instalan en Venezuela, quizás más propuestas de Lenin que de Marx, observo cómo el país sigue ciertas estrategias de Lenin, como las siguió la URSS, Yugoslavia, Rumania, China o Corea de Norte; pero creo que al final no hubo fiestas allí, sólo comparsas para entretener las vanidades de Stalin, Tito, Ceaușescu, Mao o cualquiera de los Kim; a veces por algunos documentales muestran la fiesta que se realizó en Cuba cuando Fidel Castro entró a La Habana en Enero de 1959, pero la fiesta creo que duró poco, el tiempo disciplinó al pueblo y eliminó los encuentros dionisíacos. No veo esa fiesta de la que habló El Gordo citando a Lenin, no veo que las revoluciones se puedan ver positivas, afirmativas, mientras las armas, el miedo y el terror conjuren un totalitarismo a la población. Una fiesta significa excesos, plenitud, derroche, abandono del espíritu y del cuerpo, como el buen Baco aconseja y George Bataille describió con certeza en su libro La parte malditay no creo que estos elementos estén presentes en los países que han seguido las estrategias de Lenin. Yo veo en Venezuela violencia necesaria y posiblemente una disciplina que se engendrará en los próximos años sin lógica, sin consideraciones, sin recesiones. No sé nada de estos amigos que comentamos esa noche esas ideas, no sé si están vivos o muertos, pero si están viviendo en Venezuela no creo que estén presenciando la fiesta de Lenin; no me imagino al El Gordo celebrando la creatividad de un pueblo oprimido, ni a El Colombiano observando cómo un pueblo celebra la sedimentación de sus ignorancias, penurias y esclavitudes que mantienen con el consumo banal y las opiniones repetidas. Pancho nunca esperó fiestas, sino reformas, de él supe que acompañó el proceso revolucionario, pero en sus inicios, como lo hice yo, como lo hicieron muchos; luego desapareció, como lo hice yo, como lo hicieron muchos. Sólo me quedan mis fiestas íntimas con Mi Amiga Japonesa, mis fiestas entre mis lecturas y escrituras, mis fiestas con algunos amigos en Kioto, Osaka, Tokio, Nagoya o Kagoshima. Mis fiestas se han reducido cada vez más, pero no vislumbro una fiesta en Venezuela, ni siquiera una pequeña para los oprimidos y explotados por las calles, solo euforias, explosión de adrenalina, cantos e insultos, como si Venezuela fuera un coliseo donde a diario, gladiadores mueren: dos, cinco, diez, mientras se oye coros de los hooligans y llantos de algunas personas. Espero que Mi Amiga Japonesa pueda entender mi desdén por algunas fiestas o fantasías de fiesta y por las creencias que dan algunas personas a ciertos escritos o estrategias políticas. Me queda el consuelo de ir con ella a Kioto el mes que viene, a ver los cerezos en flor, los sakuras, como cada año, como cada ciclo del eterno retorno. Yo tengo consuelo, media Venezuela no, y eso es un drama que ninguna fiesta de Lenin venidera superará.

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